Titiriteros*
Patxi Ibarrondo*. LQSomos. Febrero 2016
Desde las pasadas elecciones lo menos que se puede decir es que España vive e un estado esquizofrénico Por un lado tenemos a la izquierda radical legal en el parlamento. Por otro,los constantes incidentes y gamberradas en la calle, en los despachos y redacciones de la conspiración permanente se agita el búnker del viejo régimen. Un espantajo que no se resigna a pasar al olvido. Cualquier hecho anecdótico o idiotez estomacal les sirve como arma arrojadiza contra sus enemigos seculares: la libertad de expresión y la justicia social. Del fortuito suceso baladí hacen una montaña. De la bulla hacen un escándalo y, ellos que no dimiten jamás por graves que sean sus corruptelas, se lanzan a exigir dimisiones y castigos ejemplares sin ningún rubor.
Esta vez le a tocado a un insignificante grupo de títeres que actuaban en los carnavales de Madrid. Los aplausos del público asistente se trocaron en atentado contra el orden público. Terminaron detenidos por un juez que les pide varios años de cárcel. Claro que detrás estaba Manuela Carmena, la odiosa alcaldesa que ha borrado las calles de Madrid de símbolos y callejeros fachas. Los titiriteros han sido un pretexto para que la marabunta de los ociosos pagados por el Estado organizara su sarao.
El caso, si hubiera caso, de los titiriteros no hay por dónde cogerlo y además clama al cielo de lo que no debe ser. Solamente con el cilicio mental muy apretado se puede colegir que la compañía de títeres hacía, en pleno carnaval, apología del terrorismo. Y menos aún de ETA, una organización que ya ha pasado a la historia y, desde el punto de vista práctico, a un nebuloso olvido.
En el caso de los titiriteros, una vez más, estamos ante un ejemplo grave de intolerancia por parte de la caverna española; la que prefiere el bocado inquisitorial; la que se resiste a dejar las riendas sueltas al corcel de la libertad de expresión, consustancial a una democracia sin miedos ni mazmorras amenazantes a la primera de cambio. Lo que está claro es que la derecha de este país de palafreneros sin cintura ni flexibilidad política ni humorística, no sabe cómo jugar en libertad. Y tiene un pésimo perder.
Efectivamente, puesta en evidencia por la ciénaga de la corrupción donde chapotean como gorrinos sus líderes más significativos, por su insaciable afán de lucro, la caverna de marras levanta cualquier cortina de humo con cuatro palitroques; lo que sea con tal de distraer a las masas manejables y darle tiempo a los fiscales y jueces afines “para poner las cosas en su sitio”.
¿Y cual es su sitio? Evidentemente un orden ventajista y tutelado que se resiste a morir, para dejar paso a otra cosa más viva y acorde con los tiempos de un cambio democrático sin grilletes apriorísticos y con presunción de inocencia. Es decir, sin necesidad de terror de Estado. No en vano, la premisa del Estado de Derecho con la que deberíamos trabajar se basa teóricamente en Montesquieu; y no en unos ciudadanos siempre como recién nacidos al imperio de la razón, perpetuamente descarriados o descarrilados.
Así, tenemos un ministro del Interior que se empeña en condecorar a la Virgen, una ministra de la Seguridad social, que cifra la esperanza de la mejoría laboral encomendándose al santuario del Rocío. Y así sucesivamente. Una ex alcaldesa de Valencia. Rita Barberá, a la que han blindado en la diputación permanente del Congreso, para que esté aforada y no se la pueda investigar y juzgar.
Esto es lo que nos debería preocupar y alarmarnos. El saqueo sistemático de un país por parte de una organización paramafiosa..
Los titiriteros son una estirpe que hunde sus raíces en los más antiguos tiempos. Buhoneros de la sátira y la fábula, encontrados en la Corte para irreverente diversión garantizada. Eran bufones o saltimbanquis , eran luego Dario Fo en el teatro más moderno. El triste e intolerante tono gris ha invadido los corazones, a base de predisponerlos para la catástrofe.
Pero a lo que vamos. ¿Quién metería en la caŕcel a Fo? Pues los mismos que han enjaulado a los titiriteros madrileños . Los mismos que no hacen otra cosa que levantar tempestades en un vaso de agua. Aunque solo sea por disimular.
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