Tres urnas extrañas durante la Transición

Tres urnas extrañas durante la Transición

Por Domingo Sanz

Esta vez me he puesto a escribir para preguntar pensando que alguien, quizás usted, podría conocer la respuesta. Yo lo viví, pero no recuerdo si se dieron explicaciones plausibles de lo ocurrido desde el Gobierno de UCD o desde la oposición del PSOE, o viceversa tras octubre de 1982

He preguntado a otras personas que también eran mayores de edad a finales de los años 70 y no he conseguido nada definitivo. Con este artículo sigo buscando respuestas.

Millones fuimos convocados y, tal como estaba previsto, la gran mayoría acudimos a los colegios electorales para votar a las candidaturas que habían decidido concurrir a las elecciones generales de los años 1977, 1979 y 1982. Es decir, las de aquella Transición durante la que se elaboró y aprobó la tan mencionada Constitución de 1978. El último, Bolaños llamándola “no obsoleta” y atención cuando según quién dice qué, porque puede ser ¿qué de qué? y es bien normal que así sea.

Pero imaginemos por un momento el escenario y la tesitura.

Estamos llegando al Colegio Electoral. Si no las traemos de casa, buscamos las papeletas de votación para el Congreso y el Senado y las metemos en los sobres. Acto seguido nos dirigimos a la mesa electoral y, tras identificarnos ante sus miembros, introducimos cada papeleta en la urna correspondiente.

Si ahora le hiciera la pregunta, estoy seguro que usted me respondería que sí, que la inmensa mayoría de las personas votan cada vez al Congreso y al Senado. Aunque tengamos derecho a hacerlo, votar en una de las urnas y abstenernos en la otra, es decir, de manera activa y notoria, parecerá una actitud casi rebelde, como si rechazáramos la Constitución.

Pero ahora regresamos al pasado para consultar los resultados de aquellas elecciones generales. Tras visitar diferentes recursos en Internet, nos hemos quedado en el Ministerio del Interior, aquí, recordando que se trata del organismo que emite la información oficial durante las jornadas electorales y que ofrece los resultados de todas las convocatorias a urnas celebradas desde el referéndum de la Reforma Política de 1976 inclusive, aunque exceptuando los de las elecciones autonómicas.

Abriré paréntesis para pedirle al ministro Marlaska dos cosas: la primera, que publique de una vez los resultados de las últimas elecciones generales, las del 23 de julio, que ya han pasado cuatro meses y hasta tenemos nuevo gobierno gracias a sus resultados. Y la segunda, que celebre su continuidad de ministro ordenando la publicación de los resultados de las elecciones que se celebraron durante la Segunda República, pues en aquellos años las votaciones reunían garantías democráticas y, además, la historia de España no comenzó tras la muerte del dictador.

Volviendo al asunto principal de hoy, tal como usted puede comprobar si ya lo conocía, o si ha activado el enlace del ministerio, la búsqueda de información es muy fácil y la que se ofrece muy completa. Si seleccionamos los tres años antes citados, los de la Transición, obtendremos los siguientes resultados:

Datos que, traducidos a porcentajes de participación, para el Congreso fueron del 78.83% (1977), del 68,04% (1979) y del 79,97% (1982) mientras que, por su parte, para el Senado en las mismas tres convocatorias fueron del 10,28%, del 67,43% y del 37,44%.

Dicho de otra manera, en 1977 solo dos de cada quince personas que votaron al Congreso lo hicieron también al Senado. Aunque en 1982 la abstención activa al Senado no fue tan exagerada, no votaron en esa urna ni la mitad de los que lo hicieron al Congreso. Y, para terminar de rizar el rizo, entre medias de ambas convocatorias se celebraron las generales de 1979, donde la diferencia entre los abstencionistas al Congreso y al Senado solo fue del 0,61%. Por tanto, estas también resultaron extrañas, pero por romper de manera tan elocuente con la pauta de las anteriores y las posteriores.

De las trece elecciones generales restantes, en ocho de ellas (1986, 1996, 2011, 2015, 2016, 2019A, 2019N y 2023) la abstención fue más alta en el Senado que en el Congreso, pero únicamente en las del 20D de 2015, las que sentenciaron el final del bipartidismo, la diferencia superó el 1% (fue del 1,42%). Dicho sea de paso, bien pobre fue, por tanto, el resultado conseguido por las siete campañas distintas y lanzadas por otros tantos promotores que, para reclamar la eliminación del Senado, seguían activas en la plataforma Change.org de Internet.

En las cinco convocatorias restantes la abstención fue superior en las urnas del Congreso, pero la mayor diferencia fue del 0,64%, en 2008. Por tanto, empates técnicos en todos los casos, lo que sirve para destacar con mayor convicción la excepcionalidad de los comportamientos del censo electoral en 1977 y 1982.

Por tanto, solo dos terremotos políticos de tal envergadura que habrían sido imposibles de olvidar y motivo de análisis e investigaciones varias desde diferentes ángulos podrían explicar que más de 27,5 millones de actos de votación protagonizados por otros tantos electores consistieran en manifestar a las autoridades electorales responsables de las urnas que solo votarían en la del Congreso.

Merece la pena mencionar que todos los partidos importantes presentaron candidaturas al Senado en 1977 y 1982, por lo que no hubo, al menos que yo recuerde, llamamientos relevantes a la abstención en la urna del Senado durante ambas campañas electorales.

Terminaré reconociendo que usted me recordará, y no le falta razón, aquello de que “agua pasada no mueve molino”, pero también es cierto que no hay regla sin excepción y que, si existe un periodo histórico con muchas incógnitas por desentrañar, el de la Transición en España tras el final de la dictadura franquista es de los que se llevan la palma.

De hecho, algunos personajes y personajillos de aquella época destruyeron tanta documentación pública que hay muchas verdades que jamás conoceremos.

Valga lo aquí escrito y preguntado para añadir un nuevo granito de arena que anime a la búsqueda de la verdad, condición imprescindible para construir cualquier sociedad que pretenda gestionar y consolidar la democracia.

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