Cierto olor a quemado
Juan Gabalaui*. LQSomos. Noviembre 2015
Estamos indignados con los políticos y somos capaces de enumerar punto por punto las tropelías que han cometido. A veces no necesitamos contrastar la información que recibimos porque nuestra idea de lo que son y de lo que son capaces de hacer actúa como verificadora del contenido. Buscamos y retenemos toda información que nos permite confirmar lo que pensamos y rechazamos o ignoramos toda aquella que lo contradice o lo pone en cuestión. Asumimos el “todos” aunque la generalización sea injusta para muchos.
Esta manera de mirar el mundo se traslada a cualquier otro asunto. Todos somos políticos, presidentes del gobierno, entrenadores de fútbol, jueces o psicólogos. Nuestros generalmente superficiales conocimientos son suficientes para juzgar cada una de las decisiones que toman los otros. Y decirles lo que tienen qué hacer. Y decirles qué son si no lo hacen. Y jurar y perjurar que así está el mundo. Pero a pesar de toda nuestra indignación y desesperanza nos valen las soluciones simples. Aparentes soluciones que consisten en cambiar a uno por el otro. Sobre todo si este otro está en nuestro lado, ese lado imaginario que nos sirve para dividir el mundo.
En estos casos la indignación se transforma en fidelidad. De repente empezamos a comprender las decisiones que toman, a justificar sus actuaciones, a entender el lado humano y lo difícil que es liderar y tomar decisiones. Nos irritamos cuando oímos las críticas y no entendemos que haya tanta mala leche. Nuestro enfado se traslada a aquellos que no dejan trabajar tranquilos y que no entienden la complejidad de la situación. A veces nos dejamos llevar por la condescendencia y tratamos a los otros como si fueran tontos, como si tuvieran problemas de comprensión o estuvieran aprisionados por ideas viejas y rancias, incapaces de aprehender el momento en toda su totalidad. Pensamos que no hay que hacerles caso y hay que seguir trabajando. Como si no existieran, como si los antagonismos desaparecieran si no se los mira.
Esa mirada hacia los otros, indulgente en ocasiones o beligerante en otras, en pocos ocasiones va dirigida hacia uno mismo. Somos jueces de los otros pero no solemos incluirnos en el análisis y obviamos nuestra responsabilidad, el granito que aportamos para mantener la situación, el mirar hacia otro lado, el vivir con la viga incrustada en nuestro ojo. Qué alivio no sentirnos culpables y corresponsables del momento y que sean otros, aquellos a los que dirigimos nuestras iras, los culpables de forma exclusiva. Nos auto-salvamos del infierno aunque a nuestro paso se huela cierto olor a quemado.