A propósito del 20 aniversario de Fresa y chocolate
Consistencia y levedad de aquellos sabores.
Todo acercamiento a la posible trascendencia de Fresa y chocolate (1993, Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío) debiera pasar por el tamiz de que ninguna película es capaz de cambiar la mentalidad sectaria, intolerante, machista, y de ascendencia hispana, judeo-cristiana y católica, que ha gobernado en los primeros doscientos años de historia nacional. El cine puede contribuir, atisbar un futuro de aceptación y proponer el reconocimiento de la diversidad sexual que conlleve la aceptación y comprensión de la homosexualidad, así como el emplazamiento activo y crítico a la sociedad discriminadora y represiva.
Por mucho que algunos y muy conocidos filmes de la misma década (1) que Fresa y chocolate se relacionen con, o aborden de lleno, las vivencias de un personaje homosexual, todavía la imaginería fílmica se mantiene sujeta, por lo regular, al signo de lo escabroso, y la mayoría de estas películas continúan aferradas a la timidez, los circunloquios, las fobias más o menos solapadas de sus realizadores, o al regusto pueril en las exterioridades paradójicas, es decir, “la pluma” o la sordidez. Cuando se toca el tema, casi siempre el contacto tiene lugar desde la comodidad del que contempla y comenta, como si los valores y conflictos inherentes a la especie humana (la necesidad de ser aceptado, de vivir en un ambiente de afecto y armonía) no fueran similares para todos, independientemente de la inclinación sexual. Valga reconocer que, a pesar de las limitaciones, la mirada a lo gay se ha ensanchado como respuesta también a los imperativos de la sensibilidad posmoderna, con su esencial predilección por las otredades y la diversidad, su regusto en lo ambiguo, lo andrógino, lo indeterminado, lo femenino hiperbolizado, lo carnavalesco y rupturista, además de la evidente tendencia hacia lo marginal y desacralizador.
En medio de aquel panorama promisorio de los años 90, caracterizado por cierta frecuencia de la homosexualidad como argumento en el mundo audiovisual de varios países, Fresa y chocolate vino a inaugurar, prácticamente, la temática gay en Cuba en tanto informó, en positivo, sobre la identidad y el comportamiento diferente de un personaje homosexual, Diego, visto desde un prisma completamente favorecedor, además de convertir en paradigma la experiencia cultural —nunca la homoerótica— de este personaje, y de poner en evidencia los mecanismos represivos que actuaban sobre él y sobre otros personajes similares. La película no pretende adentrarse en la lógica interna de Diego ni proyecta una auténtica penetración en su identidad sicosexual. Solo se expone su comportamiento, algunas de las experiencias que comparte con el personaje heterosexual —quien, además, lleva el punto de vista de la narración desde el principio hasta el final— y, por encima de todo, muestra el contraste entre los modos de actuación en el “enfrentamiento” homo-hetero. Porque el guionista, Senel Paz, y los codirectores, han convertido el contraste y enfrentamiento entre el heterosexual y el homosexual en arena donde contienden la ignorancia, el sectarismo y la rigidez excluyente, con la cultura, la flexibilidad y la inclusión.
Pero tampoco hay que idealizar los aportes y trascendencia de una película solo por el hecho de que sea nuestra. Siete u ocho años antes de que se exhibiera Fresa y chocolate se había estrenado mundialmente El beso de la mujer araña. En la novela homónima de Manuel Puig se inspira el filme dirigido por Héctor Babenco, que también construye el conflicto central a partir de la completa oposición entre dos protagonistas de inclinaciones sexuales distintas, ambos confinados en la cárcel: un intelectual activo comprometido con la izquierda, y un gay fantasioso enamorado del glamour y de las historias trágicas y románticas construidas por Hollywood. Pero la oposición, sobre todo inicial, va dejando lugar al deslumbramiento y al hipnotismo, hasta que cada uno comienza a moderar las aristas de su propia intolerancia y se apropia de algunos valores preconizados por el otro, y finalmente terminan compartiendo incluso el sexo, algo a lo que renuncian los personajes de Fresa y chocolate, en pro de una amistad fundada sobre los principios completamente heterosexuales de David.
El beso de la mujer arañaapenas se atreve, como sí lo hace Fresa y chocolate, a conferirle al homosexual el papel de héroe. Según el relato de Puig, y la versión cinematográfica, al “desviado” le vuelve a tocar la victimización y el destino trágico, el amor desdichado y no correspondido, además de otros “atributos” como la inconsistencia de principios, y las migajas de un afecto que nunca, según insinúa el filme, podrá alcanzar la intensidad que él sueña. Los actos más o menos heroicos de compromiso con la causa de su compañero de celda obedecen al deseo o a la voluntad de agradecer, y de tal vez propiciar, relaciones sexuales con el remiso y viril compañero de prisión. En el carácter de Molina (William Hurt) apenas se adivina una sola virtud o acción —salvo su capacidad como storyteller— que no esté motivada por la atracción erótico-romántica que le despierta Valentín, y su comprensión de la “causa” es inarticulada y apriorística, al tiempo que se subraya, tal vez más de lo oportuno, que semejante asunción de los ideales izquierdistas implican un crecimiento moral del hasta entonces patético transformista, quien podía ascender a la iluminación de los ideales de la izquierda solo conducido por el macho iluminado, el único capaz de instruirlo con las mínimas nociones de dignidad, aceptación y respeto a su tendencia sexual. En Fresa y chocolateocurre todo lo contrario.
Si bien Diego también se ve victimizado por la persecución y la salida del país, y tampoco su atracción por el hombre de apariencia heterosexual se ve coronada con una relación sexual mutuamente satisfactoria, entre los dos surge una auténtica relación de afecto y consideración, y el sacrificio heroico, y trágico, se verifica también en el personaje homosexual, quien está colmado de virtudes, de gracia y belleza, es ingenioso, articulado, y además tiene una comprensión muy superior al heterosexual sobre la historia, el arte y la política en Cuba. En la película cubana el personaje homosexual es el iluminado, el instructor, con un alto sentido de su dignidad y de su papel en el mundo, alguien que tiene muy resueltos los conflictos de aceptación y tolerancia, posee un alto sentido de la apropiación de la cultura y la identidad nacionales, espíritu inconforme y batallador, integridad moral y alta autoestima. En una nación joven, heredera de una cultura patriarcal, machista e intolerante, tenía que resultar trascendental una película que presentara a un maricón distante de los módulos ligados con la vejación, el estereotipo, el prejuicio, la discriminación y el insulto.
Las muchas virtudes de Diego lo hacen acreedor de la amistad desinteresada (sexualmente hablando) de un hetero convencido e insobornable. Hay un momento de la película en que Diego, el culto homosexual, se lamenta por las “pobres locas” que no sabían cantar y por eso no pudieron evadir los campamentos de trabajo de la UMAP, pero la trama y el sentido del filme pueden ser sometidos a similar cuestionamiento: el abrazo final propone implícitamente la tolerancia, la aceptación y el reconocimiento para un homosexual estilo Diego, pero deja afuera las huestes de homosexuales cubanos menos cultos, íntegros, profundos y reflexivos (como Germán, el amigo de Diego, cargado de elementos negativos de todo tipo, y representado de modo hasta repulsivo en tanto es cobarde, escandaloso, oportunista e interesado); en fin, que la película propone, tácitamente, dejar fuera del manto protector de tolerancia a los homosexuales poco dispuestos a renunciar al deseo, o a la manifestación carnal de su inclinación sexual, con tal de recibir la amistad piadosa y perdonavidas del macho.
Fresa y chocolate trascendió sobre todo gracias al retrato bastante profundo sobre la realidad social de Cuba en los años 80, además de su agudeza para sugerir la supresión de prejuicios y barreras inútiles. Pero el filme solo alcanza a bordear los entresijos sicológicos del personaje homosexual (2) pues la mayor parte del tiempo la focalización de la historia se despliega desde el personaje heterosexual, que es el ente que juzga, evoluciona, tolera, acepta, tiene sexo (hetero, por supuesto) y quizá hasta llega a ser más o menos feliz con la vecina Nancy, una mujer mayor, solitaria y descompensada, pero heterosexual y por ello seguramente merecedora de la realización y la satisfacción. Diego le habla a David de los negros como objeto sexual, asegura que la mayor parte de los hombres han tenido alguna relación homosexual sin que eso afecte su inclinación hetero, quiere contarle a David cómo se hizo maricón, se retuerce en una náusea teatral cuando le mencionan la posibilidad de sexo con una mujer, lo convence de que no está enfermo y de que tiene una familia normal… todo concebido para epatar al jovencito prejuicioso, para cambiar su mentalidad y destruir sus prejuicios. Diego está casi todo el tiempo en función de David; se exalta, brilla y seduce con el único propósito de impresionarlo, de convencerlo, de cambiar sus costados retardatarios. Pero el homosexual está solo consigo mismo, exponiendo sus anhelos o pensamientos, cuando conversa con sus divinidades religiosas, o en el segmento en que se refugia en la rebeldía y la protesta, hacia el final de la película, luego de renunciar a toda posibilidad de conquistar, sexualmente hablando, a David, puesto que este ha encarrilado su existencia como debe ser, con una relación de mutuo respeto, romántica, sexual y totalmente straight.
Era preciso, y necesario, en 1993, insistir en la unidad nacional representada por el abrazo posible entre homosexuales y heterosexuales. No es cuestionable el punto de vista de la película, pero conduce a lamentables errores de apreciación considerar Fresa y chocolate como una película sobre la homosexualidad. Veinte años después de estrenada, cuando se analiza a fondo aquel diseño de personajes y su articulación en el tema general de la película (la intransigencia, los prejuicios y la necesidad de diálogo y aceptación), cualquier observador puede inferir que se estaba proponiendo una tolerancia parcial, mediatizada, insuficiente. David puede soportar solamente al Diego culto, sensible, agitador y capaz de autorreprimir su deseo de sexo, solo cumpliendo con esa agenda será digno de la amistad del heterosexual compasivo y dominante. Porque si bien el David diseñado por Senel Paz, Titón y Tabío irradia sentidos muy positivos en cuanto a la posible aceptación de “lo diferente”, el filme desterró de sus principales propósitos la ilustración, y mucho menos la profundización caracterizadora, en la ilustración de la siquis, el comportamiento y las experiencias de un cubano homosexual.
Notas:
1.Me refiero, por solo mencionar unas pocas, entre las más significativas, a la australiana The Adventures of Priscilla, Queen of the Desert; a las norteamericanas The Birdcage o Mi Idaho privado; las chinas o taiwanesas Adiós a mi concubina; El banquete de bodas y Happy Together; la peruana No se lo digas a nadie, la sueca Fucking Amal o las británicas Priest o The Crying Game.
2.Diego no solo renuncia a su deseo por David, sino que a medida que avanza la trama se masculiniza, se transforma más y más en una tesis política, en desmedro de la conducta más evidentemente homosexual esbozada al principio, y acepta en su altar, sin discusiones, las divinidades y talismanes que le impone David.
* Publicado en “La Jiribilla”
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