Bestialismo sagrado
Por Nònimo Lustre. LQSomos.
Todas las leyendas orales, libros, prédicas, jaculatorias, anatemas y demás etcéteras de todas religiones, están plagadas de disparates contra natura –también llamadas ‘aberraciones sexuales’. Todas de todos y viceversa y no exageramos. Abundan el incesto, el asesinato y el genocidio y una miríada de filias de índole psiquiátrica con tantos nombres como elementos hay en el universo de los que citamos sólo un puñado: algofilia, dendrofilia, electrofilia, mecafilia, necrofilia, pedofilia y un inmenso etcétera. Hoy, sólo queremos cumplimentar unas ilustraciones que no tuvieron espacio para ser incluidas en nuestro reciente Cuento chino de Navidad del 25 XII 2021 del que estas notas son continuación. Pero, como el tema es inabarcable, sólo nos vamos a referir a la zoofilia o bestialismo.
La Clasificación Internacional de Enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (CIE-10), incluye al bestialismo con el código F65.8 correspondiente a “otros trastornos de la inclinación sexual” entre los que cita el froteurismo, el uso de la anoxia para intensificar la excitación o la preferencia por anomalías anatómicas. Ahora bien, el F65.8 no especifica un aspecto que tiene más cabida en las mitologías que en la vida cotidiana: decidir que, según el animal sea activo –como el cisne de Leda-, o pasivo –la mayoría-, podríamos clasificar la zoofilia en dos bloques. Pero no lo haremos porque, en el fondo, a casi nadie le interesaría.
Comencemos con las zoofílicas por antonomasia: las brujas. Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611), define como bruxa “cierto número de gente perdida y endiablada, que perdido el temor de Dios, ofrecen sus cuerpos y sus almas al demonio a trueco de una libertad viciosa y libidinosa”. Más adelante remacha: “son más ordinarias las mugeres, por la ligereza y fragilidad, por la lujuria y por el espíritu vengativo que en ellas suele reynar; y es más ordinario tratar esta materia debaxo del nombre de bruxa”. Es de suponer que el eximio lexicógrafo pensaba en el culto al macho cabrío y también en que las brujas sacrificaban niños, eran antropófagas, realizaban orgías, cometían incesto, actos de sodomía e idolatraban a otros dioses.
Hagamos un rápido recorrido por las imágenes producidas por el bestialismo de los Dioses. Lo inauguramos con un par de ilustraciones propias de la Antigüedad no griega ni romana:
[NB. No creemos indispensable añadir pies de foto pues se explican a sí mismas]
Inmediatamente, nos vamos a la mitología griega con el mega-machote Zeus violador conspicuo y recalcitrante que preña a Leda y a Dánae con artimañas diferentes pero, ambas, bestiales: primero el cisne de Leda y luego la lluvia dorada contra Dánae.
Y nos detenemos un instante en cuatro imágenes de Pasifae, un extraordinario caso de violación a un animal que se pergeña dentro de toro cimbel:
Otras obras relacionadas con el sagrado bestialismo:
Y avanzamos –o retrocedemos- hasta los herederos de Mesopotamia: el judaísmo y el cristianismo. El primero se desgañita contra el bestialismo, seguramente porque intentaba –sin mayor éxito- aislar al Pueblo Elegido de las bestias circundantes: “Si alguno se ayunta con un animal, ciertamente se le dará muerte; también mataréis al animal… Si alguna mujer se llega a un animal para ayuntarse con él, matarás a la mujer y al animal” (Levítico 20:15-16)
Con el Nuevo Testamento alcanzamos la cúspide del bestialismo sacro vía el amor (correspondido) de una indeterminada de las 308 especies de colúmbidas.
Y finalizamos con un apunte de hasta dónde llega la zoofilia en Europa. Exactamente hasta su nacimiento. En puridad mitológica, los europeos somos Hijos de un bóvido y de la Paloma –léase en consecuencia, somos Palominos.
APÉNDICE
Bestialismo profano
Quedan fuera de la lista anterior los casos extremos de aquellos humanos o dioses o animales que se fundieron en un híbrido monstruoso -el menos conocido es el del Sireno u Hombre-Pez.
Por otra parte, era inevitable que el hodierno Occidente continuara fiel a su tradición de dioses zoofílicos manifestada desde la Ilustración en cuentos infantiles como La bella y la bestia o La princesa y la rana. Mejor que se limite a mirar su ombligo puesto que, cuando en tiempos recientes ha innovado, resultados como la figura jurídica del suicide murder (ahorcar a los suicidas frustrados) nos resultan ilógicos y penosos. Vaya una escueta enumeración de unos procesos por bestialismo a cual más extravagante:
En 1.379, en un monasterio francés, dos piaras de gorrinos mataron al plebeyo Perrinot Muet. Como dictaba la ley, los chanchos tenían que ser ejecutados, fueran los homicidas directos o esos simples espectadores quienes, con su silencio, era obvio que se convertían en cómplices del crimen. Pero, el Prior del convento, fray Humbert de Poutiers, no estaba dispuesto a aceptar la debacle económica que le hubiera supuesto el suinicidio o gorrinicidio masivo así que apeló y el rey indultó a la piara. Rara medida de gracia porque, por entonces, se asesinó a todo tipo de bestias domésticas e incluso a plagas del campo como el gorgojo (Rhynchites auratus) Se llegó al dislate de ejecutar a unos delfines en la Marsella de 1.596.
Algunas víctimas humanas reseñadas a vuela tecla: La joven niña Claudine de Culam (1585-1601), ahorcada y luego quemada junto al perro del que –suponemos- se beneficiaba. Primera referencia en Francia de máxima pena por zoofilia a la que siguió una infinidad.
En 1642, en los EEUU, a sus 16 o 17 años, Thomas Granger fue ejecutado por sodomía (buggery) perpetrada contra una yegua, una vaca, dos cabras, algunas ovejas, dos becerras y un pavo. Fue uno de los primeros asesinatos legales cometido en las colonias puritanas y el primero contra un menor. En ese mismo año, George Spencer de New Haven, Connecticut, fue ejecutado por preñar a una cerda. Aunque se dice que fue sorprendido in fraganti, no fue condenado con pruebas hasta que se demostró (¿) que la cara del lechón “se le parecía”.
En 1750, se hizo famoso en Francia el juicio por bestialismo de Vanvres. El zoófilo Jacques Ferron fue ahorcado pero la burra deshonrada se salvó gracias a la intercesión de los notables del pueblo quienes nos informan en una Memoire de 54 páginas que la jumenta Belles-Oreilles había sufrido diez años en las manos de un sátrapa pero que, cuando fue adquirida por Ferron, tuvo una vida apacible demostrando ser “l’Afne de Féron eft un animal incapable de bleffer perfonne & de faire de malice” [“f”, antigua grafía de la “s”]
Como era de esperar en un tema que –ahora- avergüenza a Occidente, no nos ha sido fácil encontrar la fecha del último condenado por bestialismo a la última pena. Sólo hemos encontrado que, en Suecia, fue ejecutado el último acusado de zoofilia a finales del siglo XVIII –concretamente, en 1778. La notamos a sabiendas de que no debió ser el último en el continente que ahora presume de haber estatuido los derechos humanos… y la legislación contra el maltrato animal.
Hay evidencias de que la letal injusticia contra los zoófilos no terminó en Suecia. Por ejemplo, en Inglaterra y en Reino Unido, cumpliendo con la Buggery Act de 1533, entre 1800 y 1836, fueron ejecutadas 58 personas, 48 por homosexualidad y 10 por bestialismo. En la actualidad, en el UK son ilegales la penetración anal y la vaginal de cualquier animal -vivo o muerto. De hecho, hasta 2003, estaban penadas con cadena perpetua. Pero la permisividad de la ‘primera democracia del mundo’ ha avanzado tanto que, ahora, esa pena se ha reducido a dos años de cárcel. De semejante benignidad se aprovechó Joseph Squires en fecha tan cercana como el año 2010. Este jubilado de 66 años fue condenado a 22 meses de cárcel por agresión sexual y por los daños causados en objetos que no eran suyos. Específicamente, su ‘pecado nefando’ fue sodomizar a un burro en 1999 y, cinco años después, a un caballo.
El caso Squires se desarrolló en un país donde a diario aparecen en sus tabloides casos de zoofilia. En otros países del Viejo Continente hay dudas: en los Países Bajos, no se pudo condenar a un hombre por violar a una oveja porque, según el juez, el animal no podía confirmar si había sufrido estrés emocional ni tampoco si había sido o no sexo consentido. Por las mismas épocas, en los EEUU, un chaval fue absuelto al argumentar su abogado que el ciervo al que había sodomizado estaba muerto- y por tanto ya no era un animal sino un animal muerto.
Finalicemos con una referencia vasco-navarra sobre las ‘otras’ víctimas de la zoofilia: analizando unos procesos del siglo XVI, un estudioso anota que “de los 32 casos que están sentenciados, únicamente en ocho ocasiones hay una mención expresa al futuro que se les depara a los animales. Por lo general, junto a la muerte del reo se dictaminaba poner fin a la vida del animal… tal y cómo sucedió en 1575, momento en que el cuerpo de Juan de Vicuña “sea quemado en llamas de fuego juntamente con la yegua con que ha sido acusado”… otras veces se indicaba que el animal debía ser vendido a terceras personas… en 1581, el juez dictaminó contra Juan de Jassa [y su cuadra o bombonera] que “se mande vender la asna contenciosa” (cf. Javier Ruiz Astiz. 2017.”’Meresce la pena ordinaria de muerte’: estudio de las denuncias por bestialismo en la Navarra del Antiguo Régimen”, pp. 299-333, en Chronica Nova, 43)
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