Vuestro delito
Jesús Gómez Gutiérrez*. LQSomos. Junio 2015
Todo rey nuevo es hijo de una ignorancia vieja
Somos lo que comemos, culturalmente hablando. Y como aquí comemos mierda, somos mierda.
Discúlpenme el lenguaje, pero es verdad. Cuando algún viejo afirmaba que hay que recuperar el hilo roto en 1939 y enterrado —y falseado— desde 1978, se hacía el silencio. ¿De qué habla ese demente? ¿Qué coño dice? Los hijos de la transición siguen sentados en los pupitres franquistas. Si alguno aprende, le cavan la zanja y lo tiran dentro. Y no hay mucha intención de aprender.
Ése es vuestro delito: la falta de intención.
Hoy se cumple un año desde que nos impusieron otro rey, y no es casual que casi todas las palabras subversivas que se pueden citar al respecto sean de hombres y mujeres fallecidos, y de hombres y mujeres cuyas declaraciones políticas se han borrado cuidadosamente o empujado cuidadosamente hacia los márgenes. Cartas, discursos, entrevistas, manifiestos. A veces, obras enteras. Vicente Blasco Ibáñez, Federico García Lorca, Ramón María del Valle-Inclán, Antonio Machado, María Teresa de León, Manuel Altolaguirre, Luis Buñuel y no sigo por no aburrir.
¿Por qué son imposibles hoy? ¿Por qué estarían todos en la cárcel? Loor a las preguntas retóricas.
Esto es lo que escribió uno de ellos el 24 de septiembre de 1921, hablando de gente que no se atrevió a ser ni a saber ni a hacer lo que se debía. Su autor, Antonio Machado; su receptor, Miguel de Unamuno:
«Comenzaron proclamando la accidentalidad de la forma de gobierno, muy a destiempo y en provecho inmediato de la superstición monárquica y del servilismo palatino. Con ello han conseguido anular la única noble —aunque de corta fecha— tradición política que teníamos, y la labor educadora de Pi y Margall y Salmerón y otros dignos repúblicos, que emplearon cuarenta años de su vida en convencer al pueblo de todo lo contrario. Abandonaron el republicanismo; algunos fueron más allá sin vocación suficiente para ello; otros, los más, quedaron en actitud torpemente pragmática, sin dignidad (…) El pueblo hablaba de una idea republicana, y esta idea era, por lo menos, una emoción, ¡y muy noble, a fe mía! ¿Por qué matarla? En vez de ahondar el foso donde se hundiese la abominable España de la Regencia y de este reyezuelo, repugnante lombriz de caño sucio, afirmando al par el republicanismo, y acrecentándolo, depurándolo, enriqueciéndolo de nueva savia, decidieron echar un puente levadizo hasta la antesala de las mercedes. Pecaron de inocentes y, quizás, de fatuos y engreídos, porque pensaron, acaso, que ellos podrían, una vez dentro de la olla grande, dar un tono de salud al conjunto pútrido del cual iban a formar parte. ¡Gran error! Creo que es preciso resucitar el republicanismo, sacando las ascuas de la ceniza y hacer hoguera con leña nueva.»
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