Amor prehistórico
Por Nònimo Lustre. LQSomos.
“…olvidar el provecho, amar el daño /… dar la vida y el alma a un
desengaño; / esto es amor, quien lo probó lo sabe
(Lope de Vega)
“…besarla a su pesar y ella agraviarse… consentir que le aparte la camisa
/ hallarlo limpio y encajarlo justo: / esto es amor y lo demás es risa”
(Quevedo)
Acabamos de leer en varios diarios digitales que “los Sapiens y los Neandertales tuvieron sexo pero poco amor”. Lo primero que nos ha llamado la atención es que varios medios coinciden en el término poco. Como no nos molestamos en leer el artículo, no sabemos si los periodistas utilizan “poco” como adjetivo o como adverbio. Sea cual fuere la sintaxis del primer periodista que lo publicó, antes de entrar en mayores honduras o bajuras, analicemos cómo carajo pueden conjugarse amor y poco:
Medir el amor es una ofuscación occidental. No sabemos si el amor oriental también lo computa pero seguro que, de hacerlo, lo hará según unos parámetros que desconocemos, igual que no sabemos la longitud de un li o cuánto puede volar una paloma con un collar. Por tanto, manteniéndonos presos en la ergástula occidental, colegimos que el sexo prehistórico existió gracias a un catalizador llamado ‘amor’. Lo cual entra en conflicto con la asunción popular de que los primitivos eran originales –sinónimo de auténticos. O, al menos, mucho más auténticos que sus herederos actuales que sólo somos desvanecidas fotocopias suyas.
Además, nuestro actual concepto del amor es el de un misterio arrebatador, holístico e indivisible, de una sola pieza. Equiparable en rotundidad monolítica a la Muerte, no admite estadios intermedios. Lo mismo que es fisiológicamente aberrante decir ‘está un poco muerto’, en el amor se está enamorado o no se está enamorado, no se aceptan grises, ni muchos ni pocos.
Por otra parte, la Humanidad está enferma cuando charlatanea alegremente sobre los ‘prehistóricos’ midiéndoles con conceptos contemporáneos. Lo cual denota un nulo sentido de las proporciones espacio-temporales. Más aún, una ignorancia supina del espacio actual, sea el medio ambiente sea el medio social. Lo que hoy es aridez, ayer pudo ser anegadizo –y al revés. Y el tiempo prehistórico se calcula en millones de años, una horquilla de milenios inconcebible para la ciudadanía actual, asfixiada por el presentismo. En suma, nadie respeta el refrán “a la medida del santo son las peanas”.
El caso es que, siendo el espacio físico fácilmente mensurable –incluso lo son el orbe galáctico y el ciberespacio-, y el panorama social sólo un poco más complicado de definir, salta a la vista que tropezamos con una desvergonzada confusión entre la subjetividad y la objetividad. Finalmente, todo ello va creando un marco conceptual aún más infame que la suma de sus deplorables partes: un exceso de credulidad cuando es bien sabido que “para creer, se va a la Iglesia.” Ya ven, si escarbamos en un simple adverbio o adjetivo, las alertas pueden ser automáticas.
Genitalia
“Por suerte para todos los afectados, a diferencia de los chimpancés, los varones neandertales carecían del gen de las «espinas del pene». Aunque en los simios se asemejan más a pequeñas protuberancias endurecidas que a espinas, su presencia afecta a la cópula: los titíes mantienen relaciones sexuales y experimentan orgasmos que duran por lo menos el doble cuando se extirpan las espinas. Debemos por tanto imaginar el sexo de los neandertales como más pausado y satisfactorio que los rápidos embates al estilo chimpancé.
Y no hay que olvidar los clítoris —órganos que solo existen para el placer—: por desgracia para las neandertales, al igual que nosotras [¿mala traducción o pésima transcripción?] probablemente carecían de clítoris como los de las hembras bonobos, que facilitan los orgasmos cara a cara. Pero la masturbación de una u otra forma es casi segura, bien durante los encuentros sexuales o, más generalmente, para estrechar vínculos sociales y relajar tensiones, como entre los bonobos” (cf. Rebecca Wragg Skyes. 2021, traducción al castellano. Neandertales. La vida, el amor, la muerte y el arte de nuestros primos lejanos)
El problema del ‘nacimiento’ del clítoris es que no tenemos evidencias físico-paleontológicas ni a favor ni en contra de un hipotético paleo-clítoris porque es un tejido blando y porque no podemos cuantificar sus terminaciones nerviosas. Item más, desconfiamos de que “los titíes… experimentan orgasmos que duran por lo menos el doble cuando se extirpan las espinas”. Difícil de creer pues, aunque esos monos tuvieran la memoria efímera que se ha llamado ‘memoria de pez’, dudamos de que la cirugía peniana a la que fueron sometidos no les pasara factura a la hora del orgasmo [Hemos vivido años con monas Cebus (capuchinos) cuyos clítoris eran más largos que los penes de los machos. Hemos oído cuentos de clítoris seudo-osificados en animales. Etcétera. Pero esta nota versa sobre tiempos paleontológicos. No es posible establecer comparaciones inductivas] En el más optimista de los casos, se podrá intuir su estructura formal. Pero apenas avanzaríamos porque, sea cual sea su anatomía, será encaminada a una función predeterminada -actualmente, dar placer a la hembra; mañana, quién sabe…
El amor novelesco
Como estamos hablando de un concepto extremadamente subjetivo, nuestra mejor pista serán las artes literarias. La literatura consultada no hace distingos entre los homininos, los homínidos y los pleistocénicos-holocénicos. Todos ellos son los antepasados que aquí hemos llamado ‘prehistóricos’ para no usar el obsoleto ‘antediluvianos’. Es un corpus tan abundante que se constituye en todo un género –a veces, llamado “del Pleistoceno”. Veamos cómo describe el amor prehistórico un autor muy leído a principios del siglo XX:
El “grand Oulhamr. Surtout aimait-il à voir Djêha [muchacha del clan Las Lobas] aux cheveux lourds refléter les flammes dans ses yeux frais: il rêvait le retour dans la horde natale avec elle; sa poitrine se mettait à battre… Djêha aux grands yeux était assise auprès de lui, et, vaguement, il songeait que Ouchr, [matriarca de las amazonas ‘lobas’] la femme-chef, la lui donnerait peut-être en mariage. L’âme rude du jeune Oulhamr était pleine de tendresses secrètes. Près de Djêha, il ressentait une crainte qui hâtait la marche de son coeur: il voulait être doux pour sa compagne comme Naoh pour Gammla [padres del gran Oulhamr]. .. L’amour fut en lui, le choix tendre que seul Naoh avait connu parmi les Oulhamr… une créature soumise et craintive.” (cf. Rosny, el Aîné. 1918-1920. Le Félin géant; traducido al castellano como El león de las cavernas)
El Aîné, el mayor, firma esta novela pero es difícil distinguirle de su hermano menor porque los Justino y Honorato Rosny publicaron al alimón otras novelas prehistóricas: La conquista del fuego, Helgvor, el guerrero del río Azul y Vamireh. En ellas, la mujer amada, en este caso Djêha (Jeha, en la traducción al castellano), es caracterizada como sumisa al varón y a su matriarca, temerosa ¿de dios?… y bellísima -según qué criterios, ¿el de aquellos decimonónicos belgas o el de los prehistóricos? En fin, conviene advertir que estos Rosny dibujan un medio ambiente inverosímil puesto que describen un caos ecológico -simios y mamuts correteando en sabanas que parecen selvas y viceversa. Décadas después, llegará un caudal de novelas ‘feministas’ en las que la mujer se representa como Matriarca de la Humanidad y hasta como Diosa Madre.
Error: Naoh, padre del ‘gran Oulhamr’, protagoniza La conquista del fuego,
novela de los Rosny precedente a la aquí citada,
donde no aparece el León de las Cavernas
En esta sección literaria hemos incluido a un divulgador israelí –léase, gurú de-todo-a-cien- con pretensiones paleontológicas, enciclopédicas y, desde luego, ambiciones holístico-metafísicas… y un afán proselitista que le ha ganado fama mundial:
“La escritura sumeria temprana, como los símbolos matemáticos y la notación musical modernos, son escrituras parciales. Se puede utilizar la escritura matemática para efectuar cálculos, pero no se puede utilizar para escribir poemas de amor” (Harari, op. cit. cf. infra)
Aunque hayamos dejado muy atrás las Eras Prehistóricas, al menos tenemos alguien que se atreve a precisar las circunstancias del nacimiento del amor (histórico)
“si un Romeo neandertal y una Julieta sapiens se enamoraron, no pudieron procrear hijos fértiles, porque la brecha genética que separaba las dos poblaciones ya era insalvable.” (ibid)
Nos acercamos a ofrecer algunas otras precisiones. Lamentablemente, los Neandertales están siendo estudiados en profundidad desde hace poco tiempo. Por ende, todavía no está homologada su cronología –tampoco la del Sapiens lo está firmemente. Aunque los haiga (sic), todavía nadie debería ser tan imprudente como para fechar y hasta fijar “brechas genéticas” entre ambos. Y menos cuando se disimula un prurito materialista:
“Una persona que acaba de encontrar un nuevo amor y salta de alegría no reacciona realmente ante el amante. Reacciona a varias hormonas que recorren su torrente sanguíneo, y a la tormenta de señales eléctricas que destellan en diferentes partes del cerebro” (cf. Yuval Noah Harari. 2013. Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad)
Materialismo ramplón. Pues claro que se puede ‘explicar’ el encuentro amoroso midiendo el flujo hormonal. Pero, a su vez, este flujo se puede ‘explicar’ midiendo cualquier otra entidad física, desde el revoloteo de los electrones hasta el, más moderno, de los genes ADN. Cuanto más profundicemos, más se difuminará el origen de estas flatulencias metodológicas sobre el amor.
Paisajística y escenografía
Una vez abismados en físicas y metafísicas, será mejor que las desatendamos para respirar y solazarnos en los tópicos populares. Por ejemplo, una de las más evidentes demostraciones del eurocentrismo que domina a las Eras Prehistóricas es que su imaginería se ancla en las cuevas que servían de refugio a ‘nuestros’ antepasados prehistóricos. Pero hay un problema: las cuevas son propias de las tierras calizas y éstas no ocupan todos los paisajes terráqueos –también las encontramos en otras formaciones geológicas, desde las eruptivas hasta las sedimentarias; pero suelen ser meros abrigos rocosos y, además, hay menor cantidad que las cuevas propiamente dichas.
Las cuevas eran utilizadas por osos colosales y hasta leones tan hipertrofiados que se les denomina a ambos ‘de las cavernas’. Obviamente, estos bestiales inquilinos no se dejaban embargar sus viviendas por los bípedos implumes. La guerra entre la proto-Humanidad y los brutos colosales ha inspirado infinidad de lances literarios y hasta cinematográficos que, amparados en la indefinición espacial-temporal, infectan el imaginario popular eurocéntrico. Sin embargo, esta covamanía choca con la hipótesis –casi tesis- predominante de un valle del Rift sabanero con escasas selvas de galería como primera etapa del éxodo hacia el Norte de los primeros ‘prehistóricos’.
Cueva en la isla de Flores (Indonesia) donde se encontraron restos del
Homo floresiensis propagandeado como el Hobbit.Unos Hobbit (de Tolkien) prehistórico cazando al ponzoñoso Dragón de Komodo presente en Indonesia.
Resumiendo que es gerundio: está demostrado que hubo sexo entre Neandertales y Sapiens. Ok. Pero incrustar en esas evidencias lexemas contemporáneos como “poco amor” no solo es literalmente a-n-a-c-r-ó-n-i-c-o, sino también simplemente majadero.Charlton Heston besando a una prima neandertal. Ella tiene unos labios más intrépidos que atrevidas eran las espadas del Cid.
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