A otras cosas
Por Juan Gabalaui*. LQSomos.
El Gran Hermano no se encuentra en un papel personalizado vinculado a una situación de pandemia sino en las tecnologías aplicadas para el control de las personas. En la Unión Europea se planea construir muros y vallas fronterizas…
La derecha se reencuentra con la palabra libertad cuando no gobiernan. Tradicionalmente han apoyado, justificado y tolerado regímenes autoritarios pero ahora gritan libertad como si formara parte de su ideario. La pandemia les ha ofrecido un campo de juego perfecto para activarla. Las restricciones propias de una situación de emergencia sanitaria son traducidas como ataques a los derechos fundamentales, a la libertad de pensamiento y de acción. Lo cual les lleva a catalogar a los gobiernos que las implantan como dictatoriales. Así se convierten en los principales valedores de la libertad y en luchadores contra la dictadura progresista y totalitaria. Además, en el caso del estado español, esta lucha recupera principios y planteamientos propios de la dictadura fascista española como el anticomunismo exacerbado, el tosco y grosero patriotismo, el desmesurado y ofensivo anticatalanismo y la sagrada unidad de España. De esta manera, los activistas de la derecha española luchan contra la dictadura [inventada] con las armas de la dictadura [real]. Esta inversión de lo real pervierte las relaciones sociales y políticas y conduce, inexorablemente, a la patologización de la sociedad.
El activismo de la derecha dificulta que nos podamos centrar en las complejidades del momento que vivimos e identificar con claridad los riesgos y peligros reales. Sus excentricidades absorben la atención y concentran las energías en su neutralización. El uso bastardo de la libertad embrolla la reflexión necesaria y la denuncia de los riesgos actuales que afectan a la libertad de las personas. Los países europeos debaten la idoneidad de un pasaporte COVID mientras se construyen nuevos campos de concentración de inmigrantes en Grecia o se invierten millones de euros en tecnología de vigilancia y control de la población, que ahora mismo es probada con las personas refugiadas e inmigrantes. La extremista Cristina Seguí se queja de que no la dejaron entrar en un negocio privado de Valencia por no tener el pasaporte COVID, mientras decenas de drones recorren las fronteras de Malta, Italia, Grecia, Austria o Croacia. Decenas de personas se quejan de tener que usar mascarillas, mientras miles son monitorizadas a través de sensores térmicos y cámaras especializadas en Polonia, Rumanía o Grecia. La derecha, por supuesto, no dirá ni mu sobre las relaciones de empresas de armas y empresas tecnológicas con la Unión Europea y el trasvase de millones de euros para la investigación y pruebas de nuevos mecanismos de control de la población. No dirá nada porque son inmigrantes.
El posicionamiento de la derecha ante una cuestión humanitaria, como la inmigración y los solicitantes de asilo y refugio, nos explica con meridiana claridad su relación con la libertad. No les interesa nada. Tampoco a los miles de nuevos defensores de la libertad de los últimos dos años. Cualquiera de nosotros, si mira a su alrededor, podrá reconocer a personas que nunca se han interesado por la libertad hasta que les dijeron que tenían que llevar mascarillas y quedarse en casa en un contexto de pandemia. No porque un tirano les obligara, arbitrariamente, a mantenerse en sus casa sino porque eran y son las herramientas básicas de lucha contra las pandemias. Estos interesados activistas han transformado la realidad de tal manera que hablan de tiranos, totalitarismo y liberticidio. Constantemente. Pero no les oirás hablar de la ley mordaza -es probable que la apoyen- ni de las identificaciones por perfil racial -es probable que las justifiquen- ni de la recopilación de información personal por parte de las empresas tecnológicas -es probable que la faciliten sin muchos miramientos. Y aunque no fuera así, estos asuntos no forman parte de sus preocupaciones, al menos como para dedicarles algo de tiempo y esfuerzo. Su relación con la libertad es circunstancial e interesada.
El Gran Hermano no se encuentra en un papel personalizado vinculado a una situación de pandemia sino en las tecnologías aplicadas para el control de las personas. En la Unión Europea se planea construir muros y vallas fronterizas, existen detectores de mentiras -sin base científica- que escanean las expresiones faciales de los refugiados y migrantes para evaluar si han mentido y trasladar esta información a los agentes fronterizos, cañones de sonidos de más de 162 decibelios dirigidos contra los refugiados que quieran cruzar sus fronteras, drones y aeronaves que las vigilen, detectores de movimiento, cámaras térmicas, radares móviles, detectores de latidos y monitores de CO2 para localizar a personas escondidas y centros de vigilancia e internamiento. La derecha, política y social, ha conseguido transformar un problema humanitario en un problema de seguridad, a costa de los Derechos Humanos y los valores que dice defender la Unión Europea, en beneficio de empresas privadas. Nada de esto será objeto de interés de los interesados luchadores por la libertad. Ellos están a otras cosas.
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