Apostando a ganador
El Credo es el capitalismo. No es ningún secreto que adoramos de manera bíblica al Becerro de Oro, esta es una obviedad modelo Perogrullo; la realidad que se preconiza hasta en el Vaticano del papa Beneficio XVI. Y para poner de nuestra parte el éxito tan deseado, creemos a fondo también en la competición. Cualquier cosa antes que caer por el desagüe del anonimato. En este país de espabilados, con amplia fama de ser más papistas que el Papa, hay incluso un ministerio de Economía y Competitividad. Somos únicos a la hora de inventar burocracias y departamentos donde se desparrama a sus anchas el río amarillo del nepotismo: “Todo para los nuestros y al enemigo ni agua”. Los enemigos son todos los demás. Esa es la máxima en las sentinas de las alturas.
Como es lógico, en toda competición, para que lo sea, debe haber ganadores y perdedores. Winners & loosers, diríamos, para estar más al loro en el lenguaje al uso. Cada día que pasa se consagra la supremacía de los más "aptos", que es la base de la sociedad. Los más aptos desde el punto de vista físico y picaresco.
Esto es así. La Historia es cosa de chusqueros con galones de general. En definitiva, la han hecho un conglomerado de músculos en acción; los guerreros, no los sabios, ni los poetas, ni los músicos. No esa gente dubitativa y dada a la reflexión que pierde miserablemente el tiempo. No hay tiempo que perder pensando. Ese tiempo se escapa como el agua en una cesta de mimbre, y luego no hay retorno. Por lo que se impone actuar como sea. Actuar. Y luego poner parches a los errores y disimular el horror. Seguir. Seguir.
El paradigma de la velocidad del negocio sirve para conjurar la obsesiva cuita humana de la escasez de tiempo disponible, lo que nos produce variadas demencias. La ambición ilusoria de ganar la carrera a la muerte en el circuito cerrado de la aceleración y la aspiración al gran premio. La parca, sin embargo, no tiene más que esperar en punto muerto, con su sarcástica y pálida guadaña, a que desfallezcamos. Sabe que todos desfallecemos en algún momento, incluso los más ricos y poderosos no pueden evitarlo. El dinero puede comprar dosis de felicidad, pero no alcanza para evadirse del cronómetro de Cronos.
En cualquier caso, conviene ser coherentes, incluso con los reglamentos que inventamos para dar apariencia de normalidad al manicomio. Aquí y ahora mismo, para estar acordes con ese dogma del éxito, habría que proceder de inmediato y sacar de la esfera política a Mariano Rajoy. Este sacristán con aire despistado nunca tuvo mucho caché, pero a presente es un desbarajuste que ha perdido todas las batallas en la tramoya institucional. Su semblante es el de alguien que reza creyendo en los milagros de brocha gorda. Cada vez que suda nos produce angustia. Sería mejor que se mantuviera en el dique seco, calafateado por el mejunje de la inutilidad.
Por el contrario, un epifenómeno del triunfo laboral es Amancio Ortega de Inditex-Zara. También gallego, como Rajoy o Valle-Inclán: “La Corte de los milagros”. Es el tercer hombre más rico del mundo. Tiene una tejedora red de maquilas de mano de obra esclava repartida por el Tercer Mundo. Loor. Botafumeiro. Alharaca.
Pero, como seguramente Amancio rechazaría el pobre ofrecimiento de sustituir a Rajoy al frente de este ruinoso muladar llamado España, podríamos intentarlo de otro modo: Poner de presidente a otro gran ganador: Fernando Alonso, piloto de la Fórmula Uno. La F-1 es la competición pura, el sancta santorum de la velocidad hecho carne y lujo. Viva Ferrari.
Todo es circular y redundante en este valle de lágrimas de la economía inhumana. La cosa tiene su pedigrí. Ferrari es decir Santander. Santander es decir ultraconservadora ciudad balneario de Botín. Botín es decir un banco. El banco. La saga Botín es otro ejemplo de archiganadores de espíritu salvaje, con una fortuna acumulada en base a los desahucios y la gramática parda del capital monetario. A estos no se atreve a meterles mano ni la justicia a uso. Para desembarazarse de los insectos de toga, le basta al padrone con tener un teléfono a mano. Enseguida se paralizan investigaciones en marcha por dinero negro depositado en paraísos fiscales, blanqueo de dinero mediante cesiones de crédito. Todo última moda neoliberal.
La F-1 significa el gotha y la rutilancia de lo exclusivo; es la punta del vértice en esta desigual sociedad de la prisa a cualquier precio. Botin adquirió los derechos de Ferrari para hacerle un presente al rey. El rey Borbón Dos Sicilias es un forofo de la velocidad. Ferrari es una división ruinosa de Fiat. A principios de la temporada, llegó hasta España Luca Cordero di Montemezolo, de profesión aristócrata italiano y presidente de Ferrari competición. Vino a entrevistarse con Botín. El color rojo de Ferrari es también el de la corbata y el logotipo del banquero. Santanbder es el parocinador solitario de los carros de color fuego. El rey acude puntual y con Botín a ver las carreras y los resultados de “su” escudería desde el.
El rey hizo marquesa de O' Shea a la esposa-opus Paloma O'Shea de Botín.
Así se teje en las alturas, con la misma eficacia que en las maquilas. Se cierran los círculos: Caza mayor, torneos de vela, circuitos…concursos de piano amartillando la proximidad con la realeza, a través de Sofía Borbón de Bilderberg… Aristocracia. Cumbre. Adulación. Dinero al por mayor. Poder ¿para detener el tiempo? Para dominar.
Luego están los flecos que rematan los simbolismos y complicidades tan queridos por la sangre azul. Todo muy barroco y rebuscado. Pero algo así casi casual. El piloto de Ferrari, campeón gladiator en el circo del Grand Prix, es un ciudadano asturiano que vive en Suiza sin los molestos impuestos hispánicos. Item más: El Principado de Asturias es la patria chica de Letizia, la futura reina de España, si nadie ni nada logra impedirlo. Por el momento, el príncipe del Principado es ese elemento que llega de vez en cuando al teatro Campoamor a soltar simplezas y elegantes prepotencias. No importa que al lado justo se clausuren las minas de carbón, sumidas en la gran crisis de la fatalidad económica. Peligra el pan del presente de los mineros y más aún el del futuro. También el Sistema Público de Salud, las prestaciones estatales a los ancianos… y todo el etcétera.
Como somos grandilocuentes hidalgos, por estos pagos nos estrellamos a toda velocidad y con estilo Ferrari. En otro tiempo habría sido Bugatti. Pero el cavallino rampante no está tampoco mal como lujoso emblema del desastre.