Una elección del uno por ciento
El más reciente escándalo en las primarias republicanas: el copresidente estatal de la campaña de Mitt Romney tuvo que renunciar. La razón: una bronca pasional con un hombre…
Que la elección presidencial estadounidense parece estar reducida, con su tsunami de fondos ilimitados y no regulados, a un concurso entre millonarios para imponer a su favorito en la Casa Blanca ya no es noticia. Para muchos la impresión es que, más que cualquier otra, ésta es una elección del uno por ciento, para el uno por ciento y por el uno por ciento, guiada, diseñada y coreografiada por los mejores técnicos especializados en crear una ilusión de democracia mientras los dueños del juego se dedican al negocio del poder real. Por lo tanto, tal vez lo más interesante ahora son los detalles raros y absurdos de este concurso o las cosas que se revelan de la clase política por accidente.
Por ejemplo, el sábado pasado hubo un revuelo en el estado más orgullosamente antiinmigrante del país, Arizona. Ahí, una de las figuras más “machas” de la política estatal, un sheriff reconocido por su feroz posición antiinmigrante y su fama de ser ex militar y gran defensor de la “ley y el orden”, también candidato al Congreso, de pronto tuvo que renunciar como copresidente estatal de la campaña presidencial del republicano Mitt Romney. La razón: una bronca pasional con un hombre, que además es… ¡un inmigrante mexicano!
Paul Babeu, político muy popular en Arizona, sheriff del condado de Pinal, anunció su renuncia después de que en los medios locales se publicaran versiones de que había amenazado con deportar a un ex novio, originario de México, cuando éste –identificado como José– rehusó callar una relación que, afirmó, duró años. José declaró al Phoenix New Times que rehusó firmar un acuerdo de que jamás revelaría su relación con Babeu y por ello fue amenazado con la deportación. El sábado, Babeu debió confesar, en conferencia de prensa, que tuvo una relación “personal” con José, pero rechazó que hubiera amenazado con deportarlo, aunque admitió: “La verdad es que soy gay”. Las primarias en Arizona se realizaron estos días y lo último que deseaba Romney, que destaca sus credenciales de “conservador” extremo, es que alguien asociado con él sea gay.
Hablando de extranjeros, los republicanos aún intentan mantener la sospecha de que Obama no es norteamericano. Entre las filas ultraconservadoras se sospecha todavía de la veracidad de su acta de nacimiento y aunque los precandidatos han abandonado esa línea de ataque (que utilizaron en la elección de 2008) desean generar la idea de que aun si Obama es estadounidense, sus ideas sí son extranjeras. A falta de poder llamarlo “africano” o “musulmán”, como intentaron antes, ahora el peor insulto es que es un socialdemócrata o socialista estilo europeo. El precandidato presidencial republicano Newt Gingrich lo ha acusado de estar “a favor del socialismo europeo”; Romney ha afirmado que promueve un “Estado de Bienestar estilo europeo” en contraste con el suyo, que es de “un país libre”. Como señala el columnista Harold Meyerson, de The Washington Post, la “culpabilidad por asociación era mucho más simple cuando la asociación, o supuesta asociación, era con comunistas. En su ausencia, los republicanos han tenido el reto de volverse más ridículos y lo han logrado”.
Mientras tanto, hubo un intenso debate sobre la “libertad de religión” cuando los obispos católicos proclamaron su oposición a que hospitales y escuelas católicas paguen el costo de anticonceptivos para sus empleados, como estipula la reforma de salud impulsada por Obama. Cuando el gobierno de Obama logró dar vuelta a la férrea oposición de la jerarquía católica, al decir que las aseguradoras y no sus instituciones pagarían esos costos, los obispos insistieron en que nadie debe pagar por algo tan lleno de maldad como la contracepción. Ahora algunos republicanos atacan a Obama como “enemigo de la religión”.
El espectáculo de la jerarquía –por definición de puros hombres– defendiendo sus supuestos principios morales sobre la sexualidad, a pesar de que una vasta mayoría de sus fieles no comparte su punto de vista y de que no hay ninguna mención de tal cosa en la Biblia, fue triste. Pero lo más notable, casi obsceno, señalaron cómicos y satíricos, fue que una institución que pasa por una de las peores crisis de su historia –y paga indemnizaciones multimillonarias– por las perversas actividades sexuales cometidas con menores de edad por varios de sus pastores espirituales, y luego encubiertas por sus líderes, aún crea que tiene autoridad moral para pronunciarse sobre esto. Pero reveló, una vez más, esa combinación tan letal de política y religión en este país.
Tal vez el ejemplo más extremo de esta mezcla entre política y religión entre los republicanos es el precandidato Rick Santorum, quien no sólo se pronuncia en contra de la anticoncepción, sino también descarta el calentamiento global, la teoría de la evolución, afirma que el sexo gay es “bestial” y hasta cuestiona el papel del Estado en la educación (sus hijos fueron educados en casa), todo en nombre de su fe católica. Que sea un candidato viable para la presidencia provoca que muchos aquí griten “¡Dios nos salve!”.
Y mientras tantas cosas serias ocurren, el reventón continúa en Wall Street. Hace un par de semanas se realizó un rito anual de una fraternidad de banqueros y ejecutivos de Wall Street que se divirtieron burlándose de Ocupa Wall Street y de cómo fueron rescatados de la crisis por el tesoro público. Todo culminó con el rito de inducción de nuevos miembros, quienes deben vestir ropa de mujer, bailar, cantar y someterse a un bombardeo de pastelitos y servilletas empapadas de vino exclusivo. Estos son, como reportó The New York Times, los que toman decisiones cotidianas que “colectivamente pueden hacer o romper los mercados financieros globales”.
Sólo con estos ejemplos –y hay muchos más– se puede concluir que, por un lado, los conservadores aquí tienen razón: la inmigración, el socialismo y el sexo amenazan a Estados Unidos. Por otro, que tal vez el estribillo de la canción tema de la gran película Cabaret es el mejor ejemplo para describir la coyuntura en este país: “la vida, mi amigo, es un cabaret”.
* De La Jornada, de México. Especial para Página/12