Así empezó todo
Santiago Oset*. LQSomos. Junio 2015
A mis padres, José y Teresa,
que se conocieron en Vistabella
en la época de los maquis.
Hace un par de años llegó a las oficinas de nuestra Editorial un pequeño paquete. Contenía varios casetes grabados con una voz entrecortada, que a veces se aceleraba, otras se paraba, volvía a empezar, y así sucesivamente. El paquete no tenía remitente, pero por el matasellos de correos indicaba que venía de la ciudad de Valencia.
Acompañaban los casetes una hoja tamaño folio, escrita a bolígrafo y con letra clara, pero insegura, como si quien la hubiera escrito le costara hacerlo, queriendo, sin embargo, que se entendiera perfectamente.
La nota decía así:
“Estimados señores de la Editorial, les mando con la presente nota unas grabaciones que he realizado contando un período de mi vida, a veces azaroso, pero también intenso. Con los años creía que estarían muy tranquilos en mi memoria, pero no ha sido así. Pienso en ellos, y aunque muchos detalles desaparecen y se oscurecen, otros, esenciales, están aquí dentro en mi cerebro, y se me ha ocurrido darles “salida”.
Se trata de unas pequeñas “memorias”, pasajes de mi vida, de un período comprendido entre principios de 1973 a septiembre-octubre de 1976.
Lamento haberlas mandado grabadas con mi voz, pues no acierto todavía a manejar bien el ordenador, y mi escritura manual últimamente deja mucho que desear por los pequeños temblores de mi mano. Se trataría de un primer capítulo, que lo titulo “Así empezó todo”. Sigo con el siguiente, pero dada mi situación no sé si seré capaz de terminar lo que me he propuesto.
Muchas gracias si han tenido el detalle de oír la grabación y sacar sus propias conclusiones. Estaremos en contacto”.
Oímos la grabación, y la verdad es que nos pareció interesante, aunque hubo disparidad de opiniones. Decidimos pasarlas al ordenador y hacer algunas copias. Y a la espera estamos de que el anónimo autor haga acto de presencia con otros capítulos de sus pequeñas “memorias”.
* * *
Terminé la “mili” en julio del 72, en Paterna, en el cuartel de Artillería; y una mezcla de satisfacción y cabreo me invadió el cuerpo, por el tiempo que consideraba perdido y a su vez por la relajación de haberla terminado. A los pocos días ya me esperaban los camaradas para que me reintegrara a la organización; y así lo hice, poco a poco, tomando el nuevo pulso a lo que estaba pasando en el país, y a las tareas que me encomendaban por parte de la organización los camaradas. La situación política se iba recrudeciendo cada vez más, el trabajo organizativo y de masas absorbía toda nuestra actividad, de tal forma que apenas quedaba tiempo para otras cosas, como los estudios, medio abandonados…
Fue a finales de año cuando tuve una reunión con dos responsables, al margen del colectivo con el cual estaba realizando mis tareas normalmente. La reunión era para proponerme la creación de un aparato de propaganda, del Comité local. Completamente clandestino, con severas normas y medidas de seguridad. Nuestra influencia política estaba creciendo y se requería dar un impulso a la propaganda, para lo cual era necesario una infraestructura organizativa de acuerdo a la nueva situación. Después de hablarlo, discutirlo, acepté.
Se trataba de lo siguiente: Nos asignaron a otra camarada y a mí el pequeño grupo organizador del aparato, y que con el tiempo ya se incorporarían otros camaradas. A los dos nos liberaron de todas las demás tareas y sólo tendríamos contacto con un responsable, y no podíamos tener ningún contacto con ningún otro camarada, por cuestiones de seguridad. Había que buscar un local, y a ello nos dedicamos los dos, con la cobertura de una pareja de novios que estábamos buscando un piso en alquiler para casarnos. Al fin encontramos uno, prácticamente nuevo, a las afueras de la ciudad, cerca del río. Enfrente del edificio estaba la huerta y se respiraba una quietud y tranquilidad muy buena para nuestro trabajo.
Con un carné de identidad que me pasaron pude introducir una fotografía mía y alquilar el piso a nombre de otra persona. La camarada R. era estudiante, rubia, pelo rizado, guapa y daba la apariencia de persona sensata, de vida normal. Nos movíamos con una moto Vespino para ir al “trabajo” y realizar nuestras tareas. En uno de los armarios, el cual insonorizamos a conciencia, colocamos una mesa con la multicopista, la cual serviría para realizar las copias de los documentos que nos encargaban. Casi todos los días íbamos al local, pues siempre había cosas que hacer, acondicionarlo, imprimir octavillas… También llevarlas a la cita de contacto para que las repartieran. El trabajo era muy absorbente. Allí aprendí a teclear la máquina de escribir, con la cual hacíamos los clichés que luego colocábamos en la multicopista para realizar las copias.
El local iba tomando forma, con algunos pequeños muebles que conseguimos, mesas, sillas, estanterías, y todo bien recogido para dar sensación de normalidad ante alguna pequeña eventualidad. También servía de almacén para los materiales (libros, revistas…) que nos enviaban de los aparatos centrales de la organización, que nosotros organizábamos para el reparto a los diferentes comités y células del partido. Sabíamos o intuíamos que había otros aparatos de propaganda, así la Juventud tenía el suyo propio y el Comité del PV lo mismo.
También sabíamos que la policía, los diferentes cuerpos de policía, andaban como “locos” detrás de los aparatos de propaganda. Su obsesión por “cazarnos” era tal, que había que extremar las medidas de seguridad. Así, el papel, la tinta y los clichés, los comprábamos cada vez en sitios diferentes, a ser posible en otras localidades fuera de nuestra zona de influencia.
Había dos cosas que de vez en cuando me rondaban por la cabeza y me obsesionaban. Una era la familia, principalmente mi madre, pues mi padre hacía años que había fallecido, y estaba el otro hermano; ninguno de los dos sabían nada de mi actividad. De vez en cuando no iba a dormir a casa, con la excusa de que iba a estudiar a casa de algún amigo. ¿Cómo lo iban a afrontar si me detenían? Principalmente si la policía iba al domicilio familiar y lo ponían todo patas arriba, buscando y rebuscando los papeles, periódicos, documentos, de los que llamaban clandestinos. El susto y el posible ataque de nervios no se lo quitaba nadie a mi madre.
El otro asunto que me obsesionaba si nos detenían era cómo aguantar para que de nosotros no saliera ningún nombre ni pista que pudiera hacer comprometer a otros camaradas. Nos inventamos coartadas, creíbles, pero sabíamos que eran castillos de arena para salir del paso momentáneamente. ¡Pero había que aguantar! Si nos detenían apechugaríamos con lo que encontrasen, pero más no.
Estábamos a finales de marzo, y ya se estaba preparando la campaña de movilizaciones del 14 de abril, día de la República, y del Primero de Mayo, día de la clase obrera. Nuestra actividad aumentó sensiblemente, pues la organización se trazó un plan de agitación y propaganda
como nunca lo había hecho antes, y había que imprimir miles de octavillas para el reparto en la ciudad y pueblos de alrededor. Y así estuvimos varios días, trabajando sin parar, confeccionando, imprimiendo, distribuyendo a los contactos los materiales de la campaña.
Extremamos las medidas de seguridad pues sabíamos que nos andaban buscando.
Un domingo, de primeros de abril, sucedió lo que no queríamos que sucediera. A media mañana nos acercamos al local con la idea de trabajar unas horas y a media tarde retirarnos. Cuando llegamos con la moto Vespino al edificio y acercarnos a la puerta, vimos como lo más normal del mundo a una pareja de novios haciendo lo que hacen casi todas las parejas de
novios, a una persona con mono de mecánico arreglando un coche, y a otra persona como trabajando en la huerta que había enfrente de la casa.
Nada más vernos acercarnos, frenando la Vespino, y antes de poner los pies en el suelo se abalanzaron sobre nosotros y antes de que nosotros pudiéramos reaccionar ya estábamos esposados. Salió del portal de la casa otra persona y le dijeron: ¡Estos son mi comandante!
Nos subieron al piso, el cual ya estaba abierto, y casi todo lo habían revuelto. ¡Vaya, vaya, sois vosotros los que lleváis este aparato de propaganda! Se pusieron muy contentos y uno de ellos se envolvió con una bandera republicana de las que teníamos y se puso a bailar dando
vueltas. Otro se puso a rebuscar entre los libros de la estantería que teníamos, tirándolos al suelo. Entre las páginas de un libro encontró mi carné de identidad falso, y más risas. ¡Con esto sí que te empaquetamos!
Mi obsesión, una vez pasados los primeros momentos, era averiguar qué había pasado, de dónde había venido la “caída” del piso, atar cabos, saber a qué atenerme, intentando mostrarme lo más sereno posible. Todos ellos iban de paisano. Y por lo que deduje de las conversaciones, pertenecían a la Brigadilla de la Guardia Civil, sus agentes de paisano.
Después de mirarlo todo y felicitarse cien veces por el “éxito” de la operación, acercándose de vez en cuando a nosotros y riéndose, sin apenas decirnos nada, nos llevaron al cuartel de la Guardia Civil. Durante el trayecto intenté con algún gesto darle ánimos a la camarada pero me cortaron en seco y, al llegar al cuartel, directamente nos metieron a cada uno de nosotros en una celda diferente y alejada una de la otra. Hasta el momento no nos tocaron.
Por alguna frase suelta de los que nos detuvieron, que logré “cazar” en sus conversaciones, deduje que había habido otras detenciones, y en concreto referidas a los aparatos de propaganda. Llegamos sobre la una de la tarde; en la celda, aunque no había mucha luz, sí la suficiente para darme cuenta inmediatamente que en el suelo de la pared había dos cartulinas. En un recuadro se podía leer “Aparato del Comité regional” y una serie de nombres (uno de estos nombres coincidía con el del camarada que me planteó la formación del aparato del local). Aquello me sirvió de pista de cómo habían descubierto nuestro aparato, pues este camarada llegó a conocer –indebidamente– dónde se encontraba.
De aquel recuadro salía una flecha hacia otro recuadro que ponía “Aparato de la Juventud”, y así varios nombres. Otra flecha iba dirigida a “nuestro” recuadro: “Aparato del Comité local”, con dos nombres, el de la camarada y el mío, con puntos suspensivos, interrogantes, etc.
Estaba claro, habían caído los tres aparatos, el nuestro el último, y era donde aún no lo tenían todo descubierto. La medida psicológica para que nos sintiéramos derrotados estaba clara: las cartulinas lo decían todo. Desmantelados tres aparatos de propaganda y detenidos todos sus componentes. ¿Irían a registrar mi casa? ¿Cuándo empezarían los interrogatorios? Así me pasé varias horas, en plena tensión, a la espera.
Como ya he dicho, era domingo, y sobre las seis de la tarde me sacaron del calabozo y me subieron a un despacho grande, creo que era un primer piso, en el cual había varias mesas de madera, con papeles encima de ellas, flexos de luz, y a un lado de la pared un banco largo, como de los que hay en las iglesias. Siempre esposado, me sentaron en una silla, delante de una de las mesas. Varias personas iban y venían, y el tiempo pasaba. Una radio despertaba la atención de los sociales, retransmitían el partido de fútbol Valencia-Atlético de Madrid. La espera se me hacía interminable, y no se me ocurrió otra cosa que preguntar: ¿cómo van?
La respuesta fue un tortazo que casi me tira de la silla.
–Cabrón, por vuestra culpa nos hemos perdido el partido.
Acto seguido me cogieron y me sentaron en el banco, atándome a él y me pusieron una capucha.
–Venga, ahora nos vas a decir todo lo que sabes, ya lo sabemos casi todo sobre el Partido y el Frente, pero queremos oírtelo decir a ti.
Empecé con la coartada que habíamos acordado, que lo hacíamos por ganarnos un dinero, que no tenía nada que ver con… No me dejaron terminar la frase y unas sacudidas eléctricas intermitentes pero rápidas por los brazos y espalda me hicieron gritar a más no poder.
–Por dinero, ¿eh? Si la familia de tu amiguita es de las más ricas de Zaragoza. Te hemos pillado con carné de identidad falso, con el cual has alquilado el piso, y también sabemos que te moviste mucho con el Sindicato Democrático de Estudiantes; pero hombre, ¿cómo se te ocurre meterte con esos prochinos, los proalbaneses, no comprendes que con esos del Frente, con ese Álvarez del Vayo no vais a llegar a ninguna parte? Entonces reconocí y acepté que militaba en la organización.
Ya parecía que estaba “ablandado”, y vino la siguiente fase con su correspondiente pregunta: ¿quién es tu responsable, dónde vive, conoces a otros de tus camaradas?
–No conozco a nadie, hace poco que he entrado en la organización y me destinaron aquí.
–Vamos Manzano, hay que darle otro correctivo.
–Sí, mi teniente Cebrián.
Inmediatamente otra sesión de corrientes me hicieron agitarme con fuerza, intenté ver si podía controlarlas, pero me dominaban el cuerpo, me lo agitaban, y nuevamente los gritos de dolor.
Me quitaron la capucha, me levantaron del banco, y de pie en medio de la sala, rodeado de cinco o seis personas, empezaron a hacerme preguntas.
–Tu responsable, quién es, cómo se llama, cómo y cuándo te ves con él. Venga, no nos hagas perder la paciencia –frase que vino acompañada de un buen tortazo.
Se me ocurrió en ese momento para paralizar la paliza en ciernes jugar al despiste. Mi responsable era una chica, pero dije que era un chico con unas características físicas difíciles de olvidar: rubio, alto, trajeado,… y que nos veíamos los lunes, miércoles y viernes, a las cinco de la tarde en una cita de seguridad. El lugar que di, junto al viejo cauce, lugar inverosímil.
Y de las demás cosas, no sabía, nada de nada.
Pararon el interrogatorio y me bajaron al calabozo. Me dejaron tranquilo durante unas horas. Sobre medianoche me volvieron a subir, y en otro despacho al que me hicieron entrar, había una persona leyendo a la luz de un gran flexo, estando el resto de la habitación a oscuras.
Me dio la impresión de que era un “especialista”, pues estaba leyendo papeles, informes, que habían encontrado en el piso. Los nombres, en los papeles estaban en clave, y querían saber si yo sabía descifrar las claves y si conocía los detalles de los informes (reuniones, dónde, cuándo, etc.). Otra incorrección más de las normas de seguridad, el guardar estas cosas donde no se debían guardar. Ante mi negativa, y tras insistir en las preguntas y mis respuestas varias veces, me dejaron en paz.
La “caída” había sido importante: tres aparatos de propaganda, con sus correspondientes camaradas, unos diez o doce, y que estaban todos en el mismo cuartel detenidos, y de los cuales no vi a ninguno. La noche fue lenta, tensa, apenas pequeños períodos de sueño intermitentes, rondando por la cabeza los pensamientos…
A la mañana siguiente no pasó nada, tranquila, parecía que ya lo tenían todo desarticulado. Sólo faltaba lo de mi responsable, y prácticamente yo lo tenía olvidado, pues no creía que tras varios días de detenciones fueran capaces de intentar detenerlo en una cita de seguridad que no correspondía con la realidad, pero eso ellos no lo sabían.
Pero me equivoqué. El lunes a las cuatro de la tarde me subieron en un coche (utilizaban mucho el “Citroen dos caballos”) y me llevaron a la cita de seguridad falsa que les había dicho en los interrogatorios. La espera se me hizo eterna, por saber su reacción ante la inutilidad de lo que estábamos haciendo. Pero de golpe y repente se me hizo un nudo en la garganta, comencé a toser, a sentirme mal, para hacer lo que fuera a fin de evitar lo que podía pasar en ese momento. Y lo que podía pasar era lo siguiente: a las cinco menos dos minutos apareció en el lugar de la cita, caminando, de una forma normal, un camarada que era el responsable de organización de todo el País Valenciano. Moreno, con gafas, encorvado, con cara de despistado, lo contrario de…
El coche de los sociales estaba a la “espera”, escondido, y a mí me tenían dentro. Como por ese lugar no pasaba nadie, y al verle a él, se les encendió la lucecita, y me preguntaron:
–¿Es ése?
Yo, que estaba muy tenso, aunque lo disimulaba, aprendí a “rezar” en ese momento una oración laica, y me decía ¡vete, vete, cabrón, vete!
Les contesté:
–No, qué va, ya saben que es rubio, a ése no lo he visto en mi vida.
Por suerte, el camarada, tranquilamente, como paseando, no se paró en ningún momento y al poco desapareció.
Estuvimos un rato más en el coche a la espera, y con muy mal humor regresamos al cuartel, y otra vez al calabozo.
Mi cabeza no dejaba de latirme, y los pensamientos no dejaron de bullir arriba y abajo: ¿qué hubiera pasado si detienen al camarada en la cita falsa que yo había dicho? Menuda responsabilidad la mía. ¿Alguien me hubiese creído? ¿Y el daño que se habría producido en la organización?
Este suceso es la primera vez que lo cuento y lo expreso después de tantos años pasados. Es una losa que me acompaña siempre. Al camarada en cuestión no volví a verlo más en los años siguientes. Se lo habría dicho, y no sé cuál habría sido nuestra reacción, la suya y la mía. Ya hasta el día siguiente, martes, por la mañana, nos dejaron tranquilos. Pero siempre con la intranquilidad de que apareciera algún cabo suelto, alguna nueva información que nos implicara de nuevo, y así vuelta a empezar.
La noche del lunes la pasé más tranquilo, sin apenas dormir, y pensando, pensando. Dándole vueltas a las cosas, a mi vida, a las cosas buenas y bonitas que me habían pasado, a las feas, a las que por mi culpa y cabezonería me llevaban a callejones sin salida. Y también pensaba en las chicas, las que había conocido, mis relaciones con ellas, mi carácter poco “ligón”, un poco retraído, propio de formación de colegio de curas, con poca mentalidad para relaciones de pareja, la orientación represiva en materia sexual, cultural… Me puse a pensar, ya desde el primer beso, jugando, a los 9 o 10 años, pasando por mis amores de los llamados platónicos, hasta los reales y materializados. Pensé en aquella chica que a los trece y catorce años nos cruzábamos todos los días al salir del colegio e ir a casa para comer; siempre en el mismo sitio, metro arriba o metro abajo, cada uno por la acera de enfrente, siempre nos mirábamos, nos reíamos furtivamente, pero… Pensé en M. J. que después de salir un tiempo con ella, y “cortejarla” me dio calabazas. Esta compañera nos llevaba a media clase de cabeza, “todos” estábamos enamorados de ella, por lo guapa, simpática… pero un día produjo un desengaño a muchos de sus compañeros: en una votación en el curso para decidir la huelga de la facultad, fue de los poquitos y poquitas que se puso en contra. Esto lo recordaba y me reía, pero me dio calabazas. También me acordé mucho de C. pues nuestra relación ya fue de palabras mayores. De mucha valía esta chica, me llevaba “loquito”, de un amor casi enfermizo, pero no logramos llegar a cuajar; aunque fuimos lo que se dice “novios”, no llegamos a intimar, creo que los prejuicios nos podían sobre las cosas de la vida y del amor. Cuando la perdí, fue como si hubiera perdido algo de mi vida y de mi cuerpo, cabreado, deprimido, porque dos personas que dicen que se quieren no pueden consolidar ese amor en una relación común. Siempre la recordaré, así como nuestra palabra favorita: “aixó”. Y así y con más pensamientos pasé toda la noche.
A la mañana siguiente, ya se cumplían los tres días de la detención, y nos tenían que llevar a los Juzgados de la Glorieta. Me hicieron subir a la sala de los interrogatorios donde ya tenían preparada la declaración, con las cosas que habían ocurrido con la “feliz” desarticulación de todos los aparatos de propaganda. Fundamentalmente era una declaración para que nos autoinculpáramos de los “delitos” de asociación ilícita y propaganda ilegal para así facilitarle las decisiones de condena al Tribunal de Orden Público. Ya no se trataba de oponerse o discutir nimiedades que aparecían en el escrito, siempre respondidas con amenazas, lo que importaba en aquellos momentos era salir cuanto antes de allí, lejos de aquel infierno.
Así pues, a medio día, nos metieron en los inefables “dos caballos” a la camarada y a mí y nos condujeron a los Juzgados. Nos alegramos de volver a vernos, pero no pudimos darnos un abrazo, ni hablar entre nosotros, mas sólo con la mirada ya manifestábamos nuestra alegría. Salir de allí, del cuartel de Arrancapinos, fue una bendición de los dioses, el futuro que nos esperaba sería más o menos negro, pero no tan negro como lo que acabábamos de dejar atrás.
De lo que tanto temía se resolvió bastante bien, pues a mi casa no acudieron a registrarla, ¿para qué, si ya lo tenían todo? Mi madre, el primer día de faltar a casa no se preocupó, pero ya al segundo día empezó a hacer gestiones en la comisaría del barrio, donde le dieron largas, y a preguntar a los vecinos, los cuales ya se barruntaban algo de lo sucedido, pero hasta que no salió en la prensa no se atrevían a decirle nada. Lo tomó con mucha valentía y serenidad como lo demostró posteriormente. Sobre el otro asunto, lo de los “cantes” a otros camaradas también se resolvió bastante bien, pues fuimos los últimos de la cadena de detenciones y nuestras declaraciones no condujeron a ninguna parte.
Ver la luz del sol, por las calles de la ciudad, ya era otra cosa, aunque sabíamos adónde íbamos y quiénes nos acompañaban esposados. Pero el último amago de infarto sucedió en los Juzgados, esposados como íbamos, abriéndonos paso la policía hacia el juzgado de turno, de golpe y repente me doy de frente con un camarada y casi me abalanzo sobre él para abrazarle. Me retuvo instintivamente la indumentaria que llevaba de los abogados, mas yo no sabía que lo era, y entre el follón de gente que había pudimos darnos una amplia sonrisa. Menos mal que nuestros guardianes no se dieron cuenta de nada. La declaración en el Juzgado fue de puro trámite, pues como ya vimos nuestra negativa no llevó a ninguna parte.
Al salir de los Juzgados enfilamos con el “dos caballos” hacia la cárcel. En primer lugar a la cárcel de Mujeres donde dejaron a la camarada, y sin poder despedirnos. Posteriormente le dieron la libertad condicional, pero ya nunca más volvimos a vernos. A poca distancia estaba la Prisión Provincial y allí me llevaron. Después de los tres días pasados, ¡qué tres días!, no me importaba ir donde fuera; pensaba que peor no podría ser. Mientras nos bajábamos del “dos caballos” camino de la puerta de la cárcel, nuevos pensamientos se agolpaban en mi cabeza, otra situación, otra vida, ¿qué nos depararía el futuro?
Pero, en fin, si continúo con estas pequeñas memorias podré contarlo en los próximos capítulos, mientras tanto aquí termino lo de “así empezó todo”.
* * *
Un año después de haber recibido la grabación del texto anterior, recibimos un correo en nuestro ordenador que decía así:
“Estimados señores de la Editorial. He concluido la redacción de esas “pequeñas memorias” que ya les comenté hace un año. He resuelto el tema de los textos a pasarlos al ordenador, todavía hay gente solidaria que le gusta echar una mano… Si a ustedes les viene bien y les interesa, sin ningún compromiso por su parte, les puedo hacer llegar por correo electrónico el resto de los capítulos. Si “algo” les interesó de lo que les mandé, les aseguro que lo que continúa no les va a defraudar.
Les enumero algunos temas de los próximos capítulos: Entrada en la cárcel y el Período. Mis nuevos camaradas. Formación de la Comuna de los presos políticos. Los cuatro de Faura. La vida en la cárcel. Trabajo en los talleres. Estudio de Ciencias Económicas. Visita de Joseph Vicent Marqués para examinarme. Juicio en el TOP. Los fusilamientos del 75. Debate con la Comuna de la otra galería. Los partidos de pelota. Encuentro con mi hermano pequeño y su banda dentro de la cárcel. Primer indulto, continúo en la cárcel. Al tercer intento me soltaron. Una cifra: tres años, cinco meses, dieciséis días, y unas cuantas horas. Al fin libre, bueno, es un decir”.
Le contestamos a su correo, felicitándole por haber concluido la redacción de sus “historias vividas”, que nos las mandara y les echaríamos un vistazo, ya encontraríamos la forma y la fórmula de hacerlas conocer. Esta vez ya nos dijo su nombre…
* Editor de “Tiempo de Cerezas”, luchador antifranquista y represaliado político.
Gracias por tu respuesta, no me había llegado. Leeré con atención tu trestimonio y veré si aún hay tiempo de mencionarlo en la historia del FRAP que he escrito y cuyo primer tomo acaba de publicarse. Un saludo.
¿Existe el libro? ¿existe el autor?
El libro es un proyecto. Para contactar con el autor dirigete a la editorial “Tiempo de cerezas”
Este escrito se presentó al premio literario que organiza la Gavilla Verde, en homenaje a Dulce Chacón (no fue premiado).
Está basado en hechos reales, y el libro está todavía en la cabeza del autor, al que le apremian para que lo escriba, que ya se ha puesto a ello.
En este caso autor y editor son la misma persona.
Un saludo