Charles Gounod sinfónico
Urania Berlín*. LQSomos. Septiembre 2014
El compositor francés Charles Gounod (1818-1893) fue más conocido más por sus óperas, en particular su obra maestra Fausto, que por sus dos únicas y poco interpretadas, pero por momentos brillantes, sinfonías. Hasta que encontré este disco no había escuchado prácticamente nada del francés, salvo alguna vez la multigrabada Ave María (que no me entusiasma por razones obvias) y algún esbozo más de su ópera Fausto. Compositor no tan profundo ni ambiguo como pudieran serlo Ravel, Bizet o Debussy, otros maestros franceses autores de partituras que a veces irradian sutiles detalles armónicos y tímbricos, buen gusto compositivo, aunque también ejercicios de vacuidad y matraca orquestal (Bolero, Ravel) o paisajes impresionistas de lo más rebuscado (Debussy –Preludios-). Pero no hay que olvidar que Gounod precedió a ambos y su impronta musical tuvo que inspirar necesariamente a esos compositores. Este disco es, para el que suscribe, una audición de lo más placentero, por cuanto que reúne no pocas virtudes de la habilidad compositiva de Gounod: a saber, soberbia musicalidad, espontaneidad cantable y ejemplar efusividad. En definitiva, registros de empaque a pesar de que he leído por parte de algún “entendido” que el criterio interpretativo de Marriner para con estas sinfonías no es muy liviano que digamos (lo que hay que leer), como al parecer demandaba su particular gusto musical.
Estas versiones, a cargo de la siempre modélica y refinada Academy of St. Martin in the Fields, especialista como pocas en el repertorio del clasicismo (sobre todo mozartiano), con el inefable Sir Neville Marriner a la batuta, desmienten esa opinión tan sui géneris y pueril de una ejecución “opaca” y poco agradecida a la hora de dotar de transparencia a estas texturas orquestales. Así, en la Sinfonía nº 1, el Allegro inicial es prometedor de lo que después vendrá, expuesto de principio a fin con una naturalidad casi perfecta, brioso y radiante. El breve Allegro moderato que le sigue resulta elegante y equilibrado en todas sus líneas. En el Scherzo nos encontramos con un movimiento de factura clásica, danzable, con reminiscencias haydianas, ejecutado con galantería por la siempre estupenda Academy. El Adagio-Allegro vivace final, con repetición incluida del tema principal, es un estimulante ejercicio de texturas ágiles, cristalinas, dibujadas con tiralíneas, con un comienzo y final soberbios.
En la Segunda sinfonía nos encontramos a un Gounod más reposado, más maduro, pero no por ello menos expresivo y refinado en su espíritu compositivo. La prueba la tenemos en el Adagio-Allegro que abre esta sinfonía, de una claridad expositiva ejemplar. El segundo movimiento, Larghetto, es uno de los momentos álgidos de la sinfonía, de una belleza y encanto sonoro sin par, sabiamente cincelado por Marriner y su Academy. Termina esta estupenda sinfonía con un Scherzo y Finale resueltos con un impulso rítmico más que envidiable.
Se añade, como complemento a las sinfonías, una vibrante y cálida música para ballet de la ópera Fausto. Poco que decir que no sea añadir más oropeles a la causa sinfónica de Gounod en la que cree a pies juntillas Neville Marriner y su orquesta. Patrick Gallois y la Sinfonia Finlandia podrían ser otra alternativa, pero en mi opinión distan bastante de la expresividad sonora que les otorga el inglés, aunque sean meritorias en su conjunto, quien se despacha una referencia absoluta en estas dos bellas y olvidadas sinfonías de Gounod.