Suponga
Suponga que usted quiere el poder, y que no lo quiere para fardar o ganarse unos millones y embolsar bastantes más a familia, amigos y socios. Suponga que lo quiere porque cree en los términos más manoseados del discurso político y, no obstante, más frescos e innovadores de la práctica política: libertad, igualdad, fraternidad. En tal caso, necesitará un programa. Uno básico, al menos; uno de verdad, porque usted va a ser un tipo serio y no quiere engañar con generalidades.
Para empezar, permítame felicitarlo por el descubrimiento. ¿Descubrimiento? Of course; por mucho que diga la izquierda tradicional, el muro infranqueable no está en el bloqueo mediático y la aciaga correlación de fuerzas, entre otros factores que, además –y desmontando sus excusas–, son tanto efectos como causas; está precisamente en el mal disimulado papelón de que carecen de programa, entendido en plan gastronómico como dos platos, un postre y un café bien provistos, bien preparados y, a ser posible, bien explicados en el menú. Un programa de libertad, igualdad y fraternidad no es un cocinero que sustituye a otro cocinero y promete ser más piadoso y más redistributivo con las raciones. Si usted quiere cambiar las cosas, levante la tapa del retrete, tire la bendita moral y empiece a pensar en estructuras.
Le voy a hablar de mi sector, que es de perdidos al río. Cuando esa izquierda llega a la cultura, potencia lo público y aumenta las subvenciones. Y es mejor que nada, ¿no? Oh, sí, salvo que eso es todo. Si estudia su historia reciente, verá que carece de política cultural o que se va por los cerros de la muy noble, muy leal y muy antigua Úbeda para no tocar el status quo. ¿Por qué? Dejemos las recriminaciones y quedémonos sólo con lo que implica: dar a los colegas, dar a los grandes y, si sobran migas, socializar migas. Ninguno se va a enfrentar a los clanes y funcionariados que han hecho de la cultura de este país un chiste. Ninguno reconoce o sabe que las estructuras están podridas hasta la médula. Ni siquiera comprenden que la libertad y la autonomía organizativa no son menos importantes para la cultura que el presupuesto.
Si me preguntara, yo le recomendaría que sea usted ante todo y por encima de todo un buen republicano. Pero ya me he extendido en exceso, así que termino con la esperanza de que siga adelante y podamos trabajar juntos por esa causa común. Ah, una cosa: Haga el favor de predicar con el ejemplo. Dé la cara y pida para usted los golpes, las multas y la cárcel que, hasta hoy y desde 1939, excepciones aparte, han sido exclusivos de los soldados de infantería. De lo contrario, ni se moleste.
* Escritor y traductor literario. Editor del diario La Insignia