Sí,yo me acuso: soy funcionaria y docente
Sí, me acuso: soy funcionaria. Estoy doblemente estigmatizada, lo reconozco, pertenezco a ese grupo de profesionales con nula o escasa reputación y consideración social, tipificados con el gesto inevitable de la pereza, la boca llena del famoso “vuelva usted mañana” y las manos, lentas como norma, que huyen del ordenador o el bolígrafo para ocultar el penúltimo bostezo. El ejemplo vivo de un supuesto desmesurado e inmerecido sueldo y, hasta la fecha, con una privilegiada paga doble “por beneficios”, llamada “extra”, que nos hacía VIPS en navidad y verano.
El segundo estigma que llevo a rastras es un estigma mucho más negativo, si cabe, que ser una funcionaria (para muchos, durante mucho tiempo, vocablo de rima exacta con parasitaria). Se trata de pertenecer al grupo de funcionarios (nótese que al unir la preposición y el nombre, la palabra obtenida es “defuncionaria”) que estamos, también supuestamente, encargados, por que las autoridades oficiales han delegado en nosotros, de educar a la ciudadanía ¿Se puede tener juntas dos cualidades más denostadas actualmente que ser funcionaria y profesora?
A los funcionarios docentes, ciertas costumbres nos siguen afectando significativamente y continúan hiriéndonos de muerte y lo hacen porque, no por mucho repetirse las ráfagas de ira o descredito social y público, somos un colectivo de PERSONAS, CIUDADANOS y CIUDADANAS, que VIVIMOS, más allá del carácter de parásitos sociales que, de forma interesada y con premeditación, al gobierno, a éste y al anterior, le interesa construir para “neutralizar” nuestra voz.
Cada junio, inevitablemente, el gobierno, los gobiernos, nos utilizan como cortina de humo para esconder problemas y desfalcos, al lanzar un arma que, aunque no lo saben o no quieren aceptarlo, es un boomerang que ahora irá regresando hacia quienes lo esgrimen y les caerá, directamente, sobre la cara. Cada junio, la administración educativa, que de educativa tiene menos que de administración, lanza a los padres y madres (a quienes no tiene en cuenta para nada durante el curso escolar) la amañada admonición de que “los resultados de nuestros alumnos, respecto a la media europea son pésimos e insuficientes ante lo que, el gobierno, habrá de planificar medidas específicas para ..blablablá”)
Esas medidas no solo no las planifican, sino que, cuando las llevan a la práctica, despliegan campañas kafkianas, como han hecho años atrás, en las que prometen, y adquieren, a las empresas de casualmente-amigos-de-sus-amigos, a quienes ellos llaman “proveedores de probado prestigio”, miles de ordenadores y pizarras digitales, un verdadero dispendio que queda “políticamente” como una acción propia de un gobierno al que interesa la cultura y la tecnología (grandísima mentira que ya se hace insostenible e inaceptable) y que, además, se lleva a cabo, dando a ganar millones de euros a proveedores cuyas conexiones políticas son obvias, sin tener en cuenta (¡vaya!) que el profesorado y el alumnado quizás no está preparado para su utilización, lo que viene a ser lo mismo que gastar millones de euros en coches que los posibles conductores no saben conducir. Quien lea estas palabras podría pensar, con muy buen criterio, que el problema no es tan grave: se solucionaría con planificar la formación adecuada para el profesorado, para que, al menos a posteriori, supiese sacar algo de rendimiento de “los recursos adquiridos” (ellos, el poder que vive tan por encima de nosotros que habita su irrealidad, le llaman, y repiten hasta la saciedad “eficacia y eficiencia”, que es como decir “melones y kiwi”, porque ni ellos mismos saben, así lo demuestran, el significado de ambos términos de origen económico). Pero, claro, para la formación del profesorado, tras el desembolso gigantesco, no queda mucho (yo diría que casi nada) y se produce, año tras año, una especie de burbuja de recursos, que explota, ha explotado, con ordenadores y pizarras digitales aparcadas en rincones de muchos centros educativos. ¿Los culpables? Los funcionarios docentes, por supuesto (y por ironía). Cada junio nos tenemos que tragar, y morder la lengua, escuchando que estudios, como el informe PISA, señalan a nuestro país (ahora llamado por los rescatadores vestidos de azul “reino de España”) como uno de los que peores resultados de éxito escolar han obtenido. Muchos, muchísimos, docentes sabemos que padres y madres, alentados por este tipo de terrorismo mediático intencionado, nos señalan simbólicamente con el dedo y nos culpabilizan del fracaso escolar y la falta de logros de sus hijos e hijas (“esos y esas” tienen más vacaciones que nadie y encima se pasan el año tocándose las narices y no se molestan en “enseñar” a nuestros hijos). Me pregunto si podríamos tener un minuto para hacernos esta reflexión: si cada año, con REITERACIÓN, el gobierno, no solo éste, afirma que los resultados no son buenos y se han de tomar medidas para corregir los resultados negativos…¿no querrá decir que, año tras año, no toma medidas o las que toma son tan ineficaces que el PROBLEMA continúa?
Cada septiembre, una vez pasadas esas vacaciones que nos echan en cara en lugar de aspirar a que se extendiesen a todos los trabajadores, sobre nuestras espaldas, que deben tener una resistencia a prueba de toneladas, se sitúa otra oleada de ira y consternación social: el gobierno, este y el otro, nos recuerda en los primeros telediarios, en los previos al inicio del curso escolar, algo que también, cómo no, es otra cortina de humo para anestesiar a padres y madres y que no vean otros problemas sociales: el precio de los libros de texto es desmesurado, un disparate. ¿Los culpables? Los funcionarios docentes y los libreros y las editoriales. Ellos, la (no)administración (no)educativa, por supuesto, no tiene ni un ápice de culpa (pero tampoco crean ustedes que financia REALMENTE los libros, comprueben la cantidad de millones de euros que deben a las librerías y proveedores editoriales, a quienes no han pagado el importe de los bonos-libro que TODAVÍA deben) Una sola de sus carteras de piel, la de un politiquillo local, ya vale casi lo mismo que un lote de libros escolares, pero eso no debe decirse ni permitir que se sepa: anestesiemos a los padres y madres, echémosles a los leones para que luchen, como en la Roma imperial, contra los docentes, que se maten entre ellos mientras los políticos fingen realizar sesudos estudios que no evitan las catástrofes que han llegado.
Ellos, esos mismos políticos que hacen reformas educativas como quien cocina churros, que desdicen a los anteriores, y sus medidas, sin importarles si eran positivas o no, con el único criterio de “cambiar” lo que los “de antes” hicieron; ellos, los que nos han obligado a formarnos y redactar planes y decenas de documentos, como docentes, sobre educación para la convivencia (y nos engañaron, mientras llenaban sus bolsillos con los fondos de Bankia y otras tantas estratagemas, sin decirnos que lo que debíamos hacer era preparar al alumnado para una educación para la “inconvivencia” y la “supervivencia”, el hambre, el paro y el formarse-para-trabajar-como-limpiadores de cristales con carrera universitaria, con suerte); ellos, los que nos “obligaron” a formarnos y perder el tiempo participando en cursos y programas para “la mejora continua”; ellos, los mismos, hoy nos suprimen del mapa de la realidad, nos quitan de las manos recursos, nos recortan aulas, nos venden la teoría de que la masificación de alumnos en un aula “ayuda al aprendizaje cooperativo y la interacción”, que es como decir que en una patera, los inmigrantes, se ayudan más unos a otros y se preparan mejor para la vida que si tuviesen la oportunidad de viajar en un barco y espacio para extender los brazos. Ellos, esos políticos que ignoran a la polis (pero ordenan a los polis que no duden en lanzar sus porras y sus pelotas de goma, por sus santas pelotas, cuando el profesorado “rebelde” intente levantar la voz y ejercer su innegable derecho a manifestarse, como hicimos ayer) se atreven a colgar en la página oficial del ministerio el ANTEPROYECTO DE LEY ORGÁNICA PARA LA MEJORA DE LA CALIDAD EDUCATIVA, con la que está cayendo y como es su costumbre, sin dar explicaciones y cuidando que la difusión sea mínima, para que no despertar a la ciudadanía del letargo en el que quieren mantenernos. El atrevimiento llega a su culmen cuando, además, tienen la osadía de ofrecer una dirección electrónica para que “la ciudadanía pueda expresar sus sugerencias e ideas” ¿La ciudadanía? ¿La misma a la que están dejando sin medicamentos, sin servicios, sin trabajo?
Ayer, a las 8, salimos a manifestarnos en Valencia, comunidad estandarte del dispendio, la mafia política, los aeropuertos fantasmas, los desfalcos y ostentadora del record de políticos corruptos por centímetro cuadrado. Iniciamos la marcha en la Plaza de San Agustín, encabezados por representantes sindicales, ciudadanos y, entre los grupos de manifestantes, una columna de policías locales y uniformados que, cuando la manifestación alcanzó la puerta del domicilio de Rita Barberá, alcaldesa de la corrupta ciudad, giraron sus caras (para, previsiblemente, no ser fotografiados por los innumerables fotógrafos de prensa que estaban allí), sacaron sus silbatos y, como si fueran unos más de “nosotros”, los funcionarios que tan parásitos somos de la sociedad, comenzaron a pitar y a cantarles, junto con los policías del SUP, sindicato de policías que también se manifestaban, a los policías nacionales que protegían la puerta de la casa de la susodicha alcaldesa: “No nos miréis, venid con nosotros”.
Como era de esperar, en unos minutos, las “autoridades” ya se encargaron de “desviar” la manifestación y evitar que las aproximadamente 250.000 personas que se manifestaban pasaran por ese lugar. Muchos debemos ser los “funcionarios parásitos”, tantos los estigmatizados que, cosa impensable, nos manifestábamos en un acto en el que teníamos al clásico enemigo a nuestro lado: junto a nosotros, los policías pitaban y gritaban reclamando que se nos desestigmatice de una vez por todas y que ellos, los políticos que sí son parásitos, se planteen que la EDUCACIÓN debería ser irrecortable.