Teloneros
Para los dignos defensores de esa barricada de Ofelia Nieto
Bien mirado, en el fondo, todo esto se simplifica en eso: nos negamos a ser los teloneros en este espectáculo, toda esta mala comedia donde lo único que se nos pide es que riamos las gracejas del Monarca, que doblemos nuestras espaldas y nuestras piernas, sin mayores aspavientos, ante los decretos y las leyes antiobreras; que celebremos el chiste del general como si fuese la primera vez que lo oímos, que nos sometamos al juego democrático entre los dos partidos mayoritarios y claudiquemos ante los requerimientos de la patronal, del Banco Europeo, del Fondo Monetario Mundial, de la OTAN y de toda esa banda de chacales que merodean en torno a las bolsas y a las guerras olisqueando el dinero fácil y rápido.
Tal vez lo difícil sea el hacérselo entender así al pagano del recital, esa franja de pueblo que asiste, entre amedrentado y esperanzado, ante las posibles soluciones que entre unos y otros le proponen, a esta representación en vivo y en directo deeste drama padre que no sólo está acabando con el tejido agro industrial del País, si no también con muchas de las conquistas sociales y políticas del pasado, tantas de ellas arrancadas al sistema a un elevado precio.
Para no desmoralizarme, prefiero mirar hacia ese otro segmento de la sociedad -ésta o la del país vecino- que se moviliza en las calles antes que aplaudir las caídas y los golpes del payaso de las bofetadas o las ocurrencias de la estrella de la noche.
Sí, en el fondo, todo esto se traduce a algo tan sencillo como, aceptar todo este estado de cosas u oponerse a ellas.
Los que hace tiempo nos posicionamos contra este desigual reparto de papeles en esta partida de cartas entre los dueños del casino y los de abajo, no nos movemos de la certeza de que, el que reparte los naipes lo hace con una baraja marcada de antemano.
La Transición –que de alguna manera tenemos que llamar a aquella comedieta entre los buenos y los malos de este mal sketch patrio– fue un parto, una especie de fiesta a la que, de una u otra manera, todos nos sumamos con ilusión, esto es, ilusionados, de ilusionismo, que no fue otra cosa aquel intercambio de papeles entre los nuevos administradores de la finca nacional, esto es, entre los herederos del antiguo régimen y aquellos que estaban dispuestos arenunciar a todo menos a la victoria, que dejó dicho el anarquista Buenaventura Durruti. Victoria que, unos años después, se ha traducido en dejar al aire las vergüenzas de más de uno y de dos de aquellos que afirmaban: prefiero morir apuñalado en el Metro de Nueva York que en una dacha de las afueras de Moscú, para luego acabar vendiéndose como asesor de Enagás o de otra empresa de esas, porque la miseria de sueldo como exya no les alcanza ni para güisqui y vegueros. Eso sí, hay que reconocerles sus méritos: han dejado al País, el territorio más avanzado de Europa al norte del Magreb, entre las humillaciones de los hijos de la Gran Bretaña y la cremallera de la bragueta del rey de Marruecos.
A estas alturas, lo único que nos salva como nación es el sol, las playas, la sangría, la “roja” (esencial en toda conversación que se precie de seria), la guardia civil (que no se me olvide), los toros, unas cuantas piedras que dan testimonio de un pasado de guerras contra el sarraceno y, lo principal, ese segmento de la población que se ha echado a las calles a reivindicar la decencia, a decir que basta ya de encender los mecheros en los recitales y en los estadios ante la adormidera del fútbol y de todas esas canciones chorras de las cigarras de que nos acunan con el opio de sus arrorrós; que basta ya de desahucios inmorales, en tanto el que fue amamantado a los privilegiados pechos del dictador ocupa un lujoso palacio y engorda su fortuna con cuantiosas comisiones y un sueldo millonario.
Basta ya de hacer el ridículo más evidente ante la comunidad internacional reivindicando una roca que fue rendida por otro monarca hace trescientos años, en tanto se desmonta la sanidad pública, se despide a troche y moche y, a cambio de más privilegios para el sátrapa del reino de Marruecos, acepamos pescar en los caladeros saharauis, que le fueron robados a ese pueblo. Basta ya de desfiles para mostrarnos, una y otra vez, las chucherías de un ejército del que, las últimas actuaciones “gloriosas” de que tenemos noticia fueron para machacar a un pueblo que se echó a las calles y a los campos para defender una Constitución verdaderamente democrática, y el abandono a su suerte de ciudadanos españoles en la ofensiva de la Marcha Verde de 1975.
Basta ya de sermonearnos con lo de los tallos verdes de unos y el España va bien de los otros, basta de jóvenes huyendo hacia otros países en busca de oportunidades, en tanto la televisión autonómica nos explica cual es el “policía bueno” y cual el “malo”, en Siria, en Egipto, en Jerusalén, en Caracas, en La Paz, en Managua o en Corea.
Nos negamos a seguir siendo los teloneros en toda esta miserable comedia de corral de pueblo castellano, en tanto los halcones de Repsol afilan sus picos y sus garras para clavarlos en las profundidades de las aguas saharauis y así poder extraer el gas y el petróleo usurpados a ese pueblo, en tanto la vergüenza de sus humildes jaimas pesa sobre las conciencias de los pueblos libres, en tanto la ignominia de los nuevos asentamientos judíos se prolonga en los territorios de la Palestina ocupada hoy, en tanto alguien nos recuerda que en el mundo, hoy, habrán muerto otros diez mil, diez mil, diez mil, diez mil 10.000 nuevos niños por hambre, que no ahogados en las mansas aguas de las piscinas del ”mundo libre” ni practicando el “skate board” ése ni haciendo “puenting” ni “surfing” ni en el “wingflý”, “rafting” o cualquiera de las mil formas que se eligen hoy para suicidarse por algo que “dé verdadero sentido a nuestra muerte”.
Nos negamos a seguir viendo de brazos cruzados cómo se desmonta impunemente todo el tejido agroalimentario de estas islas para mantener a raya al insaciable rey de Marruecos. Nos negamos a ser pasivos televidentes mientras se invaden las ciudades con parquímetros, mientras se llenan ya -quizás con combustible robado a otros pueblos- los depósitos de los aviones que bombardearán las próximas poblaciones que los generales de Obama han marcado con una tiza en un plano y se preparan una vez más los despachos de guerra para contabilizar las bajas civiles, los objetivos militares –que se dirá luego de ganada la batalla- alcanzados.
Carguen sus cámaras, preparen sus baterías y sus blocs de notas los periodistas que cubrirán la nueva campaña, que ya un nuevo pueblo se prepara para escenificar una nueva tragedia, un nuevo Guernica. Un nuevo Infierno se anuncia ya en estas tardes finales de este apacible fin de verano, mientras las gentes más domesticadas y apacibles del Planeta recogen sus cremas solares y sus toallas de baño ante la inminencia del regreso al infierno de las ciudades, donde les espera la maldición de los trabajos alienantes, la lucha despiadada por hacerse un sitio entre los no perdedores, un espacio en ese escenario donde se representa una vez más el gran espectáculo de la no-vida. Recojan sus sombrillas y sus novelas de verano y dispónganse a incorporarse al gran teatro del mundo, ya sea como actores ya sea como espectadores. Tomen asiento, las luces se apagan, se corre el telón y, ¡voila!, los actores ya están de nuevo en escena.
¡Feliz y digestivo espectáculo!