Veinte años sin el duende y la voz de Camarón
El cantaor sigue siendo el artista más ensalzado de la historia del flamenco.
Cuando alguien le comentó a Juan Belmonte, el gran revolucionario del arte de la tauromaquia, que para agigantar su figura histórica sólo le faltaba morir joven en el ruedo, el diestro sevillano contestó con ironía: “Se hará lo que se pueda”.
Camarón de la Isla sí murió joven, con sólo 41 años, el 2 de julio de 1992 -mañana hará veinte años- en la cima de su gloria. Reconoció en muchas ocasiones que lo que más le habría gustado hacer, además de cantar, habría sido dar una media verónica como sus amigos Curro Romero o Rafael de Paula. Pero las descomunales e innatas condiciones para el cante que atesoraba y, por otro lado, su pavoroso miedo a la muerte, le alejaron del toro y le marcaron con nitidez el camino del arte jondo.
Ha sido, indudablemente, el artista más ensalzado en vida de la historia del flamenco, tanto por sus propios compañeros de profesión como por la gran mayoría de los aficionados. Gracias a Camarón, esta música popular de raíces centenarias alcanzó aceptación en algunos ámbitos que, hasta su arrolladora irrupción en el mundo del cante, le habían estado vedados.
A lo largo de sus cuatro intensas décadas de existencia, Camarón de la Isla se hizo leyenda. Era todo un símbolo y un mito para la gitanería, que le veneró como quizá a ningún otro cantaor. Revolucionó el universo sonoro del flamenco y consiguió convertirse, junto a Paco de Lucía, que compartió con él su fértil en la primera época, en la figura flamenca más conocida en el ámbito internacional.
Tras un concierto en el parisino Cirque D’Hiver, la prensa francesa le bautizó como el “Mick Jagger flamenco”. Ya le habría gustado al líder de los Rolling Stones ser el “Camarón del rock”. Su personalidad artística ha impregnado toda una época. El característico metal de voz de Camarón, su eco dulce y desgarrado a un tiempo, y el desbordante sentido rítmico que siempre le caracterizó le convirtieron en un inaccesible modelo a imitar. Muchos de los jóvenes cantaores que han surgido tras él están marcados por el inconfundible estilo interpretativo de este gitano salinero. Para entender la evolución del flamenco durante las últimas décadas es imprescindible hablar de un antes y un después de José Monge Cruz, Camarón de la Isla.
“Es tan blanquito que parece un camarón”
Nació en la localidad gaditana de San Fernando el 5 de diciembre de 1950, hijo de Juana Cruz, gitana canastera y cantaora, y de Luis Monge, gitano herrero. Su tío Joseíco, siempre se prestó a rebautizar a familiares y vecinos, acuñó para aquel crío rubio de piel suave y ojos claros, un nombre que pasaría a la historia. “Es tan blanquito que parece un camarón”, comentó al verle por primera vez. A los ocho años, José comenzó a cantar y en el universo flamenco enseguida se corrió la voz de que había un chavalito gitano que sonaba “como un viejo”. Empezaba a fraguarse el mito. Poco después, su presencia ya era habitual en las reuniones flamencas que tenían lugar en la Venta de Vargas. Hasta allí llegó el propio Manolo Caracol para escucharle. José también cantó para la otra gran figura flamenca de la época, Antonio Mairena. Los dos patriarcas del cante gitano debieron de sentir un escalofrío al descubrir la voz infantil de Camarón, ya cargado de duendes, tragedia, premoniciones milenarias y fatalismo. Aquel sonido con el peso de los siglos, envuelto en un eco infinitamente dulce y respaldado por un conocimiento enciclopédico de los palos flamencos básicos impropio de alguien con tan temprana edad.
José se fogueó profesionalmente en Madrid en el tablao Torres Bermejas. Allí coincidió con figuras de la talla de Mario Maya, El Güito, Carmen Mora, Pansequito o Bambino. En aquella época, todos los artistas flamencos concentrados en la capital se reunían a diario. Ese ambiente enriqueció su repertorio, escuchando cantes de unos y otros que él acabó haciendo a su manera. En Madrid grabó su primer disco, junto al guitarrista Antonio Arenas, y también en la capital se estrechó su amistad con Paco de Lucía. El encuentro entre ambos supuso un hito en la historia del flamenco. Otra persona fundamental en la vida de José fue Tomatito. El guitarrista almeriense tenía sólo 18 años cuando grabó, junto a Camarón, La leyenda del tiempo, un disco innovador que apareció en 1979 y supuso el punto de arranque de una verdadera revolución flamenca.
Aquello fue el origen de lo que, después, se ha llamado el “nuevo flamenco”. Tomatito siempre ha asegurado que, en aquel momento, no se dio cuenta, ni remotamente, de la importancia de lo que estaban haciendo. Lo de aflamencar letras de Federico García Lorca o cantar las cosas de Kiko Veneno, con acompañamiento de batería y sonidos eléctricos, se desconcertaba. “Al principio, me resultaban muy difíciles aquellas canciones”, recuerda. “Yo le decía a José que no me gustaban, que eran muy feas, y él se reía”. “Camarón me decía: ‘no te preocupes, Tomate, que nosotros le damos la vuelta a esto. Ya tenía en la cabeza lo que quería hacer. Estaba a años luz de todos nosotros”.
Una capacidad creadora muy poco común
Viviré, que apareció en 1984, fue el primero de sus discos y empezó a cosechar ventas importantes: 31.000 copias. Después Soy gitano (1989), grabado con Tomatito, Vicente Amigo y la Royal Philarmonic Orchestra, le proporcionaría a Camarón el primer disco de oro. En todo momento, Camarón se mantuvo fiel a sus raíces artísticas y humanas. Ni el relumbrón, ni los compromisos profesionales consiguieron desviarle del camino que se había marcado. En su último disco, Potro de rabia y miel, cantaba por bulerías: “Yo tengo una chabola, / que está a la orilla de un río, / donde tengo a mi gitana, / a mi mujer y a mis niños, / a mis niños de mi alma”.
Fue un artista realmente muy grande. La timidez y parquedad de palabras características de José escondían una notable inteligencia natural y una capacidad creadora muy poco común. Absorbió desde niño toda la música flamenca que había a su alrededor y fue capaz de revolucionar el cante partiendo desde la raíz. Ahí está su obra, que consta de casi 20 discos grabados en estudio, además de otros muchos en directo.
El “hermano” Paco de Lucía
Camarón llegó a Madrid, por primera vez, con poco más de dieciséis años, y en la capital se encontró con otro gaditano, éste de Algeciras, con quien iba a formar la pareja más fructífera de la historia del flamenco: el guitarrista Francisco Sánchez Gómez, Paco de Lucía. Entre los dos protagonizaron una auténtica revolución musical. La primera vez que entraron juntos al estudio de grabación Paco tenía 21 años y Camarón sólo 18. Aquel primer disco de ambos, Detrás del tuyo se va, constituye ya una obra maestra de obligada referencia. Después vendrían joyas como Cada vez que nos miramos, El espejo en que me miras, Canastera o Castillo de arena. Nueve discos de larga duración entre 1969 y 1977, además de un “single” con cuatro villancicos flamencos. Durante su segunda etapa de trabajo común, aparecerían discos ya mucho más conocidos fuera del ámbito estrictamente flamenco: Como el agua, Calle Real, Viviré y Potro de rabia y miel.
Desde que Paco de Lucía y José se conocieron, hubo siempre entre ellos una fascinación artística mutua y una entrañable amistad. Tras la muerte de Camarón, una serie de acusaciones sin fundamento, en las que se hacía responsable a Paco de Lucía y a su padre, Antonio Sánchez, de haberse apropiado de los derechos de autor de Camarón, hizo pasar al guitarrista algecireño por uno de los trances más amargos de su vida. Durante un año permaneció deprimido, sin sacar la guitarra de su estuche. Las certificaciones de la SGAE aclararon el asunto, echando por tierra el bulo y poniendo las cosas en su sitio. Con las heridas aún abiertas, Paco nos confesaba: “Camarón y yo éramos más que hermanos, entre nosotros había algo muy especial, una complicidad, un respeto, una amistad muy intensa, una compenetración que no se puede imaginar”.
* Publicado en el diario “Público”