18 de Julio: bebiendo el mismo vino
En memoria de mi padre y de todos aquellos hombres que, hablando distintas lenguas, defendieron un mismo sueño, bebieron del mismo vino y cantaron las mismas canciones.
Releo ahora el artículo de un ciudadano que, “con el debido respeto hacia todos los que sufrieron la barbarie de la lucha fraticida…” y refiriéndose a la guerra antifascista de 1936, este señor ”se lamenta de la excesiva utilización que del concepto memoria histórica se hace por parte de un sector concreto de la izquierda, sobre todo teniendo en cuenta que aquella guerra civil la perdimos todos y que hubo víctimas y verdugos de las dos partes, empeñándose en emplear las víctimas como arma arrojadiza”.
Hace este señor sus valoraciones sobre la Constitución, para pedir por último que entre todos hagamos hacer un esfuerzo para superar y cerrar definitivamente las heridas de aquella contienda.
Quizá, lo primero que debiéramos dejar claro y de una vez por todas es que aquella no fue una guerra civil en el sentido en el que yo entiendo el término. El poeta Miguel Hernández diría en 1937, en uno de sus más poderosos poemas de guerra:
Aquí no se pelea por un buey desmayado,
sino por un caballo que ve morir sus crines,
y siente sus galopes debajo de los cascos
pudrirse airadamente .
Evidentemente y para vergüenza de ese amplísimo sector del ejército que toma las armas y no es para ponerse del lado de la Constitución de 1931; cuando, fracasado el intento de golpe de estado de las primeras horas del 18 de julio del 36 y no contando con la complicidad del pueblo, los rebeldes emprenden una feroz represión organizada desde las más altas instancias militares, empezando por la ejecución de todo general, jefe del ejército, tropa, gobernadores civiles, sindicalistas y ediles; fusilando a uno de nuestros máximos poetas, a algún novillero y más de un maestro nacional. Cuando la sangre de los fusilados en masa corre por las calles de Badajoz. Entonces, en propiedad, no se debe de hablar de guerra civil, sino de una despiadada cacería que, viniendo de los que enarbolan el cristo y sus valores como estandarte, la llevan hasta su última consecuencia, con el apoyo de los elementos más retrógrados de la Nación: el dinero de Juan March más diez millones de dólares aportados por el miserable Alfonso XIII a los golpistas, las bendiciones de la Iglesia vaticanofascista y los camisas azules de José Antonio Primo de Rivera. Sin el apoyo popular del pueblo español.
Del otro lado y en apoyo de la Constitución vigente se alinean los sindicatos, intelectuales de izquierda formados en la Institución Libre de Enseñanza y en la Residencia de Estudiantes de la calle del Pinar, mujeres y hombres que habían llevado la palabra y el cine, las obras de nuestros clásicos, con las Misiones Pedagógicas hasta los rincones más inhóspitos y alejados de la Península. Por eso, cuando todo este colectivo humano toma las armas, no lo hace solo para tomar unas tierras que le niegan el pan cotidiano, no lo hace solo para arrebatarle al fraile sus privilegios y cortarle la cabeza a su rey; ni lo hace por el placer de acabar con una cultura que solo a unos pocos llegaba, lo que realmente quiere ese pueblo es incorporarse de pleno derecho al concierto de las naciones que ya hacía años habían emprendido el camino del progreso.
Mientras del lado nacionalista se le devuelve su patrimonio al rey y su hijo pide incorporarse a las filas del Glorioso Movimiento Nacional, y se inclinan los regímenes nazifascistas de Hitler, Mussolini y Salazar; del lado de la República pelean obreros llegados desde los puertos de Nueva York, desde la campiña francesa y desde las Islas Británicas luchan y mueren juntos en nuestra tierra mineros y poetas, rusos, austriacos, polacos…y así, mujeres y hombres de hasta 54 nacionalidades, que se involucran en la defensa del Frente Popular y de la República, junto a un pueblo al que, para mayor inri, las democracias del mundo han dado la espalda por temor a desencadenar una guerra mundial que ya los estrategas de Berlín y Tokio aderezan.
Pero este pueblo de asnos, de tierras estériles, de poco más que flores y gentes incultas y miserables. Este pueblo de anarquistas, de locos y visionarios, de gentes sin dios, de piedras milenarias ayer habitadas por filósofos y poetas árabes y hebreos, por donde antaño desfilaran las legiones romanas y hoy pastorean ganados, este pueblo que se pasa media vida al pie de los santos y otra media quemándolos; este pueblo no merece que la raposa de su majestad británica apueste por él. Ni apuesta tampoco el inquilino de la Casa Blanca, ni ninguno de los mandatarios que comparten en esas horas el mantel de las democracias, si exceptuamos al Presidente Cárdenas. El temor se instala en las chancillerías de Europa, cuando aún la mal llamada nobleza de Europa no se ha quitado el luto por sus parientes, los Romanov, desaparecidos en la vorágine de la Revolución Soviética, ni se han apagado el eco de las palabras de Lenin pidiéndoles a los obreros que se unan para destruir el Estado burgués e instalar en su lugar un gobierno bolchevique, algo que en España no van a tolerar, aunque para ello haya que sacrificar la soberanía de un pueblo.
Realmente, aquella guerra nuestra fue otra cosa. Fue algo más que luchas de campesinos contra el poder feudal. Algo más que una lucha fratricida, como tantas veces se ha repetido a propósito de la revolución española. Jamás en la historia de España, ni en el más remoto pasado, se había dado tal conjunción de fuerzas del lado del progreso como sucedió en 1936.
Lástima que la quebradiza memoria de este pueblo no vuelva sus ojos hacia los libros de un hombre, fallecido en Méjico ahora hace treinta y cinco años, que dijo:
“La guerra de España – la nuestra – fue una guerra de clases, quien no la vea así no puede comprenderla; guerra del pueblo contra las oligarquías.”
“La segunda República Española quedará como paradigma, de una parte, de la ilusión general de un pueblo sediento de justicia y de saber y, por otra, del empuje de una minoría gobernante por sacar a su país del atraso cultural …”, (Max Aub).
Por eso, hablar de que en los dos lados hubo excesos no es hacer justicia con aquel proyecto que se puso en marcha el 14 de abril de 1931. Cualquier libro medianamente serio y científico sobre aquellos hechos no hace si no demostrar que, los derechos adquiridos por los ciudadanos de entonces eran tan bienvenidos por la burguesía como el derecho a la vivienda y a un trabajo dignos en nuestros días, a condición de que se quedaran ahí, en la Magna Carta. Pero si el pueblo, iluminado por las nuevas ideas de sus lideres, pretendía tomar al asalto el poder que permanecía en manos de los que administraban el país como si de un coto privado se tratase, no cabía duda de que, ni todas las constituciones del mundo juntas ni todos los poetas del universo reunidos en asamblea podrían evitar que los generales, los obispos y los banqueros, reunidos en santa alianza, pusieran las cosas en su sitio. Allí de donde jamás debieron moverse para bien de la Patria. Porque la Patria son el Ejército, la bandera, la Corona, el Museo del Prado, la Catedral de Burgos, la espada de el Cid etc., no los braceros hambrientos ni los niños buscando su sustento en los basurales o trabajando en el fondo de las minas. Ni siquiera las mujeres que mueren de un parto porque hasta sus tierras no llega el médico.
Dejo para historiadores y gentes del gremio buscar la analogía entre la Revolución francesa y la española. Quizás la única diferencia sea que aquella triunfó, (dentro de sus límites) en tanto que la nuestra fue abortada. Pero, a estas alturas, nadie medianamente serio le niega al pueblo francés la gloria de haber conquistado el poder. Aunque sucesos posteriores negasen los días que siguieron a aquel 14 de julio de 1789.
Si algo hay de cierto en todo esto es que aquella batalla de hace 75 años la perdimos todos.
Alrededor de 100.000 personas perdieron la vida en los campos de batalla.
10.000 como consecuencia de los bombardeos aéreos.
50.000 por enfermedades.
20.000 por represalias políticas en la zona republicana.
200.000 por represalias nacionalistas durante la guerra.
200.000 prisioneros "rojos" muertos por ejecución o enfermedades entre 1939 y 1943.
Mas cuarenta años perdidos y millares de patriotas muertos lejos de la Patria, unos combatiendo al nazismo en las ciudades y en los campos, otros en cualquier ciudad o villorrio donde le sorprendió la muerte, y otros tantos caídos bajo las balas de la represión en cualquier emboscada de la Guardia civil o el ejército franquista en aquellos años heroicos de la guerrilla.
No tengo los datos de los estudiantes, sindicalistas y guerrilleros ejecutados o caídos en la lucha contra una dictadura tan cruel como larga, pero aún habrá que sumar a aquellos varios miles de personas que morirán violentamente por oponerse al régimen salido del Movimiento del 18 de julio una vez instalada en el país la “paz” de Franco. Porque con la victoria del “Centinela de Occidente” y sus allegados no llegaba la paz, si no que triunfaba la venganza. Venganza esta que no cesaría si no años después de desaparecido este.
580.000 personas borradas de las estadísticas, en abrumadora mayoría víctimas de la represión franquista, de un país que contaba en 1931 con 24 millones de habitantes, no es como para hacer tabla rasa con las dos partes, afirmando que en ambas se asesinó y se fusiló.
Siempre habrá gentes que defiendan la labor que aquel general llevo a cabo después de hacerse cargo de un país que dejaba tras de sí horas de desolación y de ruina. Como el que hereda un país. Como si la ruina y la desolación no hubiesen venido de su mano. Y ponderarán las cotas de progreso y de bienestar alcanzadas bajo su mandato, aunque los “maravillosos” seiscientos, la televisión y los rascacielos no fuesen capaces de ocultar la ausencia de los miles de intelectuales que fueron arrojados por la salvaje represión al exilio de Europa y de América de donde tan pocos regresarían, para mal de la Patria.
Aunque bajo la lámina de asfalto de sus magníficas carreteras y las aguas de sus innumerables pantanos descansen para siempre aquellos mismos a los que el había combatido, así como las libertades conquistadas y defendidas a ultranza, que siempre hay pueblos que se acostumbran a todo, sobre todo si no les falta el pienso del fútbol y el pan . Aún se gastará mucha tinta en exaltar a aquel que dejó tras de sí “una España moderna” como no lo había sido jamás”: con una vasta red de ferrocarriles, así como una envidiable seguridad social que era envidia de propios y extraños, para que no nos faltara de nada…Lástima que para ello hubiesen de morir de bala, en prisión o lejos de esa misma Patria los poetas más amados del pueblo. Pero entraría dentro del terreno de la ciencia ficción enumerar las conquistas posibles de aquella República si, en lugar de haberla combatido con hierro y con palabras, si en lugar de lapidarla, los generales que no dudaron en hacer correr la sangre sagrada de España hubiesen hecho un ejercicio de humildad ante la voluntad de su pueblo libremente expresada en las urnas aquellos días. Si en lugar de anteponer sus ambiciones personales y el sueño de POR EL IMPERIO HACIA DIÓS, hubieran dejado dormir su camisa azul en el fondo del armario de donde nunca debió salir.
Lástima que tras participar de una forma tan activa en la II Guerra Mundial, aquellos españoles que había defendido durante casi 3 años las puertas de Madrid, los que cruzaron el Ebro y fuera exaltado su valor frente a las bombas y las bayonetas vaticanofascistas por Vallejo, Spender, y Neruda, hombres de reconocido valor y prestigio ante las tropas del III Reich, estos se encontraron sin patria a la que regresar, cuando no fueron ejecutados miserablemente un amanecer en una prisión cualquiera de las muchas que proliferaron cuando el Reino de España fue convertido en un inmenso campo de concentración, mientras el resto de los pueblos acogían a los suyos como héroes.
Setenta y un años después de aquella inmensa cacería organizada por los generales africanistas y para vergüenza de sus vecinos, aún podemos leer las placas con sus nombres en algunas de nuestras ciudades y villas, aquellas que fueron “liberadas del yugo marxista”. Sería bueno preguntar en Moya, por poner un ejemplo de esta isla, en qué momento de su historia las “hordas marxistas” fusilaron a un vecino o quemaron una iglesia los que ostentaron el poder en nombre de la República o del Frente Popular aquellos años, y que justifique el rótulo de una de sus calles en memoria del general Mola. Cabría preguntarse qué hizo tan “bizarro caballero” por esta villa y por los hombres y mujeres que en esos días y los posteriores se encaminaban a diario a las tierras del cacique para sudar bien el cuero, con poco más que una pella de gofio y un mal buche de agua en las tripas.
Porque, señores fascistas, no les hemos perdonado ni un solo muerto de entonces. Aunque no mencionemos sus nombres aquí. No les hemos perdonado ni uno solo de los desmanes que cometieron en nombre de sus sagrados valores. Quizás ustedes tengan razones para vanagloriarse de la ejemplar transición llevada a cabo por este pueblo pero, sepan que aún hay gentes en este país que jamás se reconciliarán ni con ustedes ni con su obra.
Tuvieron que transcurrir más de 40 años para que los españoles pudiéramos votar a nuestros representantes legítimos de nuevo. Aquella bandera que el pueblo español se daba como el pabellón que le representaba en los foros internacionales y que fuese pisoteada por los mismos que convirtieron el país en un campo de tiro, aún no ha sido restituida al lugar de donde fue arrancada en los días de la ira. Ni de la boca de los que entonces vencieron, ni de los que tomaron el relevo en nombre de las ideas de aquellos, salió nunca una palabra de condena por la barbarie desencadenada por los “Cruzados del Glorioso Movimiento Nacional”.
Quizás la diferencia entre el análisis de este señor y los que no damos por bueno nada al margen de la legalidad republicana esta en eso mismo: en que aquella Constitución de entonces fue suprimida por la fuerza de las armas. Y por muy constitucional que sea esta monarquía y las instituciones de ella derivadas, algunos que no hemos caído en la almoneda de cambiar nuestra fidelidad republicana por un electrodoméstico o por unas vacaciones en puerto de mar. Nos negamos a entrar en el cambalache de las ideologías, pues entendemos que todo esto no hace sino llevarnos a jugar el papel de tontos útiles en esta comedia boba que fue escrita hace mucho tiempo por un tipo empeñado en reinar después de morir.
Por último le diré a este señor, a propósito de esta Constitución de 1978 y del “importante papel que ha desempeñado el actual monarca”, que gracias por nada a un rey y a una monarquía hecha a su imagen y semejanza, frutos ambos de aquel golpe de estado y de aquella guerra fratricida que, si bien la perdimos todos, unos se alzaron con los trofeos y de ellos han vivido hasta ahora. En tanto, sobre los hombros de otros muchos aún pesa el indeleble peso de la derrota, sobre todo cada vez que excavamos la dura tierra de las fosas donde fueron arrojados aquellos que defendieron con sus vidas los valores emanados del espíritu del 14 de abril de 1931. Que disfruten el rey y sus beneficiarios de la cuantiosa fortuna acumulada en estos años en pago por los servicios prestados. Gracias por nada porque ya teníamos una Constitución: la del señor Azaña, la de Antonio Machado, la misma que representaba "Pasionaria" y aquellos miles de ciudadanos que eran hacinados y fusilados ahora hace setenta años por defender una República de soñadores y poetas.
Quédense pues ustedes con todo ese bendito estado del bienestar y todas esas mandangas, sus recepciones en Palacio, sus pesadillas por no alcanzar el sueño de ser tocados por la gracia del Premio Príncipe de Asturias, por no participar en las alegres cacerías organizadas desde el Poder; con esa gran factoría de esclavos y fracasados en que han convertido ustedes nuestras ciudades.
Nosotros nos quedamos con nuestra memoria, con nuestra fidelidad a unos principios que no tienen nada que ver con las religiones de los ejércitos y de la banca, con sus ejércitos de psiquiatras, sus ministerios del éxito; con toda esa raza de triunfadores que no tiene otra vocación que el beneficio propio y sembrar los eriales en que van convirtiendo la tierra conquistada con los cadáveres sus competidores. ¡¡VIVA LA REPÚBLICA!!
Bibliografía:
La República española y la guerra civil. G. Jackson. Crítica, 1979.
Morir en Madrid. F. Rossif y M. Chapsal. Era. Méjico, 1970.
Poesías Completas de Miguel Hernández. Espasa Calpe, 1993.
Aforismos en el laberinto. Max Aub. Edhasa, 2003.