Aceite de palma y destrucción
La demanda de aceite de palma está creciendo muy rápidamente en todo el mundo. Al ser uno de los aceites más baratos del mercado, cada vez es más usado para la elaboración de productos alimentarios (como margarinas, chocolates, cremas de queso o para fabricar patatas fritas), cosméticos y, cada vez más, para biodiesel. Es mucho el dinero que mueve este producto, pero el daño que causa al medio ambiente y al clima es devastador, ya que para dar respuesta a la demanda mundial se están destrozando los bosques tropicales de medio mundo con el fin de establecer plantaciones de palmeras.
Durante décadas, el sureste asiático ha sido el territorio favorito de los productores de aceite de palma. Sin embargo, en los últimos años, a medida que la tierra se va agotando en esa región los productores, juntos a grandes inversores que desde hace tiempo se han fijado en el sector agrícola para aumentar sus capitales, han puesto sus ojos en África. Y como tantos otros en casi todos los rincones del continente se han lanzado a una carrera frenética para adquirir tierras donde plantar las palmeras aceiteras, dando un fenómeno que algunos expertos han llamado la “última frontera” de la producción agrícola industrial.
La consecuencia más triste de este negocio es que está contribuyendo grandemente a la deforestación del continente y a acentuar las condiciones de pobreza en que viven muchos de sus habitantes.
Es curioso que durante tanto tiempo haya sido el sureste asiático el mayor productor de aceite de palma, cuando la palmera aceitera (elaeis guineensis) es originaria de África occidental. De ella se obtenía aceite hace 5 milenios. De África pasó a América poco después de la llegada de Colón, para ser llevada a Asia en épocas más recientes. Y ahora vuelve, mejorada, al continente de donde salió.
África, a pesar de que la palmera aceitera sea originaria de allí y de que el aceite de palma sea esencial en la dieta alimenticia de muchos pueblos del continente, tiene muy poco peso en el negocio mundial de este producto. Solo Nigeria tiene alguno, con una producción de cercana al millón de toneladas al año.
Sin embargo, la expectativa de grandes beneficios y la disponibilidad de tierras está haciendo que cada vez sea más atractiva la inversión en terrenos para plantar grandes extensiones de palmeras aceiteras en África. Por esa razón, cada día desembarcan en el continente nuevas compañías en busca del negocio que les permita satisfacer la demanda mundial.
Estas compañías, cuando llegan a una región africana, se presentan con promesas de trabajo y desarrollo para la población local. Pero la realidad es muy distinta. Varias ONG, en diversas partes de África, denuncian que la usurpación de tierras que conlleva este tipo de producción agrícola industrial está condenando a la pobreza a miles de pequeños campesinos en todo el continente. Estos comen menos que antes de la llegada de las multinacionales y sus promesas, y muchos han sacado a sus hijos del colegio por no poder pagar las tasas. Y es que la realidad es que para que se implanten estas macro explotaciones agrícolas, la población local es expulsada, en la mayoría de las veces con el uso de la fuerza, de las tierras que tradicionalmente les han permitido vivir y comer. A cambio, los puestos de trabajo que crean las plantaciones son mínimos y mal pagados. Todo esto genera una gran tensión social, la cual está creciendo fuertemente en las zonas cercanas a estos proyectos.
Según denuncia la organización Greenpeace, en los últimos años cientos de miles de hectáreas de tierra en África sub-sahariana han sido alquiladas o vendidas a compañías, gobiernos o individuos extranjeros. La gran mayoría de los acuerdos que los gobiernos firman con estos sujetos son opacos y no tienen en cuenta los derechos de los habitantes de la zona ni sus necesidades.
Según la organización ecologista, los países africanos se encuentran en la encrucijada entre permitir que las corporaciones extranjeras se apoderen de sus tierras, a costa de destruir las selvas tropicales, persiguiendo el espejismo de un fugaz beneficio económico a corto plazo o decantarse por el camino del desarrollo sostenible que priorice la protección de sus recursos naturales y los medios de vida tradicionales.
Parece que, como tantas otras veces, la mayoría de los gobiernos africanos se han inclinado por permitir el desembarco de las compañías extranjeras sin prestar atención a las verdaderas necesidades de la población ni preservar el medio ambiente. El dinero manda aunque hipoteque el futuro del pueblo.
Pero también, como tantas otras veces, son las grupos de la sociedad civil, las asociaciones de campesinos… las que están plantando cara a las grandes multinacionales y a sus gobiernos intentando reivindicar sus derechos. Es aquí, una vez más, donde encontramos la posibilidad de que las cosas sean distintas y vemos que la esperanza no ha dejado de brillar en África.
* Publicado en Mundo Negro Digital