Black lives matter
Carlos Olalla*. LQS. Junio 2020
Entre el racismo y el antirracismo no puede haber equidistancia, como tampoco puede haberla entre fascistas y antifascistas, porque mientras unos defienden la democracia y los DD.HH., los otros promueven la dictadura y la barbarie
La que presume de ser la democracia más antigua del mundo arrastra un mal endémico que la condena a vivir sobre los pilares del racismo y la injusticia. Es una democracia que, como bien dijo Spike Lee al presentar su última película en Cannes, está basada en la esclavitud y el exterminio de los pobladores originales del país. Con esos mimbres malo es el cesto que se puede llegar a hacer. Confinaron a los pocos supervivientes de los indios originales en reservas y han pasado a ser un colectivo prácticamente simbólico y marginal entre la población actual de la que representa poco más del 1,5%.
El final oficial de la esclavitud de negros traídos de África se produjo en 1863. En contra de lo que muchas veces nos han contado, la esclavitud no acabó por motivos de respeto a los derechos humanos o de justicia social, sino meramente por razones económicas: era más rentable liberar a los esclavos y que tuvieran que ganarse la vida con salarios de miseria que estar obligado a mantenerlos hasta que muriesen. El enfrentamiento de los Estados del Norte contra los del Sur, donde se concentraba la mayor parte de la población negra ya que era donde más esclavos había por su tipo de economía (algodón principalmente) acabó con la Guerra de Secesión que, con la derrota del Sur confederado, puso fin a la esclavitud. Que hoy veamos banderas confederadas junto a algunas nazis en los actos y concentraciones supremacistas blancos viene de ahí. Que los negros dejasen de ser esclavos no supuso que fueran admitidos como iguales por gran parte de la población norteamericana, que siempre los consideró “inferiores”. La discriminación a la que los negros han estado sometidos en EEUU desde la abolición de la esclavitud ha sido durísima. De hecho hasta bien entrado el siglo pasado (1964) no se aprobó la ley de Derechos Civiles que, en teoría, debía acabar con la discriminación. Pero la discriminación sigue vigente y con fuerzas renovadas por la tendencia mundial del resurgir del fascismo que estamos viviendo. Los supremacistas blancos que, a mediados del siglo pasado mediante ceremonias organizadas por el Ku-Klux-Klan, linchaban y ahorcaban o quemaban vivos a negros en fiestas nocturnas a las que llevaban hasta a los niños, han pretendido mantener su dominio mediante la violencia hasta nuestros días.
Billie Holiday, cantante afroamericana que cambió para siempre la forma de hacer y de vivir la música de su país, compuso una de las primeras canciones de protesta de la Historia precisamente contra estos linchamientos de negros. Se llama Strange fruit, y es un desgarrador grito contra los ahorcamientos de sus hermanos negros en el profundo sur norteamericano.
Hoy la población afroamericana en EEUU representa el 13% de la población total, sin embargo, el número de negros muertos a manos de la policía (que ha matado a tres personas diarias durante los últimos 5 años), es del 25%. Un negro tiene hoy casi tres veces más probabilidades de morir a manos de un policía que un blanco. La sensación de impunidad de muchos de los policías norteamericanos viene de esas raíces tan arraigadas en ese país y del sustrato supremacista blanco que domina hoy la sociedad. Eso explica que el 99% de los policías juzgados por matar a ciudadanos sean absueltos o declarados no culpables.
El asesinato de George Floyd, porque no cabe calificarlo de otra forma, ha sido, quizá, la gota que ha colmado el vaso de una población que está ya harta de aguantar tanta violencia e injusticia, una población que ve cómo jurados, jueces y policías forman un entramado corporativista que se protege a sí mismo impidiendo que se haga justicia con los abusos y crímenes policiales. Si a ello le añadimos la marginación que simplemente por el color de su piel sufren los colectivos “no blancos” en EEUU, tendremos el caldo de cultivo ideal para que estalle la violencia. Desde que se abolió la esclavitud, hace solo 150 años, por cada dólar que gana un blanco, un negro solo alcanza a ganar 60 centavos. Es una proporción que se ha mantenido inquebrantable desde entonces. Los afroamericanos viven en las ciudades en guetos que concentran un 45% de población negra, lejos del 13% del total que son en realidad. Un niño negro hoy tiene más posibilidades, cuando crezca, de acabar en la cárcel que en la universidad. Entre la población negra existe una tradición, el “talk” o charla, que los padres dan a sus hijos enseñándoles cómo comportarse cuando la policía les pare en la calle, porque por su color de piel saben que tarde o temprano les pararán. Les explican que nunca salgan corriendo, que sean “educados”, que hagan todo lo que les pidan… pero aún así eso no es suficiente, como han demostrado tantos y tantos casos de chicos y chicas negros asesinados por el simple hecho de serlo. Bruce Springsteen compuso la canción “41 shoots American skin” (41 disparos, piel americana) en 1999 denunciando el asesinato de Amadou Diallo, un joven de 23 años del Bronx que al regresar a casa una noche fue interceptado por 4 policías que le exigieron que se identificase. Cuando Diallo sacó la cartera para hacerlo, los policías creyeron que iba a sacar un arma y dispararon. Le dispararon 41 tiros. 19 impactaron en su cuerpo. Diallo iba desarmado.
Los 4 policías fueron juzgados. Los 4 policías fueron absueltos.
Las muestras de racismo institucional que estamos viendo en EEUU no son exclusivas de ese país. Se está expandiendo una pandemia neo nazi por todo el mundo que está sembrando las calles de odio y violencia. La vemos allí, pero también está aquí, a nuestro lado, en nuestras calles, en todos esos que dicen cosas como que el ingreso mínimo vital produce un efecto llamada, que las ayudas sociales se las llevan los inmigrantes y no los españoles, que hay que negar el derecho a asistencia sanitaria a los de fuera… La vemos en jueces que ni juzgan ni condenan a los guardias civiles que provocaron la muerte de 14 personas migrantes en la playa ceutí de El Tarajal hace seis años tirándoles botes de humo y balas de goma cuando intentaban alcanzar la orilla, la vemos en las instituciones que sistemáticamente han impedido a sus familiares entrar en nuestro país para poder velar a sus hijos muertos, la vemos en las redadas racistas que hay en nuestras calles, la vemos en las personas que evitan sentarse junto a un negro o un gitano en el metro, en las que, al verles, agarran instintivamente su bolso o se llevan la mano a la cartera, la vemos en la sistemática marginación que hacen nuestro cine y nuestra televisión de los intérpretes racializados que son invariablemente condenados a hacer papeles que consolidan la imagen negativa del colectivo al que pertenecen… y la vemos en ti y en mí cuando callamos o miramos a otro lado, cuando no queremos ver, porque entre el racismo y el antirracismo no puede haber equidistancia, como tampoco puede haberla entre fascistas y antifascistas, porque mientras unos defienden la democracia y los derechos humanos, los otros promueven la dictadura y la barbarie. Como bien dice la protesta mundial que ha causado el asesinato de George Floyd, Black lives matter, las vidas negras importan, pero conviene no olvidar que quienes les están quitando la vida, quienes les están matando, no solo son esos policías supremacistas, también tú y yo con nuestro silencio, porque el silencio blanco mata.
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