Argentina, 11 de octubre de 1833: Revolución de los Restauradores
En 1832, Rosas declinó ocupar el cargo de gobernador de la provincia de Buenos Aires con facultades ordinarias. La legislatura designó a Juan Ramón Balcarce, exministro de guerra de Rosas para ocupar el cargo.
Cuando Balcarce asumió el gobierno, el 6 de enero de 1833, dio claras señales de ser continuador de la forma de hacer política de Manuel Dorrego, una forma distinta de llegar a la política. De hecho se identificó con el sector de federales “lomonegros” o “cismáticos” a los cuales pertenecía el gobernador fusilado por orden de Lavalle –la otra fracción federal eran los “netos” o “apostólicos” seguidores acríticos de Rosas–.
Por eso, llegado Balcarce al gobierno tomó medidas que demostraron sus convicciones: condenó a 6 meses de destierro en la isla Martín García a Matías Wac por tramar el asesinato de Lavalle; se ocupó de sostener y estrechar las relaciones amistosas con todas las provincias, al mismo tiempo que contuvo un movimiento separatista en Entre Ríos. No pudo frenar la ocupación de Malvinas por parte de Inglaterra, potencia colonialista en expansión, pero comenzaron por entonces las reclamaciones por el territorio usurpado.
A fines de ese año las dos fracciones del federalismo exteriorizaron su descontento. Mientras Balcarce se hacía cargo del gobierno, Rosas se alejó en la expedición “al desierto” con el objetivo de ganarse el apoyo de los sectores ganaderos bonaerenses y confiando en que pasara algo catastrófico que le permitiera volver al gobierno.
La esposa de Don Juan Manuel –Encarnación Ezcurra– se encargó de iniciar una agitación opositora haciendo declaraciones contra algunos dirigentes con frases tales como “produce algo de lástima”; especialmente cargó contra el gobierno de Balcarce.
Doña Encarnación (también conocida como “La Mulata Toribia”, mote que le habían colgado los unitarios) comenzó una ronda de conversaciones con personas de todos los sectores sociales, con la intención de llegar a acuerdos. La Mulata Encarnación Ezcurra fue generando una trama de violencia en los medios, respaldada por el fervor de algunos periodistas. Aparecieron entonces publicaciones de tono muy subido.
Balcarce democratiza la palabra: libertad de prensa
Todo arrancó de un hecho puntual: el 7 de junio de 1833 Balcarce derogó el decreto que había dictado Rosas, por el cual había restringido la libertad de imprenta. El gobierno de Balcarce democratizaba la palabra. Sin embargo esto no fue entendido así por algunos sectores. Una parte de la prensa comenzó a exacerbar los escándalos y multiplicar las injurias contra el gobierno. Los partidarios de Rosas buscaron la formar de sacar beneficios de este clima de violencia editorial en los días previos a las elecciones.
En setiembre, Doña Encarnación le escribía a Juan Manuel: “…estamos en campaña para las elecciones. No me parece que las hemos de perder [y si así fuera] se armará bochinche y se los llevará el diablo a los cismáticos…”, con lo cual quedaba claro que echarían leña al fuego para favorecer sus apetencias políticas, aplicando la política del “cuanto peor, mejor”.
Continuaron los excesos de la prensa, por lo que se formó un jurado de imprenta que resolvió juzgar a los periódicos que protagonizaban el escándalo. En primer lugar al que llevaba un nombre homónimo al título otorgado a Juan Manuel de Rosas: “Restaurador de las Leyes”.
El nombre del periódico fue utilizado por los opositores al gobierno para lograr un equívoco que terminaría con un estallido social afín a los intereses políticos de Rosas. La misma mañana en que se procedería a juzgar al periódico “Restaurador de las leyes”, la ciudad de Buenos Aires apareció empapelada con grandes carteles escritos con gruesas letras rojas en los que se anunciaba ambiguamente el juicio al “Restaurador de las Leyes” Juan Manuel de Rosas, confundiendo así a la opinión pública.
Alborotadores a sueldo del “Restaurador”
A la hora estipulada para dar inicio al juicio, unos 300 paisanos concentrados frente al lugar donde se desarrollaba la audiencia dieron vivas a Don Juan Manuel y mueras al gobierno de Balcarce, a quien acusaban –ironizando– de tener ya su “ley mordaza”. Entre los convocados en la plaza estaban Ciriaco Cuitiño y Nicolás Parra, conspicuos mazorqueros y alborotadores a sueldo de la “mulata Toribia”.
La audiencia que se había planteado debió suspenderse, no por imperio de alguna cautelar, sino por ausencia de uno de los jurados.
Como la manifestación aumentaba, Balcarce reunió a su gabinete y resolvieron disolver el tumulto. Fue enviado uno de los jefes de regimiento de la ciudad a cumplir la orden. Este jefe de la Caballería de Campaña del Norte, general Agustín Pinedo, luego de conversar con los opositores, se pasó a su bando poniéndose al frente de los revoltosos que recibieron el apoyo de conocidos hacendados, comerciantes y profesionales porteños.
La presión sobre Balcarce aumentaba. Finalmente, la Sala de Representantes sancionó una ley exonerando del cargo al gobernador.
Los rosistas habían logrado, mediante la agitación opositora al gobierno, y con el hábil manejo de los titulares de algunos periódicos, confundir a la opinión pública para derrumbar el gobierno de Balcarce.
¿Qué cosa, no? Ciento setenta y pico de años mas tarde la promulgación de una ley que democratizó la palabra provocó, de parte de algunos medios una reacción sumamente parecida…