Argentina y la quimera de la derecha: el mercado como ordenador del antiestado

Argentina y la quimera de la derecha: el mercado como ordenador del antiestado

Por Daniel Alberto Chiarenza*

19 de junio de 1884: fallecimiento del intelectual Juan Bautista Alberdi

“Los liberales pueden soportar y lo soportan todo; lo que no pueden soportar es la contradicción, la oposición, es decir la libertad […] Esos liberales quieren en cierto modo de buena fe la libertad, pero la quieren siempre para sí, jamás para sus opositores. Aceptan toda la libertad, a condición de que no se ejerza en su contra […] Son liberales al estilo de los tiranos […] Si hay en el mundo alguien que ame de veras la libertad es el tirano; pero tanto como ama la suya detesta la del otro […] La tiranía en este sentido es la libertad monopolizada en provecho de uno solo […] Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto, ni conocen. Ser libre, para ellos no consiste en gobernarse a sí mismos, sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad […] A fuerza de tomar y amar el gobierno, como libertad, no quien dividirlo, y en toda participación de él dada a los otros ven un adulterio. […] Así, esos liberales toman con un candor angelical por libertad lo que no es realidad sino despotismo: es decir la libertad del otro sustituida por la nuestra”.
Y coincide con Carlos Marx cuando dice: “Nadie está contra la libertad, a lo sumo, está contra la libertad del otro”. Alberdi, Juan Bautista.
En Murray, Luis. A: Pro y contra de Alberdi, Buenos Aires, Coyoacán, 1961. Todo citado por Norberto Galasso: Historia de la Argentina. Tomo I, Colihue, 2011.

No hubo uno, hubo varios “Alberdis” en cuanto a las sucesivas y aleatorias metamorfosis que sufrió su pensamiento. De lo que estamos seguros es que si hay algo que no se puede es encuadrarlo dentro de lo que frecuente y contemporáneamente se denomina pensamiento único.

En las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, –¿se entendió bien?: decía “para la organización política de la República Argentina” y no, “para la desorganización y destrucción del Estado Argentino ¡Viva la Libertad, Carajo!”- entonces escribía el tucumano “[…] que cada afluente navegable reciba los reflejos civilizadores de la bandera de Albión (1)”.

Pasaron 172 años. Los iluminados del progreso (para ellos, en su extremo individualismo) o del neoliberalismo y, últimamente, del anarco-capitalismo (en un vocabulario más actualizado –según creen los supérstites del fracaso- pero que no pasaron de 1776 reivindicando a “La Riqueza de la Naciones” y a su obsoleto autor, Adam Smith con su interesadamente falsificada “mano invisible del mercado” como ordenadora de la economía y la sociedad misma) siguen utilizando como receta, invariable, las profecías del Alberdi liberal. ¿Por qué se continúa citando a ese Alberdi y no al último? Es decir, al Alberdi maduro, crítico de la guerra contra el Paraguay o de la guerra de la “Triple Infamia” contra el Paraguay, defensor del nacionalismo y del proteccionismo económico. Que es, sobre todo, el Alberdi de los Escritos Póstumos.

Al producirse la secesión de Buenos Aires el 11 de septiembre de 1852, la Confederación Argentina debía ofrecer a Inglaterra alicientes más activos, para que ésta prefiriera establecer contactos más firmes con el gobierno nacional y no con el Estado de Buenos Aires, algo así como el actual RIGI (Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones) en el mamarracho de proyecto de Ley “Bases” que pretende imponer el ultraderechista presidente ¿argentino? Javier Milei. Con ese fin, el presidente Urquiza (otro traidor a las provincias de la Confederación Argentina) –en mayo de 1854- designó a Alberdi ministro en Londres y París. El Licurgo tucumano debió demorar un año su partida porque era representante de los asuntos de William Wheelwright en Valparaíso. Éste era un estadounidense de nacimiento, vinculado al capital británico que poseía en Chile las concesiones de navegación a vapor y depósitos de gas y carbón.

En 1855, siguiendo instrucciones de Wheelwright, primero hará escala en Estados Unidos, para luego arribar a Londres.

Allí Alberdi ofertará el monopolio del tráfico fluvial sin condicionamientos. En septiembre llega a París; allí intenta ceder concesiones para la navegación a vapor y la construcción de ferrocarriles.

Alberdi reconocerá como su error la normativa que prohibía la reelección presidencial. Urquiza tiene el candidato para sucederle: Alberdi. Era el intelectual más prestigioso que había actuado idóneamente como ministro de la Confederación en Europa. Esto se lo confesó Urquiza a su ministro en Brasil –Luis José de la Peña- diciendo que en caso de que el tucumano no aceptara, prefería al Dr. Salvador María del Carril, su vicepresidente. Pero todo se desvaneció porque el círculo de Del Carril (uno de los autores intelectuales del asesinato del gobernador Dorrego en 1828) boicoteó la candidatura con bien fundadas expectativas personales.

Mientras tanto, Alberdi en España, debía procurar el reconocimiento de la Confederación por parte de la madre patria. España aprovechó la situación de escisión nacional para exigirle a la Confederación una vieja deuda de los tiempos coloniales y que los hijos de españoles siguieran la nacionalidad de sus padres. Alberdi aceptó (29/4/1857). Al llegar a Paraná el acuerdo fue rechazado. Esta fue la ruina definitiva de la candidatura de Alberdi, que quedará “con la sangre en el ojo”, mientras Del Carril lanza desvergonzadamente se precandidatura presidencial. Alberdi aconsejará a Urquiza la eliminación de los nombres de Del Carril y Derqui. E irá más lejos, diciendo que se podría elegir a cualquier ciudadano, procurar una rápida reforma de la carta constitucional en el principio de no reelección y que el entrerriano se catapultara a dos períodos más. La sugerencia no encontró eco.

Por lo visto, la figura de Urquiza le merecía al insigne tucumano un concepto altísimo. Hasta que pocos años después –en sus Escritos Póstumos- cambié diametralmente de opinión y diga “¿Para qué ha dado Urquiza tres batallas? Caseros, para ganar el gobierno; Cepeda, para ganar una fortuna; Pavón, para conservarla”.

El nuevo presidente de la Confederación, Derqui, le ofrecerá a Alberdi la cartera de Hacienda en su gabinete, pero éste no aceptará. Seguirá cumpliendo funciones diplomáticas en Europa hasta 1862. En esa fecha será separado del cargo, no obstante, continuará residiendo en el Viejo Mundo. Recién volverá a Buenos Aires en 1879 para ocupar una banca en el Congreso Nacional, luego de cuarenta años de ausencia.

Sin salud y superado por la agotadora práctica política, rechaza ofrecimientos para ocupar cargos de jerarquía política. Volverá a Europa en 1881. Casi sin amigos –por la no aceptación de su transformación ideológica-, apremiado por las dificultades económicas, morirá en París.

“Juzgar el pasado no es otra cosa que ocuparse del presente; la falsa historia es el origen de la falsa política”. Juan Bautista Alberdi.

Nota:
1.- Albión: (en griego antiguo Ἀλβίων) es el nombre más antiguo conocido de la isla de Gran Bretaña. Hoy en día, todavía se utiliza, a veces de forma poética, para referirse a la isla, e incluso, por extensión, para hacer referencia al Reino Unido o Inglaterra.

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