1-octubre-1949: proclamación de la República Popular China

1-octubre-1949: proclamación de la República Popular China

Por Daniel Alberto Chiarenza*

[El maoísmo] también ha sido visto como el comunismo del Tercer Mundo, debido a su identificación con los movimientos de liberación nacional”. De la Vega, Julio César: Diccionario consultor político. Buenos Aires. Ed Librex, 1984


La primera tarea que se plantea la Revolución China es la liberación del imperialismo, la unificación del país y la reforma agraria

Los ejércitos campesinos chinos, liderados por Mao Zedong, estaban fuertemente animados por un extraordinario espíritu de camaradería, una altísima moral y una rígida disciplina. En cambio, los aún gobernantes del campo “nacionalista” (que eran nacionalistas al más puro estilo de Francisco Franco en España que, cuando se veían apremiados o para obtener una victoria a cualquier precio, llamaban a sus amigos fascistas que -obviamente- no eran españoles sino extranjeros) pusieron de manifiesto sus rivalidades internas, su incapacidad militar y su corrupción ofreciendo, inclusive, el espectáculo de unos generales que regateaban y especulaban con los fondos asignados al sostenimiento de sus ejércitos. Llegaron, además, a venderles a los adversarios los abastecimientos y las municiones recibidas. Fueron numerosos los altos jefes del ejército de Chiang Kai-shek que se pasaron al bando de Mao con las armas proporcionadas por los estadounidenses. La ayuda de los yanquis a la China de Chiang puede estimarse -entre 1945 y 1949- en más de 2.200 millones de dólares. Pero, el despilfarro llegaba a la locura.

El 31 de octubre de 1948, las fuerzas lideradas por Mao ocupan Mukden, avanzando rápidamente en su liberador camino hacia el sur; en enero de 1949 entraban en Pekín; Nankín era ocupada en abril y Shangai en mayo.

Finalmente, el 1º de octubre de 1949, Mao Zedong proclama en la plaza de Tian An-men (Plaza de la Paz Celestial) la República Popular China, mientras Chiang Kai-shek se apresuraba a refugiarse en Formosa, isla fortificada por los estadounidenses.

Mao dirá en ese crucial momento: “Nuestra tarea quedará escrita en la historia de la humanidad. Mostrará que el pueblo chino, que constituye la cuarta parte de la humanidad, desde este momento se ha puesto de pie…”.

Retomemos entonces, desde el 1º de octubre de 1949, fecha en la que Mao proclama en la Plaza de la Paz Celestial (Tian An-men) el advenimiento de la República Popular China y la puesta en pie del pueblo chino, se plantea con toda crudeza el problema de la construcción de una nueva sociedad.

En esa nueva sociedad china tenía que pasar al plano de, simplemente, un amargo recuerdo: el ancestral problema del hambre, la opresión, la atadura a esquemas ideológicos milenarios que propiciaban la existencia de una clase ilustrada que explotaba material y moralmente al pueblo chino.

Y otra de las dificultades, no menos importante que las anteriores (en un mundo bipolar, globalizado en la Guerra Fría), fue establecer en el esquema de ese repartimiento del planeta en “zonas de influencia” por parte de las dos superpotencias de posguerra, una solución independiente y de autonomía concreta.

Presionada por este condicionamiento básico, la revolución china está fuertemente marcada por una toma de conciencia nacional, ingrediente que lamentablemente faltó a otros procesos revolucionarios que surgieron a la faz del mundo con una “independencia protegida”.

“Los comunistas chinos construyeron su victoria ulterior de la misma manera que Josip Broz ‘Tito’ -que se impuso en la Yugoslavia ocupada-, como el verdadero jefe de la resistencia antihitleriana”.

En efecto, tanto en China como en Yugoslavia, las dos democracias populares que más decidida resistencia opusieron a la hegemonía soviética, las dos únicas en que los comunistas no llegaron al poder en los furgones del ejército rojo (soviético), los revolucionarios se colocaron -para triunfar- la máscara nacionalista. Dicho esto, ¿no sería, entonces, más simple leer “nacionalismo” en vez de “comunismo”?

“Una de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial fue, por tanto, la aparición y desarrollo, en el medio rural, de un ‘nacionalismo de masas'”.

Pasada la Segunda Guerra Mundial, se vieron debilitados en el mundo colonial y semicolonial los lazos de dependencia y los grados de injerencia de las respectivas potencias, es entonces cuando comienzan a desarrollarse poderosos movimientos independentistas. La primera meta de estos movimientos era superar el atraso histórico a que habían sido obligadamente relegados.

En este marco, la Revolución China presenta una cautivante originalidad.
Les preocupa fundamentalmente superar la burocratización del Estado, vicio en el que habían caído otros procesos revolucionarios y, por el contrario, asignarle el primer plano al creciente protagonismo de las masas.

Es así como, aún hoy (aunque con otros ingredientes, tal vez más perniciosos), el proceso chino no aparece ante la óptica mundial como anquilosado e inconcluso, sino todo lo contrario, se encuentra en permanente revisión y transformación, ejerciendo -en forma consciente- la crítica y la autocrítica.

De allí la seguridad de su líder, Mao Zedong, cuando meses antes de la entrada triunfal en Pekín declaraba: “La guerra revolucionaria del pueblo chino ha tomado ahora un nuevo giro… el giro de la historia”.

Luego de la sacrificada y sanguinolenta victoria se imponía una nueva etapa. La etapa de la construcción de la nueva sociedad, pero para ello había que superar el primitivismo de las estructuras sociales impuesto por la centuria de depredación imperial, la acción de los terratenientes, la brutal corrupción y la herencia del gobierno del Kuomintang, es decir el gobierno nacionalista que tuvo por vértice a Chiang Kai-shek.

La manifestación coyuntural en lo económico más evidente del gobierno de Chiang estaba dada por una inflación pavorosa que parecía irrefrenable. “Se utilizaron cuatro frentes de acumulación, como bases para el desarrollo: se frenó el drenaje de ganancias para el exterior; al trasladar la propiedad agraria a manos de los campesinos se les pudo hacer participar, con sus aportes, en las nuevas tareas; la supresión de la burocracia motivó un excedente antes no aprovechado sino por unos pocos; se limitaron las ganancias de los capitalistas “nacionales”, obligados a devolver parte de sus ingresos a la comunidad”.

Todo esto pudo ser posible por la obligada toma de conciencia nacional en que se vio aglutinada la sociedad china luego de la agresión japonesa.

Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que los dos motores de la revolución popular china fueron el nacionalismo y la cuestión agraria.

“Ante las atrocidades del ocupante, los campesinos, sin otra salida que apoyar al ejército rojo, adquirieron una conciencia nacional que hasta entonces había sido patrimonio exclusivo de las clases ilustradas. En las ‘zonas liberadas’, la reforma agraria fue un gran acicate para la movilización de los campesinos y alteró profundamente las relaciones sociales en sectores de la población que hasta entonces habían vivido en la miseria y la sumisión”.

Mao planteó claramente la estrategia revolucionaria en esos primeros pasos que siguieron a la toma del poder. Había que combinar alternativamente y concomitantemente dos tareas: una, de carácter democrático-burgués y; otra, estrictamente socialista. En la primera tarea se planteaba la liberación del imperialismo, unificación del país y reforma agraria.

Y la segunda, se relacionaba con la planificación de la industria estatizada y la colectivización de la economía agrícola.

Inmediatamente se propusieron la reorganización de la administración fiscal y restablecimiento de un equilibrio presupuestario. “Las tasas de interés de los préstamos a los negociantes de Shangai, que de junio de 1949 a diciembre del mismo año pasan: del 24-30 por ciento al 70-80 por ciento; vuelven a descender al 18 por ciento en abril de 1950 y, en abril de 1951 al 3 por ciento. Durante 1950 los precios se estabilizan y el Yuan (la moneda china) se fija a un cambio aproximado de 0,4 dólar USA”. Blanco, Lucien: Asia contemporánea. Historia Universal Siglo XXI, Tomo 33, Madrid, Ed. Siglo XXI, 1976.

* Desde Burzaco (Buenos Aires). Redactó unos 200 fascículos dirigidos por Don Pepe Rosa. Colaboró, desde la apertura democrática en 1983, con publicaciones como NotiLomas, Buenos Aires/17 y Volver a las fuentes. Comunicador de temas históricos en radios locales: FM Ciudades, FMB, AM 1580, FM Sueños. Relator de las Comisiones de Identidad Bonaerense, y otras en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires. Redactor en los periódicos InfoRegión y La Unión. Docente jubilado, regente y director del Instituto Lomas y profesor de Adultos. Es autor de los libros Historia general de la provincia de Buenos Aires (1998); El olvidado de Belém: vida y obra de Ramón Carrillo (2005); Ramón Carrillo: vida y obra del ilustre santiagueño; Historia Popular de Burzaco T. 1 (2009); Santiago del Estero-Belém do Pará. Una vida, un destino: Ramón Carrillo (2010); El Jazz Nacional y Popular (2017).

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