Argentina: A Jorge Lanata
Maria Dolores Aguirre*. LQSomos. Julio 2017
Carta abierta de una jueza de menores a Jorge Lanata
Estimado Sr. Lanata:
Soy Jueza de Menores de la Ciudad de Rosario y todas las personas que me conocen saben que siempre mantengo un perfil bajo, evitando la exposición mediática no sólo personal sino, fundamentalmente, la de todos aquellos adolescentes que por alguna razón transitan por la oficina donde trabajo.
No obstante ello, estimo justo y adecuado referirme públicamente a la cobertura que Usted hizo respecto de una persona menor de edad -“Polaquito”-, quien durante un reportaje se autoincriminó por varios delitos, algunos especialmente graves.
Pero antes de exponer mis puntos de vista, quiero aclararle que no lo hago ni desde el odio, ni desde la indignación, ni desde la palabra exasperada, sino como una exigencia del cargo que ocupo (por la responsabilidad social que representa) y como un ejercicio de participación ciudadana que debería pretenderse en cualquier sociedad democrática. Por eso, no me ubique dentro de la división maniquea de “la grieta”. No me interesa desacreditarlo a Usted ni seguir cargando las tintas de los sentimientos más primitivos. Me interesa construir.
Hecha esta aclaración, paso ahora a desgranar diversos aspectos de esta cobertura mediática que no pueden dejar de ser analizados.
En primer lugar, Usted es un actor social -entre otros- que, a través de este tipo de coberturas pretende influir en la formulación de la Política Criminal. Y a nadie escapa que su postura se enmarca en una avanzada neopunitivista, de mano dura, bajando los límites de la responsabilidad penal de las personas aún por debajo de aquéllos establecidos en la época de la última dictadura militar con las leyes 22.278 y 22.803, actualmente vigentes. Estimo que una persona de su trayectoria y experiencia no puede haber pasado por alto esta finalidad ni ello se puede haber debido a un descuido.
En un intento de entender (y de atribuirle una finalidad diferente a su cobertura), se me ocurre pensar que lo que Usted quiso mostrar son las deficiencias de las políticas públicas en materia de infancia y adolescencia, algo en lo que podríamos eventualmente coincidir Usted y yo, sobretodo a partir de los brutales recortes presupuestarios en estas áreas (cuyas partidas pocas veces estuvieron a la altura de las necesidades, para ser sinceros…). Pero aún suponiendo esta finalidad ¿puede afirmarse que la nota de “Polaquito” es un medio adecuado para alcanzarla?. Antes bien, un niño pequeño confesando ser autor de delitos graves con total despreocupación sólo parecería destinado a desatar el aplauso de la telepatota (no tan numerosa como se cree…).
Despejada, entonces, la cuestión relativa a la finalidad de la cobertura, resta analizar el reportaje en sí.
En primer lugar, si bien el reportaje no lo hizo Usted personalmente -sino un colega-, lo cierto es que Usted es el responsable del mismo en términos mediáticos, por haber tenido el poder real de decisión acerca de su difusión y por ser el profesional con verdadero poder de convocatoria de su programa (al punto que la audiencia alude “al programa de Lanata” sin otras distinciones).
En segundo lugar, el reportaje no respeta siquiera los más mínimos estándares exigibles en las coberturas mediáticas que involucran a niñas, niños y adolescentes que se estudian en cualquier centro de formación de Comunicación Social. A propósito, puedo recomendarle la lectura de una guía de buenas prácticas redactada por UNICEF titulada “Por una comunicación democrática de la Niñez y Adolescencia” que puede encontrar fácilmente en Internet.
En efecto, y tal como le vengo diciendo, el reportaje incurre en una larga serie de prácticas profesionales éticamente cuestionables, entre las que se destacan (sin negar otras): no haber protegido al niño en su derecho a la intimidad; haberlo expuesto a riesgos de sufrir represalias; haber mostrado al niño en términos y de modo estigmatizante (amén de estereotipado); haber reforzado una mirada punitivista (aunque sea involuntariamente); no haber actuado con sensibilidad frente a un niño; no haber tomado los recaudos elementales a la hora de obtener el permiso del niño y el de sus representantes legales (preferentemente, por escrito); no haber evaluado suficientemente las posibles derivaciones políticas, sociales y culturales del reportaje; haber difundido el entorno comunitario del niño (la simple pixelación del rostro de este muchachito no satisface adecuadamente las exigencias que imponen su protección), no haber informado al niño sobre la publicación de la nota a través de cualquier medio escrito, entre las más destacables. La difusión de este material periodístico no habla de este niño, sino de los límites que Usted es capaz de transgredir en el ejercicio de su profesión.
Estrategias editoriales como ésta sólo contribuyen a reforzar una mirada estigmatizante y estereotipada de la niñez/adolescencia pobre, creando un “otro monstruoso” al que hay que “eliminar” (neutralizar) para poder “resolver el problema” de una vez por todas. Aún suponiendo que Usted no lo haya querido, esto es lo que ha conseguido.
Ojalá que tanto Usted como otros colegas que optan por estas estrategias editoriales (no tantos, gracias a Dios) puedan visualizar finalmente que las buenas prácticas a las que antes me referí no son un límite al ejercicio de la profesión. Al contrario. La ennoblecen.
Después de todo esto, confío en que no empleará su poder mediático para desacreditarme (tal como veo que ha intentado hacerlo con el Sr. Grabois, por ejemplo). En ningún momento yo intenté hacerlo con Usted (y hasta sería un nuevo ejemplo de malas prácticas). Pero si me equivoco, y Usted opta por desacreditarme, puedo adelantar en mi defensa que soy una persona como cualquier otra, con mis limitaciones, mis contradicciones y hasta mis bajezas. No me postulo como la reserva moral de nada. Pero de lo que nadie podrá dudar jamás es de mi compromiso ético.
Finalmente, le pido que deseche (si remotamente lo considerara) la idea de contactarse conmigo para debatir sobre el tema. Todo lo que tenía para decir lo expuse en estas pocas líneas y cualquier otra exposición mediática no sería más que una vana repetición de ideas.
En el convencimiento de que somos los adultos los únicos responsables del cachorro humano, y que de nosotros depende la construcción de un mundo que los aloje, hago propicia esta ocasión para saludarlo con mi cordialidad.
* Jueza de Menores de la 4 Nominación de Rosario
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