Casquerías

Por Nònimo Lustre. LQSomos.

Diez estampas femíneas en sus collages.
Historia de la mujer occidental: de la mutilación a la esclavización pasando por los magnicidios…

El motivo central de este abigarrado collage es el recipiente canópico –o canopeo- color marfil rematado por cuatro cabezas ¿femeninas? En el Egipto faraónico, los vasos canopos eran obras de arte destinadas a conservar en esencias de natrón las vísceras de la aristocracia. Su erudición era una rama específica de la Tanatopraxia o ciencia sobre la conservación de los difuntos. La Canopo-praxia no ha variado esencialmente desde hace milenios. No así la tanatopraxia que evoluciona constantemente. Ejemplos de sus fúnebres soluciones: el cuerpo de Alejandro Magno fue conservado en miel hasta su regreso a Macedonia mientras que el de Nelson, tras la victoria/derrota de Trafalgar, retornó a su palacio casa sumergido en coñac.

En cuanto a los vasos canopos del antiguo Egipto, el hígado se guardaba en un vaso con cabeza humana –el amset– y se orientaba al Sur. El estómago, en el duamutef, un cáliz con cabeza de chacal que miraba al Este. Los intestinos, hacia el Oeste, en el kebeshenuef, recipiente coronado por la testa de un halcón. Y los pulmones miraban al Norte, conservados en el hapi, una vasija rematada con un babuino.

Obviamente, la canopopraxia se inscribía en el deseo de las aristocracias planetarias de conservar íntegramente sus cuerpos –públicos y privados, externos e internos. De hecho, es un capricho tan arraigado que incluso llega hasta la actualidad, cuando tropezamos con la exhibición de incontables vísceras de famosos: el cerebro de Albert Einstein, los cabellos de George Washington y, dícese que, el pene de Rasputín –todo ello olvidando por inverosímil los cuerpos incorruptos de los santos católicos, fraude de embalsamamiento y/o exceso de formaldehído.

Aunque resulta un delirio grotesco, España no es una excepción: en el siglo XIX, se regó por la meseta castellana el bulo de cómo el célebre anatomista doctor Velasco, fundador del Museo de Etnología, había ‘naturalizado’ a su hija Conchita -hasta chismorreaban que la paseaba en landó por los bulevares madrileños. Un siglo después, en la Rosario argentina de 1968, encontramos la misma locura, esta vez veraz y documentada: el inmigrante japonés Katsusaburo Miyamoto ‘naturalizó’ el cadáver de su esposa Carmela Colombo –ahora está expuesto en un museo local.

Finalmente, a finales del siglo XX, la casquería faraónica y/o royal sufrió/experimentó un progreso (¿) literalmente espectacular: merced a la técnica llamada plastinación ahora se perpetran exposiciones de cuerpos enteros, con sesos, venas y vísceras. La rationale esgrimida para justificar este negocio desliza que la gente (¿quién es la gente?) comenta que “los cadáveres oyen y devoran sus mortajas”. Y la industria crece aprovechando el morbo, la ociosidad y la amoralidad del consumidor. La plastinación es un proceso de aspiración y limpieza mediante el cual los fluidos de los tejidos humanos son sustituidos por acetonas y por plásticos –silicona, resinas epoxy o de poliéster, etc. Docenas de “artistas” (¿) se ganan sus piscinas explotando cuerpos exóticos –es fama que compran cadáveres de chinos ejecutados. Entre ellos, destaca G. von Hagens, el mayor propagandista de estas “esculturas”.

Naturalmente, toda esta casquería ilustrada, dejaba indiferente a la Corte palaciega del Imperio del Centro –ver parte superior del collage.Ilustraciones: Vaso canopeo al cuidado de cuatro semidiosas; dos cartuchos con el nombre del rey se superpusieron a otros dos nombres concienzudamente borrados. Impertérrita Corte de China. Botticelli ilustrando el segundo episodio del Nastagio degli Onesti, una novella del Decamerón según la versión de Boccaccio.