Cada piel es de su carne y no de quien la compra

Cada piel es de su carne y no de quien la compra

Decía Rousseau que el progreso parecía generar seres materialmente ricos y técnicamente poderosos pero moralmente deleznables. Y no debía de estar equivocado cuando la capacidad para crear y el afán por destruir no siempre son vasos comunicantes en la conciencia humana.

En sus laboratorios los científicos han descubierto cómo elaborar tejidos sintéticos con los que abrigarse del frío imitando cualquier textura, pero nadie ha encontrado el modo de deshelar la empatía en los seres humanos que para combatirlo siguen anclados en el desollado.

Llegan las bajas temperaturas y numerosas tiendas, por mucho ambientador con aroma de glamour, rostros perfectos y cuerpos esculturales con el que rocíen sus colecciones de pieles no pueden disimular el hedor a sala de disección, aunque los cuerpos excoriados a los que se las arrancaron formen una pila de carne desnuda y ensangrentada oculta en los patios de sus proveedores. El “sobrante” de esas criaturas despellejadas y ojos abiertos estará lejos de las miradas, cómo no, pero a estas alturas ya nadie puede alegar desconocimiento del proceso.

Y si la ignorancia no es coartada tampoco lo es la necesidad perentoria. No se trata de una cuestión de supervivencia. Nadie queda expuesto a riesgo porque su chaquetón no sea de visón o su estola de piel de zorro. Y como sus usuarios no carecen de información ni peligran, la respuesta se escribe con la palabra desprecio. Desdeñan detenerse unos segundos a reflexionar sobre lo que para otros seres implica que ellos se paseen con trozos de cuerpos ajenos por vanidad y deseo de aparentar una posición económica, real o fingida, superior a la media.

Al final la peletería no deja de ser otro engranaje en el eterno bucle de la estupidez y la codicia humana. Por medio de la alienación se estimula el consumo de un producto que es sinónimo de poder adquisitivo y de belleza, en aquellos que identifican el estado de bienestar con la satisfacción de sus intereses sin reparar en su precio en muertos, mentalidades para las que la compasión está reñida con los privilegios al alcance de su tarjeta de crédito.

Llegados a tal punto, de qué vale que dispongamos de las herramientas adecuadas para evolucionar en una técnica acompañada del respeto, si hay cavernícolas morales que pagan por una industria en la que la materia prima son animales a los que tras una vida en cautiverio, les rompen el cuello manualmente, los asfixian con monóxido de carbono o les aplican una descarga con electrodos en boca y ano para, muertos o todavía conscientes, despegarles toda su piel y transformarla en ropa o complementos de moda.

Y si la luz sobre el horror de sus hábitos y la existencia de alternativas les lleva a plantearse la incompatibilidad entre la ética y su conducta, lo habitual es que se escurran del conflicto echando mano del merchandising que adereza toda aberración humana, en este caso del tipo: “generan puestos de trabajo”, “no sufren” o “están para eso”.

@JortegaFr

* Delegado de LIBERA!

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