Charles Bukowski. Poeta, y narrador de una espiritualidad nihilista
Bukowski, o como lo llamaban sus amigos –y los no tanto- del bar, las trabajadoras sexuales de las esquinas del Noreste de Los Angeles, y también sus proxenetas, sus amantes y esposas, -Hank o Buk-, fue un escritor eminentemente traspasado por el factor humano. Sus continuas experiencias de vitalidad extrema, en la reducida geografía del barrio obrero de la ciudad –su laboratorio, su gabinete de estudios, él y sus vecinos como principales sujetos del gran experimento de vivir -, en las situaciones más desesperantes, en la corrosiva soledad metafísica, y también existencial, lo llevaron en más de una oportunidad a pensar en el suicidio, como vía de escape. Una infancia y adolescencia sufridas con dolor, físico y espiritual; en el castigo corporal, en el rechazo, en no ser aceptado y querido, lo llevaron a encontrarse con su tabla de salvación, la literatura, aunque él diría “con el tipeo de las teclas de una máquina de escribir”.
Bukowski es uno de esos escritores que buscó la literatura, y no visceversa. No existía ninguna condición propicia en su familia y en su medio que diera en pensar de él, su destino final, como escritor de calidad, y finalmente reconocido. Buk ha dicho, sarcasticamente, que fue el cinto de su padre, y su padre en si mismo, con sus continuos castigos, desde los seis a los once años de edad, sus grandes maestros literarios; en definitiva, el dolor, el sufrimiento, la impotencia como constructores y artífices de su arte. El alcohol –dice el autor- fue su otra vía de escape, ante los recuerdos amenazantes de su infancia, del largo período de su vida de adulto, saltando de trabajos alienantes a otros miserables, y un futuro –en el más optimista de los escenarios – incierto, que lo ayudó una y otra vez a sortear el deseo de acabar con su vida. Las mujeres, la experiencia sexual, que llegó tarde, fue el universo cuasi religioso, que lo llevó a seguir descubriendo las miserias y grandesas de la condición humana. En ese universo, Buk, navegó como un viajero intergaláctico, visitando miles de planetas, soles, y estrellas.
Viaje de dolor, odio, rencor, pero también de infinita felicidad, que lo ayudó enormemente a escribir, a producir una obra importantísima en volumen y calidad, a crear un mundo, tanto en su prosa como en su verso, transido por una poesía desgarradora, desesperanzada -a primera vista y bajo una ligera lectura de sus trabajos-, pero ontologicamente humana, vital, y solidaria –aunque el diría todo lo contrario-, y de leer ésta reseña se burlaría de mí, y me mandaría a la remismísima mierda, “piece of shit, mother fucker”(1). Leí por primera vez a Bukowsky, a mediados de los 90, en España, gracias a la publicación de gran parte de su obra por la Editorial Anagrama, y el excelente trabajo de traducción al Castellano de Angela Pérez, Jorge Berlanga, José María Alvarez Flórez, Cecilia Ceriani, entre otros. Pocos años después, en Cuba, participando de un taller de escritura creativa, el instructor nos pasó uno de sus cuentos, para su análisis y discusión. Era una obra brillante, por la densidad de las situaciones humanas, por la tensión sostenida y por su clímax, por la atmósfera poética del cuento y por su remate. Nunca volví a encontrarme con esa obra, ni me recuerdo del título, pero era sobre una antropóloga famosa, que luego de uno de sus viajes de estudio en Africa, había vuelto a Los Angeles con uno de sus trabajos de experimentación, convertido en marido.
Las relaciones humanas y muy especialmente las relaciones intergenéricas, tema bukowskiano, si los hay. En mi país de residencia me encuentro con frecuencia con su obra poética, y no por pura coincidencia, la busco. Es de ese tipo de material que te impulsa a escribir, que te pega un empujón cuando estás aterrorizado frente a la página en blanco, que te invita a participar de esa maquinaria agotadora, frustrante, demoledora, aplastante, triturante, -donde el que escribe es la carne a moler-; pero tan narcotizante como la creación literaria –perdón Buk, quise decir: tipear en la computadora-. El próximo 9 de marzo se cumplirán los primeros 20 años de la desaparición física de Bukowski. Yo ya compré mi botella de Valpolicella –a Buk le gustaba el vino rojo de Italia- para celebrar como a él le hubiera querido.
Charles Bukowski (Hank o Buk), con una de sus novicias
Bukowski tiene publicadas seis novelas, desde Post office, de 1971 (Cartero) por Anagrama, hasta Pulp, de 1994, la que finalizó pocos meses antes de su muerte. Casi 50 libros de poesía, once antologías de cuentos y relatos, ocho obras de no-ficción, un guión para película; y sobre su vida y su obra (¿cómo separarlas?) se han filmado decenas de documentales y unas cuantos largometrajes de ficción, así como se han escrito, muchísimos ensayos.
De una de sus últimas colecciones de poesía, Slouching toward Nirvana, Haraganeando hacia el Nirvana, traduje –sorry Buk, sí ya sé, soy lo que me dijeste en (1) “un sorete, hijo de puta” -, dos de sus poemas.
Un 4 de Julio de la década del 30