Alternativas desde abajo… sin rebote
“No se pelea bien sino por las causas que uno mismo moldea; al identificarse, arde con ellas”
René Char, Hojas de Hipnós
Meses atrás, los amigos del periódico 15m de Madrid me pidieron una colaboración para su publicación. Honrado por la deferencia, mandé un artículo de opinión titulado “Toma el municipio”, en el que reflexionaba sobre la oportunidad que a mi entender ofrecía el marco de las elecciones municipales del 2015 para experimentar alternativas al sistema desde abajo. Argumentaba que lo que de autodeterminación y democracia de proximidad queda en el actual municipalismo podría aprovecharse para desencadenar un proceso destituyente-constituyente sin caer el vicio delegativo que entrañan las elecciones de mayor cuantía (europeas, generales, comunitarias). Con idéntico propósito, aducía que si se copaba la “toma de los municipios” se podía solapar al régimen vigente y crear las condiciones políticas, sociales y éticas para dar la vuelta al sistema. En ese sentido, ponía el ejemplo exitoso de lo que sucedió en las municipales de 1931, donde un país que se acostó monárquico se levantó republicano, iniciando así la restauración democrática frustrada de la I República.
Aquel artículo fue rechazado con buen criterio por el equipo responsable de la edición del periódico de las asambleas del 15M, con el argumento de que existía el compromiso previo de no publicar nada que pudiera crear divisiones en el colectivo y transmitir al exterior una dimensión conflictiva o disolvente. Y tengo que decir que comprendí perfectamente las reservas que me trasladaron aquellos amigos, porque siempre he creído que había que centrar el activismo de base en acciones y análisis sobre problemas reales, dando apoyo a la necesidades de la gente más afectada por la crisis, a fin de acumular fuerzas para cuando la ruptura se mostrara como algo más que una legítima ambición política. Por eso acepté sin doblez el amable “veto” de nuestros admirables quincemayistas.
Sin embargo, ahora que al parecer comienza a plantearse de manera precisa el problema del cómo organizarse para promover una alternativa eficaz desde abajo, me atrevo a recordar dos de los ideas principales que entonces motivaron aquel texto. La primera era la necesidad de lograr un punto de encuentro entre la minoría comprometida con la ruptura (15M, 25S, plataformas, mareas, etc.) y la otra orilla, esa inmensa mayoría de la población que reiteradamente ha manifestado en las encuestas compartir las propuestas del “movimiento de los indignados”. Todo ello sin traicionar ni malbaratar las señas de identidad que han hecho del 15M el referente social más influyente en España. Me refiero, reiterando los principios de horizontalidad, no liderazgo, asambleismo, solidaridad, pluralidad, acción directa, masa crítica, ecologismo, desmercatilización, etc. que suponen una recreación de la democracia y sirven de antídoto a cualquier tentación de integración o asimilación en el sistema.
Este bagaje, por cierto, es el aspecto diferencial más notorio respecto a la experiencia rupturista del año 1931 y lo que le aporta su contenido decisivo, por nuevo y trasformador, incluso diría “revolucionario” si tan ampulosa y desacredita expresión sirviera para valorar la dimensión del cambio implícito. Entre el “si se pudo” de entonces y el “si se puede” de hoy existen las suficientes coincidencias y divergencias para trazar una conexión histórica con vocación presencial. Actualmente, y más si cabe debido a la centralidad política de las grandes urbes, ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia, por poner un ejemplo de espacios públicos ganados por las asambleas del 15M para repensar la “polis”, resultan entornos casi decisivos para las contiendas políticas. Empatizándole con esa realidad cargada de futuro, posiblemente el meollo estrictamente local y rural, bastión tradicional del conservadurismo, podría ofrecer inesperados apoyos al proceso de superación del statu quo. El saqueo que ha supuesto la corrupción organizada por el duopolio dinástico hegemónico PSOE-PP en los municipios , y los intentos de contrarreforma de la Ley de Régimen Local, con objeto de expropiar bienes comunes y abrogar modelos de gestión autónoma, previa la asfixia crediticia provocada en el medio con la liquidación de las cajas de ahorro, abonan esta perspectiva identitaria desde abajo.
Con dicha “toma del municipio” se buscaría, pues, plasmar en la realidad la ruptura del contrato social que en la práctica ha realizado la clase dominante al imponer que la crisis por ella provocada la pagaran los trabajadores. Un expolio evidenciado en el inaudito hecho de que España, que en 2008 era una de las naciones menos endeudas de la Unión Europea (UE), sea cinco años más tarde la segunda más endeuda del mundo, tras Estados Unidos. Y ello debido a que los diferentes gobiernos cleptómanos que han gestionado la crisis, del PSOE y del PP, decidieron salvar a los grandes bancos a costa meter mano en el dinero público y las inversiones sociales.
Pero el tiempo no pasa en balde y, superado el primer momento de parálisis, desde arriba han movido ficha en distintas direcciones a través de sus múltiples agentes de influencia. Unos acontecimientos, aquí y allá, dirigidos todos a reconducir la protesta e incluso desnaturalizarla. Pero que al mismo tiempo representan un valioso yacimiento de experiencias para que en ámbitos como el español, donde el movimiento aún goza de buena salud y retiene buena parte de la estima popular, estos episodios ayuden a escarmentar en cabeza ajena. Porque si tuviera que resumir en una frase la enseñanza que cabe extraer de esos hechos diría que “con desde abajo no basta”. Es condición necesaria, pero no suficiente. Para que las alternativas desde abajo sean realmente transformadoras, en un sentido de avance civilizatorio, es preciso que sean inequívocamente democráticas. Si no, cabe la posibilidad, de un efecto bumerán. Van esos tres “sucesos” que remiten a que la democracia no es una técnica de gobierno basado en la representación y el sufragio, sino un ecosistema de valores constituyentes del cuerpo político, en el que cualquier alteración sustancial sobre un eslabón afecta al conjunto.
El caso egipcio. Aquella primavera árabe de la plaza Tahrir, que iluminó al mundo por la radicalidad democrática y la pluralidad de su insurgencia, ha dado lugar al consentimiento de un golpe de estado militar. Con la excusa de una “justicia preventiva” por sospechar una peligrosa prevalencia social islamista, colectivos de indignados como Tamarrod (Rebelión), sindicatos de clase y partidos obreros (como el comunista Tagamu), han alentado la destitución violenta del primer gobierno democrático de la historia de aquel país, apoyado la masacre contra millares de pacíficos seguidores de presidente depuesto a golpe de bayoneta y bendecido la ilegalización de los Hermanos Musulmanes, el núcleo ideológico del partido que ganó limpiamente las elecciones. Se pueden hacer muchas conjeturas sobre lo que supone esa “salida bonapartista” para las revueltas populares, pero me limitaré a una que tiene validez global. La entrada en escena de los generales a demanda de una parte de la sociedad civil y la imposición del Estado de excepción como herramienta de acción política, significa la pérdida de autonomía de “los de abajo” y la eliminación del espacio público urbano como centralidad y foro de la agitación social.
Caso Amanecer Dorado. En apariencia lo sucedido en Grecia con la detención del núcleo duro del partido neonazi es de signo contrario al caso egipcio, y por eso ha sido saludado positivamente por sectores de la izquierda. Pero sin embargo, si se analiza objetivamente, el asunto no carece de trascendencia. El súbito ataque de altruismo sufrido por el gobierno de Atenas a la hora de actuar policial y judicialmente contra una partido legal, con 18 diputados y su respectivo respaldo social, por mucho que se determine la implicación de algunos de sus miembros en el odioso crimen que se les imputa, introduce un peligroso y arbitrario precedente. No estamos lejos de la figura del “entorno etarra” que acuñó en España Baltasar Garzón (ahora en campaña para las europeas con la izquierda de cátedra) para cerrar publicaciones y detener a militantes abertzales, recuperando el código penal del enemigo para resolver disputas políticas. De hecho, para aviso de navegantes, les ha faltado tiempo a las autoridades griegas para a renglón seguido declarar la guerra a los “extremistas que quieren sacar al país de la OTAN y la UE”. Algo que puede verse como una seria amenaza para la coalición Syriza, el primer partido de la oposición integrado precisamente por grupos de la izquierda radical, que lleva en su programa la salida de la organización militar. Porque si se puede aplicar impunemente el código penal del enemigo con el partido legal Amanecer Dorado sin que nadie lo denuncie, nada impediría que, fabricadas las condiciones requeridas, cualquier día el método se aplique contra extremistas y radicales de signo contrario.
Caso Mateo Morral. Y si de fabricar episodios violentos se trata, en la segunda actuación del enigmático grupo anarquista (el no va más de extremismo, radicalidad e izquierdismo para el común de la gente) Mateo Morral, ese pasamontañas “insurrecional” que al hecho de poner una bomba llama en su comunicado “instalar un artefacto explosivo”, tenemos un ejemplo a seguir. Crean alarma social, siembran inseguridad ciudadana y tratan de enturbian la imagen idealista de los activistas de los movimientos sociales de nueva planta que, con su sensibilidad social, resolución apartidista y ejemplar solidaridad con los de abajo, están poniendo en jaque al sistema. Como en Egipto y en cierta medida en Grecia, la aparición en escena de la violencia indiscriminada puede servir para suministrar desde abajo la excusa perfecta para que los arriba acudan a salvarnos. El consentimiento económico que conlleva la explotación del trabajo y el consentimiento político que entraña el la dominación partitocrática, son las dos violencias estructurales con que el Estado condimenta la servidumbre voluntaria, la socialización negativa.
Visto en el crisol de estas “anomalías”, habría que asumir que el concepto “desde abajo” no es un paradigma sin contrastes, sino que tiene bastante de polisemia y anfibología. Por tanto, habría que determinar que “desde abajo” no debe reducirse a una escrutinio cuantitativo de los más, aunque sea la mayoría social, como si fuera la otra vertiente de la “ley del número”. Sabemos a qué nos enfrentamos. La UE calló ante el golpe fascista en Egipto y nunca aceptó el “no” en los referendos de los ciudadanos franceses, holandeses e irlandeses sobre su tratado constitucional europeo. El “desde abajo” que anuncia el mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones debe afirmarse en valores humanos de amplio espectro, libertad, igualdad, apoyo mutuo, tolerancia, inclusividad, ecologismo, antimilitarismo, racionalidad, anticapitalismo, etc.. Por todo ello, el único paradigma que dignifica plenamente el actuar “desde abajo”, la verdadera alternativa al sistema, la más audaz, emancipatoria y concluyente, es la que promueve una democracia con demócratas.