“Tierra de fuego”, porque solo el amor cura, aunque duela

“Tierra de fuego”, porque solo el amor cura, aunque duela

tierra-de-fuego-lqs-teatroCarlos Olalla*. LQSomos. Mayo 2016

TIERRA DEL FUEGO es una obra imprescindible que nadie debería dejar de ver. Está basada en la historia real de Yulie Cohen, una joven azafata israelí de 22 años que sufrió un atentado en Londres en 1978 y que, 22 años después, sintió la necesidad de conocer al joven palestino que le había disparado y que cumplía una condena de cadena perpetua en una cárcel británica. Nos cuenta la historia de aquel encuentro, y lo hace desde la única perspectiva en que este tipo de encuentros pueden hacerse: desde el corazón, desde la verdad y desde el amor. Haber tenido el privilegio de haber participado en varios encuentros de víctimas de ETA y de los GAL durante los últimos años me ha hecho ser un espectador de excepción de esta obra que ficciona una realidad que he tenido oportunidad de conocer en primera persona. Todo lo que he vivido en esos encuentros está en esta obra, en cada frase, en cada silencio, en las cartas que escriben, en la necesidad de aprender a escuchar, a empatizar con el dolor del “otro”, en todo lo que cuenta y lo que calla, en absolutamente todo lo que transmite… El dolor no sabe de ideologías, razas, creencias o fronteras, es idéntico para todas las personas, judíos, palestinos, vascos, españoles… y es solo cuando habitas ese dolor cuando te das cuenta de que el camino hacia la paz arranca desde ahí, desde el dolor más profundo que te permite llegar a entender al “otro”, al que te hizo daño, al que destrozó tu vida. Las víctimas con las que he tenido oportunidad de trabajar en este camino coinciden en que no necesitan el perdón, sino que se reconozca el dolor que les han causado. Escucharles decir desde el corazón que se consideran afortunadas porque han aprendido a vivir sin odiar porque han elegido ser libres es algo que te marca para siempre. Cuando te adentras en el dolor de esas personas te das cuenta de que todos, absolutamente todos, somos víctimas y que todos, absolutamente todos, somos necesarios para avanzar en el camino hacia la paz. Como bien señala uno de los textos de la obra “el odio tranquiliza, el odio no te traiciona; el amor requiere mucho más trabajo, es más difícil de sostener porque te puede desilusionar, traicionar… Te puede doler”

El texto del argentino de origen judío Mario Diament aborda el tema invitando al espectador a abrir su mirada, a ponerse en los zapatos del otro, y te enseña que todos, a su manera, tienen su razón, tienen su verdad. Y lo hace huyendo de fáciles maniqueísmos, de buenos y malos, de vencedores y vencidos. La Verdad es la suma de todas nuestras pequeñas verdades. Y no puede haber paz sin que haya Verdad, sin que se admitan todas las verdades, las mías y las tuyas, las del otro, las del que no piensa como yo. Entender el origen de la violencia no es justificar la violencia, sino todo lo contrario, es ayudar a superarla. Solo teniendo la generosidad y amplitud de miras suficientes para entender esto se puede avanzar en el camino hacia la paz. Es duro, muy duro, sin duda, pero es necesario, absolutamente necesario. TIERRA DEL FUEGO es una obra que te invita a que mires la realidad con una mirada nueva, una mirada que te permita no ver solo aquello que puede reafirmar y ratificar tus creencias y prejuicios, sino a entender las razones de los “otros” y, con ello, aprender a respetarlas. A lo largo de la obra vamos viendo las motivaciones y las creencias e ideales de cada uno, su particular punto de vista y tú, como espectador, las entiendes, puedes llegar incluso a identificarte con ellas. ¿Dónde está la frontera entre terrorista y defensor de la libertad? ¿Acaso un soldado por el simple hecho de pertenecer a un ejército y vestir uniforme regular deja de ser un terrorista cuando asesina fríamente a niños inocentes? Las guerras y los conflictos violentos de hoy no son entre dos ejércitos que se enfrentan en un campo de batalla. Son guerras desiguales en las que unos se enfrentan a otros con lo que tienen: unos piedras, pistolas, bombas o cuchillos; otros barcos, tanques y aviones; unos son silenciados por los medios de comunicación, otros imponen su verdad; unos son apoyados por las grandes potencias, los otros olvidados y relegados al silencio por las instituciones internacionales; unos toman las armas para vengarse de esto o aquello, los otros las toman para vengarse de lo que también les hicieron y juntos, porque en eso sí están juntos, construyen una espiral de violencia que solo puede ser detenida por quienes tienen la valentía de enfrentarse a la realidad, de ver que esa espiral no conduce a ningún sitio, y tener el coraje de anteponer la paz a todo, absolutamente a todo lo demás. Son pocas las personas capaces de dar ese paso, un paso que supone aceptar el riesgo de no ser entendido, de ser perseguido incluso por quienes tienes más cerca, por tu familia, tus amigos… un paso que supone atreverte a escuchar al “otro” desde el corazón y con todo tu ser, despojándote de tus prejuicios, de tu necesidad de justificarte, de todas las razones con las que siempre has intentado protegerte. Hay que ser valiente, muy valiente, y amar mucho para atreverse a dar ese paso hasta las últimas consecuencias. Solo quienes lo dan aprenden a vivir sin que el odio les ciegue y les domine.

El título de la obra, TIERRA DEL FUEGO, es una metáfora de la vida real. En el texto el autor nos habla de la tierra patagónica a través de los recuerdos que tiene el -tierra-de-fuego-lqs-teatropreso palestino de lo que su abuelo le contaba de aquel lejano paraje perdido en el Sur donde se podía vivir en paz y en libertad. Pero TIERRA DEL FUEGO es también esa tierra palestina que arde en el odio y la sinrazón de la violencia. La obra, como la vida, nos enseña que paraíso e infierno pueden llamarse por el mismo nombre.

TIERRA DEL FUEGO se vertebra en torno a la figura de su protagonista, bautizada ficticiamente aquí como Yael Alón, a través de la que vemos todo el proceso al que se enfrenta cuando siente la necesidad de acercarse al que fue su enemigo, al que asesinó a su amiga, al que a punto estuvo de matarla. A lo largo de la obra vemos cómo se enfrenta a sus propios miedos, a esa necesidad que no sabe expresar que la empuja a encontrarse con él, a la incomprensión de su familia, a la de sus seres más próximos, incluso al peligro físico y real que supone dar un paso que para muchos es sinónimo de traición. Su universo particular, ese que parecía tan firme y sólido, se va convirtiendo en un nuevo universo líquido donde no queda nada externo a lo que aferrarse. Pero la necesidad de dar ese paso, de avanzar en el camino que le dicta su corazón, es superior a todo lo demás. En la vida real Yulie Cohen, una vez recuperada del atentado, se alistó en el ejército israelí. Fue cuando su país invadió Líbano, siendo ella capitán del ejército, cuando se desmoronaron las convicciones y los prejuicios que había tenido durante toda su vida. Fue conocer la realidad de los campos de refugiados palestinos lo que le abrió los ojos y le hizo tomar la decisión de vivir y dedicar su vida a luchar por la paz. Su camino la llevó al mundo del cine en el que ha hecho tres documentales que forman una trilogía (My terrorist, My land Zion y Lev Haaretz) que habla del mundo que a ella le tocó vivir y del que ella misma ha construido. Tuve oportunidad de hablar con ella cuando, hace unos años, vino a presentar uno de sus documentales. En aquellos días aparecieron en prensa varias noticias esperanzadoras sobre movimientos pacifistas israelíes que se oponían a la política del Gobierno. Recuerdo que le pregunté si creía que aquel movimiento se consolidaría y lograría alcanzar la paz. Nunca olvidaré su respuesta. “No lo creo, hay demasiado odio, dudo mucho de que nosotros lleguemos a verlo algún día, pero no por eso dejaremos de intentarlo”

La interpretación que Alicia Borrachero hace de esta Yael Alón es sencillamente magistral. En cada uno de sus gestos, en su mirada, en sus silencios, percibimos el enorme sufrimiento interior que arrastra una mujer que necesita conocer la verdad, que necesita, como todas las víctimas, hacerle a quien la agredió todas las preguntas que la han atormentado durante toda su vida. Pocas veces he visto tanta autenticidad en un escenario. Alicia vive su personaje tirándose a fondo en cada función. Poco o nada le importa que no haya red porque sabe que un personaje así solo puede afrontarse desde lo más hondo, desde las propias entrañas, desde eso que no sabemos ni nombrar y que nos empuja a vivir.

El contrapunto que Abdelatif Hwidar le ofrece encarnando a Hassan, el terrorista palestino, es antológico. En sus ojos, en su voz, en esas desgarradas canciones que canta a lo largo de la función, vemos el sufrimiento de todo un pueblo, el palestino. Su identificación con su personaje es total, sin requiebros ni concesiones, sin trucos. Es verdad en estado puro. Viéndole en escena no puedes dejar de pensar que es un crimen que no haya tenido oportunidad de subirse a un escenario hasta hacerlo con esta obra. El resto de los personajes, más corales pero no por ello menos necesarios, aportan grandeza a la decisión de Yael. Es a través de ellos desde donde la vemos enfrentarse a sus miedos, a sentir el rechazo de los suyos, a vivir lo difícil que es ser, en el mundo de hoy, coherente con tus creencias. Tristán Ulloa está espléndido en el papel de Ilán, el marido de Yael. Una y otra vez nos identificamos con sus miedos, con su “sentido común”, con el idealista que jamás se atreverá a sobrepasar cierto límite. Los claroscuros de su personaje, su vulnerabilidad, nos llegan nítidos y claros en cada una de sus intervenciones. Solo un actor de la talla de Tristán puede encarnar un personaje tan complejo como Ilán. Malena Gutiérrez, dando vida a la madre de la amiga de Yael asesinada, es capaz de hacernos llegar ese sentimiento tantas veces visto de las víctimas que no son capaces de superar su dolor y que se aferran al odio para poder seguir viviendo. No puede entender la decisión de Yael, una decisión que, para ella, es una traición a su hija. Hay que ser una gran actriz para poder transmitir tanto desde un papel aparentemente pequeño. Juan Calot da vida al padre de Yael, un hombre atormentado por un pasado que intenta esconder hasta que su hija le obliga a enfrentarse a él. Es ahí donde vemos lo que hay tras la fachada de esos hombres en apariencia íntegros y buenos con los que, a diario, podemos cruzarnos por la calle. Y Hamid Krim cierra el reparto dando vida al abogado de Hassan, la única persona que no le ha abandonado durante los 23 años que lleva en la cárcel, el abnegado luchador que intenta que su defendido no se hunda. Soberbia también su interpretación aportando la visión práctica a la intensa relación emocional que se establece entre víctima y agresor. La fuerte emotividad que existe entre víctimas y victimarios que participan en este tipo de encuentros es una de las constantes sobre las que se puede edificar. Solo desde la verdad, desde las vísceras, pueden abordarse este tipo de encuentros. Poner a víctima y agresor frente a frente sin que bajen al plano emocional, quedándose únicamente en el intelectual, no sirve de nada. Ahí no hay verdad, y solo desde la verdad se puede superar el dolor. Por eso TIERRA DEL FUEGO es una obra que habla de amor, del profundo amor que se necesita para enfrentarse a un encuentro de este tipo. Son pocas las víctimas y los victimarios capaces de amar con tanta fuerza, pero cada día son más.

tierr-de-fuego-lqsomosQuiero que sean las palabras del propio Tolcachir quienes expresen lo que, para él y todo el reparto, ha supuesto montar esta obra:«Esta es una obra necesaria. Hay textos que te tocan, que hablan de lo que uno quiere hablar; es importante hacer esta obra, escucharla… Durante el proceso de trabajo nos ha hecho abrir la cabeza, nos ha empujado a entender, a ponernos en lugares incómodos, a situarnos en puntos de vista distintos a los nuestros… TIERRA DEL FUEGO es una oportunidad de entrar en la historia, una historia absolutamente presente y contradictoria, llena de preguntas, de incómodas revelaciones. La eterna esperanza de lograr el encuentro en medio de tantos años de dolor… es una obra que hace que el público, más allá del tema puntual de la historia que cuenta la obra, sienta que hay muchas miradas, muchos puntos de vista sobre el mismo tema; uno se aferra a tratar de ordenar un bien y un mal, un ganador y un perdedor… Quién tiene razón. Y esta obra te enseña que hay muchas razones, y que no aceptarlo es un gran motor de la violencia y de la intolerancia. Yulie Cohen, la mujer en la que se basa esta historia, piensa que lo que le ha ocurrido no puede justificarla ni le da derecho a odiar. Creo que la obra habla del amor, de cómo todo incumbe al ser humano, y que lo que pasa al otro lado del mundo me tiene que importar igual que me importa lo que sucede a mi lado. Habla de que tenemos que hacernos cargo de lo que pasa, de la responsabilidad que tenemos hacia los otros. Que aunque algo no te importe, de algún modo va a volver a ti, así que no puede no importarte. No puedes sentir indiferencia, que es en cierto modo un refugio. No podemos acomodarnos en un pensamiento único ni podemos conformarnos con lo que vemos en la televisión o con una lectura superficial de los periódicos. Es necesario preguntarse por qué hacen lo que hacen ¿Por qué? Hay que tratar de comprender y no dejarse llevar por los prejuicios…

TIERRA DEL FUEGO es, por suerte –de no ser así no la hubiera hecho-, una obra muy equilibrada; ante todo, se opone a cualquier tipo de violencia; a la violencia como fin, como anulación del ser humano; a una violencia que, indefectiblemente, solo genera violencia. Pero tiene que haber una grieta que tiene que ver con la comunicación, con la comprensión, que nada tiene que ver con la justificación. Yo no puedo justificar ningún acto violento, pero sí necesito entender de dónde viene esa violencia, ese odio, para ver si lo puedo modificar. Hay escalas nacionales y escalas humanas; esta obra habla de la escala humana, de que las personas -los que no tienen intereses económicos ni políticos- son las que se pueden preguntar mirando a los ojos… Es una obra sobre el dolor y la necesidad de escuchar. Quise hacerla porque sentí que era preciso. El teatro es un espacio donde se pueden hacer todavía estas cosas, donde el espectador viene en persona, respira al mismo tiempo que el resto del público, escucha y realiza el viaje junto con otras personas. Para mí esta obra tiene mucho de escuchar, aprender, descubrir puntos de vista distintos, ponerse en lugar del otro, y saber que no hay una sola verdad, algo que siempre me pareció fascinante. Mientras la leía, me iba poniendo en el lugar de cada personaje y pensaba que cada uno tiene razón. Y es bueno que eso tan complejo le pase al espectador, porque resulta fácil decir que este es malo y está bien que sufra, pero es terrible que te duela el sufrimiento de todos, que sientas que ese dolor también te pertenece. Buscar la verdad es un trabajo personal costoso, lo contrario de la indiferencia, que, por frustración, cansancio o vagancia, termina siendo el peor de los males… Es una historia sobre la violencia surgida de un horror destilado tras un largo recorrido histórico de injusticias, desentendimiento, siglos de enfrentamiento, de justificación de la violencia sucesiva. La protagonista, que por suerte existe en la vida real, lo que le da a la obra una dimensión muy amplia, tiene toda la justificación del mundo para anclarse en el odio y la venganza, pero nada contra la corriente de su universo social, su familia, sus amigos, porque necesita hablar, entender cómo alguien pudo llegar a matar a otras personas. Me parece una actitud tan valiente y tan admirable… Quiere comprender cómo han llegado a esa situación. Eso para mí es el teatro. El público puede realizar el viaje que hace esa mujer, escucha, se incomoda, se conmueve, cambia de opinión, intenta tomar partido y no puede, porque todos son víctimas”

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