Cinco paisajes pútridos
Francisco Cabanillas*. LQSomos. Junio 2015
Las fumigaciones se hacen bajo el pretexto
de “la lucha contra el narcotráfico”; pero son fumigados
sembradíos alimentarios con Glifosato,
envenenando la vida y el agua.
Cecilia Zambudo
No vivimos en una democracia. Vivimos en
un sistema político que ha legalizado el chantaje,
que le sirve exclusivamente al poder corporativo
y que está inundado de propaganda y mentira.
Chris Hedges
Toda filosofía exagera. También todo arte, así como toda política.
Elizam Escobar
I.
En un charco de pus, el neoliberalismo flota como la mala hierba. El agua apesta a gargajo de pecho con tuberculosis. Todo lo demás se hunde; hasta el sucio se ahoga. La vida manotea desesperadamente. Los sapos de los poetas malditos, expuestos al veneno de la financiarización, se quedan fuera del agua, en la que solo orinan y cagan cuando están enfermos. Contra las rocas carcomidas por el ácido que vierten las transnacionales, choca un cardumen de muñecas descuartizadas: mancha arrastrada por las corrientes que vienen de arriba, donde los políticos más puercos ensucian la suciedad y se sienten limpios. Margaret Thatcher sodomiza a Ronald Reagan.
II.
Máquina de muerte. Aparato descomunal. Primera puesta en marcha: 1945. Postguerra. Destrucción desaforada, sin límites, siempre creciente: trámite furioso con Tánatos (Chris Hedges). Luto. Color de la militarización empresarial. Merma de libertad; asimetría de fuerzas. Violencia. ¡Siempre la muerte! Todo cuanto toca, lo quebranta exponencialmente. Máquina que nunca se satisface de destruir; siempre es posible, dice, matar a otro grupo, reventar a más países pequeños e inundar el universo de balas que miran desde el único ojo que tienen para ver (la muerte). “La bala saca sus colmillos de acero / y sin pedir permiso, entra por el cuero…” (Calle 13). ¿Quién detiene al animal con más galones en la casaca? Máquina escatológica, que desde hace algún tiempo, 2001, empieza a comerse el cuerpo de su propia gente en público, frente a la ignorancia de los que miran la destrucción como si fuera una película sobre la megalópolis en crisis. La fantasía y la realidad se confunden en una escena brutal. Derrumbe fantasmagórico; colapso hollywoodesco. Implosión. ¡Humo! Garganta desaforada en la ingesta de todo lo que se pueda meter a la boca. Avidez, gula que termina con lo que encuentra, desde una mesa cada vez más pequeña y con más gente, en la que 80% de la humanidad vive con menos de 2 dólares diarios. Maquinaria que devalúa la vida en virtud de la asimetría grotesca.
III.
Entre la criminalización y la privatización, ejes neoliberales del pus, los apetitos oligárquicos se exacerban. Glotonería. Las voluntades se calientan. Exudan. Excretan. Los plutócratas se sienten omnímodos frente a la ley, escritura que ven como si fuera literatura; mala ficción. Por eso, aprietan el derecho constitucional hasta que revientan la ley en dos, como en un cuento de Borges que se bifurca. Militarización. Por un camino, se aplica la ley con desdén y alevosía. Por el otro, la justicia se deja ganar por el goce neoliberal, que lo inclina todo hacía la impunidad oligárquica. Los plutócratas doblan el lenguaje; lo rompen, como en la novela de Orwell. No hay límites para la sed oligopólica, cuyo deseo tiene siempre el mismo objetivo: destruir lo público. Privatizar la vida desde la célula; privatizar la sed desde el agua; privatizar el futuro desde un ahora insostenible, que se lo come todo de una sola cagada. Calentamiento general.
IV.
Charco de pus, laguna de mierda a la que pronto se suma el biocida: glifosato. Distorsión. A partir del nuevo milenio, los sapos muertos de la pampa argentina saltan como si estuvieran vivos. Paisaje ectoplásmico. Vacío. Silencio. Sombras. En otras geografías, las mariposas desaparecen. Las abejas se envenenan con la ciencia de las corporaciones. En diez mil años de agricultura, subrayan los ecologistas, nunca se había matado tanto ecosistema para hacer crecer una espiga clonada. Monsanto. Homogeneidad a quemarropa; los monocultivos apestan a soledad sin laberinto. La literatura se seca. El maíz llora su desdichada monsantización, frente a la cual los agronegocios se afilan los colmillos. Desde Puerto Rico, la resistencia poetiza: “Nada santo sobre Monsanto.” Cornucopia de glifosato y atrazina, salpimentados con otros plaguicidas, herbicidas y fungicidas que empañan el ambiente y ensucian la humedad, de por sí enfermos de tantos polímeros sintéticos: la tierra escupe petróleo con sabor a aspartame. ¿Quiénes se chupan los dedos? Perfume de pus, pasado por agua contaminada de matemática neoliberal. Las flores de abril de Nicolás Guillén se…
V.
Jarabe de alta fructuosa. Veneno. Vida atravesada de muerte. Bioimperialismo. Los Organismos Vivos Modificados (OVM) escupen contra el principio precautorio del Protocolo de Cartagena (1999-2000). Otra elipsis: ¿y las frutas que venden las palenqueras del Caribe colombiano, son…?
Desde lo alto, las avionetas de los agronegocios orinan. En Argentina, Gabriela Vizcay Gómez se enfrenta a los agrocidas; dice, “nos fumigan como a gusanos.” La sojización empieza a dejar el campo sin sapos y sin vacas; nepotismo corporativo. Monopolio; monocultivo. Monólogo neoliberal; monolingüismo agrotóxico. Las cunetas se quedan sin agua y sin poesía.
El jarabe de alta fructuosa ataca desde dos frentes: como edulcorante y como conservante. Ubicuidad; todo cuanto toca, abarata: tercer punto de ataque. ¡Boom! Dieta que mata. Ahora serán las masas de los países ricos, como Estados Unidos y Canadá, las primeras en tomar el sirope corporativo, inventado por los japoneses en los años setenta; pronto, toda la comida procesada lo hace suyo.
Frente al jarabe de las corporaciones, la caña de azúcar palidece en su modernidad caduca. Como consecuencia, el siglo XVIII haitiano se revuelca en su tumba. Ergo: sin ser nutritiva, la comida chatarra y barata basada en el maíz corporativo engorda —porque enferma—. Ficción funesta. Calorías vacías. La novela de Miguel Ángel Asturias, Hombre de maíz (1949), se revuelca en su fosa mesoamericana. Los nuevos hombres de maíz comen comida procesada.
Las nuevas patologías que florecen en la campiña neoliberal seducen a las transnacionales farmacéuticas. En Estados Unidos, el totalitarismo corporativo perfecciona su círculo fructífero. Por un lado, enferma con la comida chatarra que produce a partir del jarabe y los transgénicos; por el otro, trata la enfermedad que administra —nunca le interesa curarla— desde su farmacopea neoliberal, la cual transmuta en condición crónica que transforma al paciente en cliente vitalicio.
Como gusanos fumigados, los gringos enfermos pagan más por las mismas medicinas que compran los mexicanos y canadienses. Giro de tuerca. Poción de mala fructuosa. Basculación. Ecocidios al garete. Los agroactivistas boricuas se reiteran: ¡no hay nada santo en Monsanto!
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* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua española, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014)