África, la eterna promesa
Llevamos más de un lustro que un día sí y otro también escuchamos a los gurús de la economía pronosticar, y leemos en las revistas más especializadas, que el futuro de la economía mundial está en África. Y no les falta la razón, porque desde 2005 África subsahariana viene creciendo a un ritmo superior al 6% en una época de contracción de la economía mundial y ofrece numerosas oportunidades a los inversores. Un crecimiento que se debe principalmente a las exportaciones de inmensas reservas de materias primas, a la inversión directa exterior (impulsada en gran medida por China e India), a una mayor urbanización del continente con una incipiente clase media y a los importantes cambios demográficos que se están experimentando.
Se prevé que en los próximos años una parte importante de la población africana verá incrementada su renta hasta el punto de que gozará de unas rentas similares a las clases medias de China convirtiéndose así en demandantes de nuevos productos.
Pero, ¿no quedará todo esto en simples augurios si no hay una verdadera voluntad política de aprovechar estas potencialidades?
Aunque se ha de ser objetivos y reconocer que hay cierto avance, especialmente en algunos países angloparlantes dónde sus gobiernos están trabajando para sacar a la población de la miseria y aprovechar el ciclo actual de bonanza económica, lo cierto es que a la inmensa mayoría de la población africana no le está llegando los beneficios del crecimiento sostenido que está viviendo el continente en los últimos años. Y esto se debe fundamentalmente a la gran lacra de África: la corrupción.
El último estudio de la Consultora Maplecroft Global Risk Analytics señala, por ejemplo, que cada año desaparecen 50.000 millones de dólares en lavado de dinero, el doble de lo que supone la ayuda oficial internacional y ocho mil millones más de lo que supone toda la ayuda global. Un dinero que si cada año entrara en las arcas de los Estados y fuera bien gestionado cambiaría el destino del continente. No hay que perder de vista que muchos males como el hambre, la falta de infraestructuras (sanitarias, escolares, transportes…), las guerrillas que atenazan al pueblo africano son consecuencias directa de la corrupción.
Para que África, por tanto, no se quede en una “promesa”, sus dirigentes han de aprovechar todos los recursos y ponerlos al servicio del pueblo. Y esto pasa por afrontar con valentía y determinación la lacra de la corrupción y sus tentáculos (nacionales e internacionales).