Argentina y sus odios
Arturo Seeber Bonorino*. LQSomos. Febrero 2016
Se le atribuye a María Antonieta, esposa de Luis XVI de Francia, dar por respuesta al pueblo, cuando fue a quejarse a Versalles por la falta de harina para hacer pan: ¿No tienen pan? Pues que coman brioches. Es ésta, quizás, la expresión más cabal del desprecio que las noblezas europeas sienten por los de abajo. Y del odio largamente acumulado de los de abajo estalló en la Revolución Francesa, nacimiento de un nuevo régimen.
España y el mundo hispano presenta al mundo su original excepción. Cuando la República Española llegó para limar las desigualdades entre ricos y pobres, aquellos de arriba, apoyados por un sector del Ejército, emprendieron una guerra contra los de abajo. A menos de un año de instaurada la República se produce el primer levantamiento, frustrado, del General Sanjurjo. No cumplirá la República sus cinco años cuando un pronunciamiento militar, encabezado por el General Mola y el reincidente Sanjurjo, a los que poco después se acopla Franco, se enfrene al Ejército de la República para provocar una guerra civil que durará casi tres años. Una Cruzada de la Cristiandad, como la denominará la jerarquía eclesiástica.
Ricos contra pobres, no pobres contra ricos. Y con un odio que se manifestó, no sólo durante la guerra, en donde es algo natural, sino después de concluida. Se calcula que la represión franquista, en los años de reinado del “caudillo”, acumuló unos 200.000 cadáveres.
Cuando el presidente de la Argentina Hipólito Irigoyen, con su vertiente del Partido Radical, intentó un gobierno popular, el General José Félix Uriburu lo derrocó con un golpe de Estado que fue el ingreso de los militares a la vida política del país, en la que se quedaron por más de medio siglo, y en los que no sólo se dedicaron a malgobernar (de acuerdo a sus capacidades) y a tomar medidas para empobrecer más a los de abajo y aumentar la fortuna de los de arriba, sino a deshacerse, a lo bruto, de sus opositores. Situación que fue in crescendo. En el último golpe, encabezado por el General Videla, al que dieron en llamar con el rimbombante título de Proceso de Reorganización Nacional, en sus poco más de siete años de ejercicio, se calcula, por lo bajo, que fueron “desaparecidos” de la faz de la tierra unas treinta y cinco mil personas. Con el incondicional apoyo de la Jerarquía eclesiástica.
Se presentaron con el banner publicitario de que habían llegado para emprender “guerra contra los subversivos”. Recordamos que en la guerra de España, como en toda guerra, se enfrentaron dos ejércitos, el republicano y el nacional. Pero en Argentina los militares llevaron sus armas contra sectores de la población que, en su mayoría, no tenían idea alguna de lo que es un arma. Afirmemos pues, por respeto al idioma español, que eso no se denomina guerra sino genocidio, y así lo entendieron los jueces que condenan a los culpables de la masacre.
Porque guerra fue la de Las Malvinas. Y es curiosos ver que, ante la alternativa de una de guerra de verdad, los militares sublevados cometieron los actos de cobardía más vergonzosos de la historia militar. Cuando el General Bignone, último presidente de la dictadura, encargó el General Rattenbach y a su equipo elaborar de ella un informe, estos serios y honestos militares condenaron aquel absurdo acto de barbarie, por falta de estrategia y previsión y, lo peor, por cobardía en la actuación de los mandos, y pidieron la pena de muerte para los generales Galtieri, Menéndez y el Capitán Astiz, este último, el apodado el “Ángel de la muerte”, activo represor, acusado por abandonar la lucha “sin haber opuesto la debida resistencia”. Parafraseando lo que en su tiempo de dijo del Virrey Sobremonte, ¿recuerdan?:
Al primer cañonazo de los valientes
huyó el Capitan Astiz con sus valientes.
Ahora, a fines del año 2015, se produce un nuevo golpe de Estado en Argentina surgido de las urnas. Otra vez Argentina y la Madre Patria aúnan criterios: como en los tiempos en que el Partido Popular llega al poder por una campaña mentirosa la cual, apenas con el mando en la mano, se dedican a incumplir con el más absoluto descaro, lo mismo hace Macri y su partido. Y cuando un candidato engaña a los votantes para llegar al poder y luego prescinde de ellos y hace lo que se le da la real gana, se acaba la democracia y comienza la dictadura.
Y aún hay quien nos quiere hacer creer cuán original es el partido Cambiemos en la política argentina, que en tanto el pasado del país se ha caracterizado por el enfrentamiento entre peronistas y radicales, Macri nos presenta una opción diferente. No es cierto. Peronistas y radicales sólo han sido enemigos políticos en la politiquería; el verdadero enfrentamiento se ha dado siempre entre la Argentina de las clases altas y medias (el hombre blanco) y los ciudadanos de segunda (los indígenas y el mestizaje dejando, durante la conquista, por el viril español).
¿No se ha preguntado nadie por qué, bajo la acusación de diversas corruptelas (la corrupción es un mal endémico en nuestra patria, pero eso es harina de otro costal) hasta ahora no demostradas, se haya apresado y mantenga en prisión a la dirigente sindical jujeña Milagro Sala, en tanto que de los tantísimos más culpables no cayera ninguno?
La Argentina son dos países permanentemente enfrentados. Dos países que se odian a muerte. Esto es lo primero que debemos entender del país, de esta consideración debe partir todo proyecto de un país mejor. Si no, seguiremos siendo un país de opereta. Lo que somos hasta ahora: la gran chapuza internacional.
Y agrego una humorada, que nunca viene mal: un amigo mío proponía que se estableciese el clericó como cóctel nacional, porque es una mezcla de clero y milico.
Más artículos del autor
* Arturo Seeber es miembro de la Asamblea de redacción de LoQueSomos
– Argentina-LoQueSomos