El cardenal Gomá en Gernika
Arturo del Villar*. LQSomos. Abril 2017
EL cardenal Isidro Gomá, arzobispo de Toledo y primado de las Españas, como entonces se decía, servilón de los militares monárquicos sublevados, tuvo el atrevimiento de negar la autoría de la Legión Cóndor nazi en el bombardeo y destrucción de Gernika. Está documentado que negoció con el ex general rebelde Mola la rendición de Bilbo, en donde contaba con fieles devotos de sus teorías. El militar murió en sospechoso accidente aéreo el 3 de junio de 1937, sin llegar a ver la toma pactada de Bilbo, realizada el día 19. La conquista de Euskadi tenía un punto negro.
El cardenal trabucaire realizó una de sus visitas calificadas de pastorales por las tierras vencidas. Vio lo que quiso ver, lo que iba predispuesto a contemplar como demostración de sus ideas preconcebidas a favor de los militares monárquicos sublevados. En el dictamen que remitió al Vaticano cometió la felonía de afirmar que era falsa la información facilitada en los medios de comunicación europeos acerca de la destrucción de Gernika, bombardeada un día de mercado, el lunes 26 de abril de 1937, por la Legión Cóndor alemana al servicio de los ex generales rebeldes.
El cardenal-general se atrevió a negar religiosamente la realidad comentada con espanto en los medios de difusión de todo el mundo civilizado. Aseguró haber comprobado por sí mismo sin posibilidad de equivocación, que la Legión Cóndor no tuvo ninguna participación en aquel genocidio, tal como habían relatado los corresponsales de Prensa extranjeros mal informados: “Los autores de la destrucción sistemática son los rojos, aleccionados por los rusos”, tuvo la desvergüenza de escribir en el comunicado, y declaró que lo había verificado él mismo durante su inspección. Otra de las grandes mentiras, y no la peor de la Iglesia romana, desmontada por las investigaciones de todos los historiadores.
Gernika, un símbolo
Aún admitiendo que todas las guerras carecen de lógica, el bombardeo de Gernika no tuvo ninguna razón que lo justificase, como no fuera la de aniquilar un símbolo. No tenía fábricas ni cuarteles, pero sí un árbol histórico, en el que se simbolizan las libertades euskaldunas. El 7 de octubre de 1936 había jurado allí su cargo el primer lehendakari de Euskadi, José Antonio Agirre, “Humillado ante Dios, en pie sobre la tierra vasca y bajo el árbol de Gernika”. Los militares monárquicos deseaban eliminar todo lo que guardara relación con la libertad, y Gernika simbolizaba la del pueblo vasco: por eso debía desaparecer del mapa de España que estaban recomponiendo a sangre y fuego.
Jesucristo había anunciado a los judíos que conocer la verdad les haría libres (Evangelio según Juan, 8:32), pero la Iglesia corrompida prefería ignorar la verdad para defender sus intereses. Desde antes de la proclamación de la República la jerarquía catolicorromana española se posicionó contra ella. Era previsible que legislara a favor del pueblo, por tanto en contra de los privilegiados, entre los que ocupaban un puesto preeminente los clérigos. Por su conveniencia pretendieron torpedearla, incitando a votar en beneficio de los partidos dinásticos, que equiparaban con el suyo propio muy razonablemente.
La mayor parte de los curas y frailes, con sus superiores a la cabeza, predicó primero a favor de la monarquía, después en contra de la legislación republicana, y por fin convocando a participar en la llamada cruzada contra el infiel, merecedor de una muerte violenta por el simple hecho de serlo.
Gomá, el moderno cruzado
El paladín de la guerra a sangre y fuego contra todo lo representado por la República fue Isidro Gomá, el inventor de llamar cruzada a la guerra iniciada por los militares monárquicos. A un mes escaso de la proclamación de la República, el 13 de mayo de 1931, cuando era obispo de Tarazona, publicó una carta pastoral en el Boletín Eclesiástico de la diócesis, titulada “Protesta y ruego”. Con enorme odio y saña atacó al nuevo régimen recién nacido por voluntad mayoritaria del pueblo español. Puede considerarse su declaración de guerra a la República, mantenida sin cuartel hasta conseguir destruirla por fin, para su entera satisfacción.
Nombrado arzobispo de Toledo y primado de las Españas, entró en la ciudad el 2 de julio de 1933, y el día 12 insertó una combativa carta pastoral, titulada “Horas graves”, en el Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Toledo. Aquellas horas le parecían graves porque el Congreso discutía la Ley relativa a confesiones y congregaciones religiosas, aprobada el día 17. Con absoluta claridad incitaba a sus fieles a la rebelión contra la República: “Es la verdadera Cruzada de los tiempos modernos, porque en ella pueden alistarse todos los hijos de la Cruz”, escribió con religiosa desvergüenza. La palabra Cruzada se convirtió en una obsesión para él, y los ex generales rebeldes la acogieron con entusiasmo, porque aportaba una justificación con bendiciones clericales para su acto reprobable: un golpe de Estado militar suele ser mal recibido por los gobiernos democráticos. Además los militares españoles se hallaban desprestigiados, a causa de sus guerras coloniales perdidas en Cuba, Filipinas y Marruecos.
El 16 de diciembre de 1935 fue nombrado cardenal por el papa nazifascista Pío XI, con lo que vio reforzada su autoridad. Así, el 10 de marzo de 1936 hizo imprimir en el Boletín Eclesiástico, otra pastoral, llamando a la clerigalla a sus órdenes a una “generosa cruzada de evangelización”. Esa evangelización coincidía en su pensamiento con una destrucción del régimen republicano hasta su exterminio. Verdaderamente las cruzadas medievales se organizaron para aniquilar por completo a los infieles musulmanes.
Durante la guerra
La sublevación de los militares monárquicos el 17 de julio de 1936 le encontró sospechosamente de vacaciones fuera de la diócesis, en el balneario navarro de Belascoáin, cerca de Pamplona, capital de la sublevación militar. Instaló su cuartel general en un convento pamplonés, y desde allí desarrolló efectivamente su cruzada contra la República. Multiplicó sus emisiones en las radios rebeldes y sus escritos a favor la sublevación, siempre ampliamente difundidos por los militares monárquicos. También hizo algo muy práctico siempre: incitar a los catolicorromanos de Europa a entregar dineros en sus parroquias con destino a la causa rebelde, que le remitían a él, para que se los enviase a sus amigos de uniforme.
El 23 de noviembre de 1936 se imprimió un folleto escrito por él, titulado en castellano El caso de España, con traducciones en otros cinco idiomas. De acuerdo con su teoría, invitaba a los lectores a tomar parte en la cruzada que se libraba en España contra el infiel. El 8 de diciembre llegó al supuesto Estado Vaticano, con la misión de comprometer más aún al Papa en la guerra. Se le entregó una credencial como “encargado confidencial” del Vaticano ante la Junta militar rebelde de Burgos.
Su odio hacia los euskaldunes era profundo. El 22 de diciembre de 1936 el lehendakari Agirre, de arraigadas convicciones catolicorromanas, pronunció un discurso en el que denunció los fusilamientos cometidos por los rebeles de “numerosos sacerdotes y beneméritos religiosos, por el mero hecho de ser amantes de su Pueblo Vasco”, y se preguntaba: “¿Por qué el silencio de la jerarquía?”.
Con su habitual desfachatez, el 15 de enero de 1937 replicó Gomá con una “Respuesta obligada”, inserta en el Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Toledo, que exoneraba a los ex generales rebeldes de toda responsabilidad en relación con aquellos crímenes, y daba a entender que los curas y frailes merecían la muerte por haber faltado a su misión.
No puede sorprender, en consecuencia, la cínica declaración de Gomá, culpando de la destrucción de Gernika a sus habitantes. Esta horrenda mentira se vuelve contra él y contra la Iglesia catolicorromana que él representaba en España, con la única excepción de algunos curas vascos fieles al Evangelio. También muchos catolicorromanos en todo el mundo, devotos de la verdad y por eso contrarios a las consignas lanzadas por la jerarquía eclesiástica cómplice de los genocidas, condenaron los crímenes cometidos por los ex generales monárquicos rebeldes y sus patrocinadores nazifascistas, incluido el bombardeo de la villa foral. No es ocasión de citarlos ahora, sino sólo de mencionar tres por su especial relevancia.
El 4 de mayo habló por los micrófonos de Radio Bilbao el alcalde de Gernika, José de Labauria, en una conmovedora alocución, para condenar la destrucción de la villa y agradecer el apoyo recibido por los supervivientes. Sus palabras, recogidas en los medios de comunicación vascos al día siguiente, contienen esta declaración testimonial que contradice la gran mentira propalada por el canalla cardenal Gomá:
“ No y mil veces no. No fueron los gudaris quienes incendiaron Gernika, y si el juramento de un cristiano y de un alcalde vasco tiene algún valor, juramos ante Dios y ante la Historia que fueron los aparatos alemanes quienes inicua y sanguinariamente han bombardeado nuestra Gernika bien amada, hasta el punto de borrarla del mapa.”
Buena parte del clero vasco, al permanecer dentro de la más fiel ortodoxia evangélica, rechazó las falsedades difundidas por su jefe en España. El 11 de mayo el vicario general de la diócesis de Bilbo, un canónigo y 19 curas, de ellos nueve testigos oculares del bombardeo, firmaron una carta colectiva dirigida al papa romano Pío XI, en la que aseguraban:
“Que asimismo, el 26 de abril la aviación al servicio del general Franco, bombardeó y ametralló la venerada villa de Guernica, incendiando la iglesia de San Juan, dejando maltrecha la de Santa María, reduciendo a escombros casi todos los edificios de la villa, ametrallando sin compasión a sus habitantes cuando corrían despavoridos, huyendo de los derrumbamientos e incendios que les circundaban, y causando centenares de muertos”.
La Iglesia catolicorromana es una organización piramidal muy jerarquizada, en la que resulta indiscutible la opinión del superior. En el presunto Estado Vaticano, cónclave de nazifascistas confesos, prevaleció el criterio del arzobispo de Toledo y primado de las Españas sobre la declaración de los curas, aunque ellos hubieran sido testigos presenciales del bombardeo. Además, el siniestro cardenal Pacelli, secretario de Estado del Vaticano, identificaba a los aviadores de la Luftwaffe con unos pacíficos angelitos.
Un periodista vasco, Julián Zugazagoitia, que también ocupó cargos políticos, incluido el de ministro del Interior en un Gobierno leal, y siguió al minuto el desarrollo de la guerra, escribió un libro testimonial, Guerra y vicisitudes de los españoles, prohibido en la España sometida a la dictadura, en el que se encuentra esta anotación histórica:
Después de esta destrucción salvaje [de Gernika], superior a lo que el lector imagine, los mismos aviadores alemanes bombardearon Durango. […] Una bomba destruyó una casa de religión femenina, matando a varias religiosas. Cuando la capital del Duranguesado fue de Franco, las religiosas supervivientes fueron coaccionadas para que testimoniasen que los bombardeos habían sido obra de los “rojos separatistas”. Resistieron las coacciones y se negaron a declarar otra cosa que la verdad. Esto les enajenó la simpatía de los vencedores, que llegaron a causarles molestias que no habían padecido con los defensores de la causa republicana.
Estos testimonios, entre otros muchos que aquí y ahora es imposible citar, confirman el cinismo de los rebeldes, que con el beneplácito de la jerarquía catolicorromana quisieron hacer creer al mundo que en España se libraba una guerra por causa de la religión. Ellos se presentaban como los protectores de los religiosos y de sus templos, en tanto los republicanos se obstinaban en terminar con ellos. Quienes dudaban de este axioma eran unos réprobos merecedores de la excomunión. Sin embargo, la historia conserva como una muestra fehaciente de los métodos genocidas practicados por los ex generales monárquicos el bombardeo de Gernika, llevado a cabo por la aviación nazi al servicio de la sublevación monárquica contra la República, debido al afán destructor hasta la aniquilación total del enemigo.
Este recordatorio a los 80 años del bombardeo, pretende solamente resaltar la responsabilidad de la Iglesia catolicorromana en el crimen que escandalizó al mundo civilizado. El cardenal Gomá y sus mesnaderos clericales participaron como cruzados en todos los delitos cometidos contra el pueblo. Fueron beligerantes, en algunos casos utilizando armas, en otros escondiéndolas, siempre donando las colectas de sus templos para adquirir armamento, a menudo denunciando ante los conquistadores de una población a los ciudadanos leales a la República. Fueron, como siempre, los enemigos del pueblo. No lo podemos olvidar, puesto que mantienen sus métodos propagandísticos mediante la declaración de mártires de la fe para sus muertos, que no para los religiosos vascos fusilados por los rebeldes.
* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio