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Patxi Ibarrondo*. LQSomos. Noviembre 2015
Hasta dónde puede llegar la torcida estupidez del ser humano es algo que tiene más que ver con el abismo sideral que con la lógica común. Es un pozo abisal sin fondo que uno renuncia a indagar por pura estupefacción, sabiendo antemano que es empresa imposible.
Dejando aparte, por un momento, la gran escena de las monumentales masacres del terror religioso cotidiano (Madrid, Paris, Irak, Afganistan, etc) podemos observar, a pelo y sin intermediarios ni barreras, esa desgracia de cerebro que nos habita. Ese dispositivo del cráneo que nos hace capaces de cualquier monstruosidad:
Torrelavega. Noviembre de 2015. Barrio de la Inmobiliaria. Cuatro jóvenes, tres varones y una mujer entran en un abarrote chino, se lucran unas cervezas y pretenden irse sin pagar.
Cuando el encargado del establecimiento les llama la atención y les señala la obligación de pasarse por la caja registradora, se produce lo imprevisible. Los “clientes” montan en cólera y seguidamente le propinan al ciudadano chino una paliza de muerte. Y muerto ha quedado, tras su paso por el hospital. Ese es el resultado mayor de la toma de cerveza sin permiso.
Todo ocurrió ante testigos y sin que nadie osara intervenir; supongamos que por parálisis sobrevenida en un preventivo “por si acaso”…
Al fin y al cabo era un chino, y si hay alguien lo que abunda en este mundo son los chinos. Ya se sabe, están por todas partes, generalmente metidos en el comercio. El de Torrelavega era uno más de esos miles de inmigrantes de la inmensa China.
Ya se sabe también que lo chinos son gente rara, poco comunicativa y demás. No se integran, fuman mucho, se suelen lavar poco y van a lo suyo, que es la pasta. Siempre están detrás del mostrador, no aprenden nuestro idioma y parece que te toman el pelo. En fin, son seres extraños y se lo montan entre ellos, forman una comunidad aparte, ponen una sonrisa de calcomanía, sin entender nada cuando les hablas y solo están verdaderamente atentos a la caja registradora y a las cámaras antirrobo
Así pues ¿por qué no tomarse unas birras gratis donde un chino de mierda? Y si se pone farruco le damos estopa .
Así, con ese racismo lleno de prejuicios, como de película de la serie B de matones, se consumó la tragedia. Un hombre muerto a golpes y sus tres agresores (dos masculinos y una fémina) en la prisión de El Dueso, a la espera de juicio.
No sorprenden esas lacras de esta supuesta civilización, ya que este mundo está así construido así. Violencia sobre violencia. Simplemente, el comerciante chino se topó con quien no debía. Y la cobardía ciudadana hizo el resto.
Pero lo que sí me sorprende son cosas como esta: Torrelavega, ciudad industrial moderna con 60.000 habitantes, carezca del servicio de llamada de urgencia policial del 092.
Es altamente probable que, si alguien hubiera podido llamar (anónimamente) desde ese móvil que lleva todo el mundo encima, la víctima estaría recuperando en el hospital y no incinerado en el cementerio.
Pero en Torrelavega a la policía local hay que llamarla averiguando su número en la guía telefónica. Y así las cosas, del progreso, siempre es demasiado tarde para evitar lo peor. Lo hechos consumados. Como en el absurdo caso del crimen de las cervezas.