Clima y religión, II Parte

Clima y religión, II Parte

Nònimo Lustre*. LQS. Diciembre 2019

Hace pocos días, vimos un reportaje sobre una inundación cuya causa se atribuía, según la presentadora, al Cambio Climático (CC) El montaje televisivo era sencillo: imágenes de las aguas bravas y locución que comenzaba con el CC y terminaba con un minúsculo dato disperso del lugar inundado. El busto parlante lo dijo en ese orden, primero el CC y luego un desastre local; o, si lo prefieren, primero lo importante y después lo secundario. En retórica televisiva, ir de lo general a lo particular equivale expositivamente a su reverso, ir de lo particular –las aguas turbulentas- a lo general, el CC. Pero el susodicho orden, probablemente casual, con su énfasis en la prioridad del CC, revelaba la imagen o idea que los Próceres tratan de incrustarnos: el CC es una suerte de calamidad planetaria, una Causa General con ornamentos tan infinitos como el trabajo de la Humanidad, el designio de los dioses o alguna ley astronómica.

Efecto, no causa

Con toda intención, hemos utilizado la palabra “Causa” para subrayar uno de los muchos extravíos que nos quieren vender: que el CC es una Causa y no un Efecto cuando lo cierto es justo lo contrario. De ser un Efecto como efectivamente lo es, las inundaciones del reportaje pasarían a ser uno de muchos factores del CC y, entre esa enorme pluralidad, unos podrían ser entendidos como climáticos –el monzón, el deshielo primaveral-, pero otros podrían ser antropogénicos –una represa que revienta, una nuclear que estalla-. Por ende, en primer lugar la noticia se volvería dudosa y, sobre todo, perdería impacto popular puesto que una Enorme Causa global siempre será más sexy que un Gran Efecto del que deberíamos informar sobre sus antecedentes.

Por mor de la política propagandística, ahora los Próceres Mundiales enfatizan la acción humana como principal responsable del CC y en ello tienen parte de razón… pero no toda. Es obvio que la incesante faena de 7.500 millones de “hormiguitas atómicas” –expresión que usamos en la I Parte, ver #Antropoceno-, es un agente fundamental y no precisamente benéfico en la alteración del planeta pero, además de olvidar a los agentes climáticos eternos, este enfoque anti-humanista hace recaer la culpa del CC en los pecadores súbditos de los Próceres. Por ello nos regañan continuamente, quizá sin ser conscientes de que, además de reconocer que no son omnipotentes, Ellos son los auténticos culpables puesto que son Ellos mismos los que toman las decisiones y no el 99% de aquellos 7.500 millones. Aunque sólo signifique su lavado de manos, ¿admiten así que la plebe escapa a algunas de sus órdenes? Pudiera ser y, en tal caso, ¿pretenden convencernos de que debemos seguir al pie de la letra sus dictados? Seguramente. Entonces, ¿es ésta una manera de preconizar el establecimiento de unos regímenes más autoritarios? Evidente.

El Poder dispara por elevación cuando insinúa que el CC es la causa de todos los desastres.

Podría disparar sobre la miríada de pequeñas o grandes causas pero prefiere apuntar su obús nuclear hacia las más altas dianas, hacia ese firmamento en el que todos los Hombres somos iguales amén de pequeñitos. ¿Por qué abren fuego contra las estrellas? Porque así disuelven su responsabilidad dándoles simultáneamente la oportunidad de regañar a la ciudadanía aún más, esta vez ya individualizando al pecador. Sabe que las causas radican en aquellos desastres y que el efecto de todos ellos juntos es ese totum revolutum que han decidido denominar como CC, una entelequia de discutible valor teórico pero de indudable utilidad política.

De esta retorcida manera hemos llegado a la desgraciada costumbre de echar las culpas al CC de todas las desgracias, verosímiles o inverosímiles: desde los incendios en Jólibu hasta la pertinaz sequía pasando por los desbordamientos fluviales o por la pérdida del costurero de la abuela. Aquí es donde se manifiestan en toda su crudeza los valores políticos del término CC porque, confundiendo intencionadamente las causas con El Efecto, el Poder consigue que las reclamaciones de los perjudicados se dirijan a la galaxia CC y no a los que fabrican y se benefician con las pequeñas causas.

Aunque vamos mal si confundimos categorías tan excluyentes como simples, reconocemos que la jugada les está saliendo a pedir de boca. Su miserable éxito no nos extraña porque es lo que cabría esperar de unas élites cuya hegemonía se basa, además de en la fuerza militar, en ocultar su generación de las causas sustituyéndola por la promesa de paliar los efectos. Estaban tan acostumbrados a tirar la piedra y esconder la mano que hoy se permiten el lujo de invertir su proceder consuetudinario. Probablemente, se divierten cual tahúres de Montecarlo escamoteando los efectos y sacándose de la manga una Gran Causa –el CC-, tan galáctica como para que ningún plebeyo se atreva a culparles de Ella.

Un saco para las palabras

Perdónenme una corta digresión: en 1984, encontré en una pared de la universidad del País Vasco una pintada que rezaba “Savater hitzontzi”. Pregunté qué significaba hitzontzi y me tradujeron que “saco de palabras” y que, en euskera, era un término despectivo. Me pareció que retrataba filosóficamente a un Fernando Savater que, en aquellos años, todavía no era tan neofranquista como luego se ha vuelto. Y, de paso, lamenté que los castellano-parlantes no gozáramos de una palabra tan estupenda –charlatán, cotorra, gárrulo o verborreico ni se le aproximan.

Pues bien, desde nuestro punto de vista, los poderosos empoderados incitan al uso del término CC precisamente porque CC es un saco donde caben todas las palabras -cuanto más huecas, mejor. En el opúsculo anterior, ya sostuvimos que era un saco redundante y que, además, negaba por omisión que el CC es “ineluctable y sempiterno” –ver I Parte-. Todo ello y no digamos el escamoteo de tahúr antes mencionado, repugnaría al Aristóteles lógico pero los misterios de la publicidad son insondables a la par que irracionales –deben su influencia mayoritariamente a esto último.

Si husmeáramos dentro del saco, es probable que omnipresente y su derivado omnipotente nos parecieran las palabras más escandalosas. La primera es el primer atributo del CC puesto que es holísticamente planetario al llegar a todos los rincones –menos a los palacios que no son rincones sino centros nucleares. Sin embargo, pese a ser en este caso climático un mero derivado, omnipotente da más juego al debate. Y es que los Mandamases se sienten cuasi todopoderosos pero sólo en la intimidad; del palacio afuera, deben moderar sus egos para explicar y justificar que, pese a su dictadura –democrática o cruda-, sus inagotables esfuerzos gubernamentales y su infinito amor al servicio de la Patria –o de la Humanidad si están de subidón-, el mundo no va todo lo bien que Ellos querrían.

Pero su publicidad triunfa cuando, a fuerza de irracionalidades, prescribe que así es realmente y que, si los súbditos se quejan, deben entender que el Mal reside en que el Estado no es omnipotente. Se crea entonces una matriz perversa: el perraje se lamenta de que el Estado “no nos atiende” cuando la conclusión lógica y racional es que el Estado les atiende… pero con la intención de seguirles segregando y dominando. O cuando reprochan al Estado su “inacción”, absurda queja puesto que ese ente es (re)acción pura. Solución típicamente socialdemócrata: extender el Poder gubernamental hasta aquellos lugares en los que su presencia no es determinante. Es cierto que, en algunos sitios de este mundo, el Poder está en manos aún más detestables que las del gobierno de turno pero esos (raros) sitios son la excepción y no la regla que sale del saco de naipes puesto que los mentados entes disponen siempre de un para-gobierno encargado de la guerra sucia –por mor de brevedad, estamos mezclando adrede Estado con gobierno. Lamentablemente, para una vez que alguien lo dice con claridad –Las Tesis chilenas rapean “El Estado opresor / es el macho violador”-, millones de veces tenemos que aguantar la cantinela del empobrecido que pide clemencia y presencia al empobrecedor.

Ejemplo más reciente, el CC: si no lo remediamos y pese a honrosas excepciones, continuará siendo la tapadera de unas mafias que se asocian para carbonizar el planeta mientras se disfrazan de hadas madrinas –‘carbonizar’ en el doble sentido de quemar y de inundar con CO2. Psicópatas que no son ciegos ni torpes sino ególatras, avariciosos y definitivamente perversos. Y, desde luego, instruidos como están por una cohorte de espías, no son ignorantes sino que, gracias a este espionaje, sufren una paranoia más o menos justificada. Por ella, temen la acción del pueblo ‘soberano’; por eso siempre se les llamó re-accionarios.

¿Tiene solución el CC?

Pese a que es una pregunta archi-repetida, no deberíamos admitirla por estar tan pésimamente formulada. En primer lugar, tendríamos que preguntar si el CC es coyuntural o eterno, si es benéfico o letal y, por supuesto, habría que averiguar cuán decisiva es la acción humana. Por respondidas en la I Parte, olvidemos las dos primeras cuestiones para centrarnos en la tercera y última. Y no tanto en averiguar cuánto pesa el Antropoceno sino en especular sobre las medidas que el Hombre está inventando para paliar el desastre.

Se dice que en la Edad Media, no hubo crecimiento ni tampoco inflación. Historiadores con trastornos religiosos lo atribuyen a que la Iglesia castigaba duramente el pecado de usura. Dejando aparte el evidente clericalismo de una interpretación que olvida muchos factores, entre ellos alteraciones climáticas tan importantes como la Pequeña Edad de Hielo -siglos XIV y ss.- nos parece que el ideal del no-crecimiento subsiste en este siglo XXI. Y no sólo resiste sino que adopta formas extremas como el ideal del decrecimiento.

Pero las opciones blanda y dura del anti-crecimiento no resuelven satisfactoriamente el hecho básico: que la Tierra no crece mientras que la Humanidad, sí -y a ¡qué velocidad!… Ello presenta un primer problema: ¿cómo alimentar a una población que, quiérase o no, acelera el CC?, ¿buscando nuevos víveres? A este respecto es instructivo el caso de los insectos. Se sabe empíricamente que, terrestres y marinos juntos, aunque su contribución al total planetario es muy pequeña, constituyen una biomasa importante y que, procesados o crudos, son comestibles. Esta nueva fuente de nutrición, ¿podrá solucionar la hambruna que se avecina? A nuestro juicio, no, ni siquiera paliarla. Por tres razones: a) porque los insectos también están menguando por pérdida de hábitat; b) porque de nuevos tienen poco -la mayor parte de la Humanidad, la no mediterránea u occidentalizada, los consume desde tiempo inmemorial; y c) porque, de demostrarse popularmente su eficacia proteínica, serán las élites quienes la disfrutarán –los prejuicios culturales, podrán esperar.

El tortuoso caso de los insectos como solución improvisada puede extrapolarse a los mercados de ‘nuevos’ vegetales y/o animales. Asimismo, el ejemplo de la nutrición es sólo el más urgente pero le siguen otros concomitantes no menos notables. Enumerados al desgaire: la vivienda, las guerras –dicho de otra forma, el gasto militar, destructivo por antonomasia-, el agua menguante, la urbanización rampante, los desechos y la libertad de movimientos –fundamental dado el nomadismo voluntario o forzoso que acecha a los humanos. Y no digamos las nuevas enfermedades originadas por la civilización mundial: “Sida, ébola, hantavirus pulmonar, ántrax, cólera variedad 0139, vacas locas, listeriosis, amiantosis, accidente nuclear, sífilis mutantes, tifus nueva ola, iatrogénesis del morbo, bioterrorismo, mutaciones genéticas bacterianas, bacterias resistentes, dengue, OGM, transgénicos en general, legionellas, virus biológicos y virus cibernéticos…” escribíamos en 2016 –hoy, ampliaríamos la lista, pongamos por caso la resistencia a los antibióticos. Y hoy no incluiríamos la pérdida de biodiversidad porque este punto requiere un análisis detallado que dejamos para otra ocasión. En efecto, se pierden formas antiguas de vida o biodiversidad actual pero eso ocurre al mismo tiempo que se crean –no sólo en laboratorio sino también por hibridación- nuevas formas de vida que no han pasado ningún examen a mediano o largo plazo y de las que, por ende, no tenemos ninguna seguridad de que no acaben demostrándose perniciosas.
Todos estos factores deletéreos contribuyen al CC, entendamos este término como prefiramos. Y, de querer ir a la raíz, todos apuntan a una sola palabra: desigualdad. Una democrática solución al inmediato y futuro CC negativo tendría que pasar por la mejor distribución de la riqueza mundial. Es decir, tendría que eliminar la desigualdad. Este es el principal problema de todos los CC imaginables y el resto es irnos por las ramas.

Beneficios de la propaganda CC-COP

Aunque cueste encontrarlos, algunos hay. Si nos olvidamos de los perjuicios nada prejuiciosos inherentes a cualquier francachela de la ONU no vinculante –todas lo son, véanse las incontables resoluciones sobre Palestina-, si no escuchamos sus añagazas, si no nos hacen puñetera gracia las inverosímiles oquedades de los Próceres, si tampoco nos divierte ver sentados en la misma mesa a unos enmascarados de protocolo al lado de otros que parecen disfrazados siendo los únicos que no lo están –los indígenas-, entonces encontraremos algunos (raros) beneficios de la COP25 de Madrid.

Si los diablillos de la Brigada Mediática olvidan las consignas de sus leviatanes, puede ser que veamos la cara oculta de los Grandes Diablos y, quién sabe, hasta contemplaremos con deleite a los indígenas acusando de envenenamiento y de usurpación territorial a las petroleras. Incluso conoceremos a sabios ignotos demostrando cómo las Hermanas Hidrocarburíferas son sustentadas por el capital financiero -cuyo sinónimo es especulativo- no por su producto sino por su utilidad político-acumulativa. Llegados a este punto, poco importa que sepamos de antemano que hay demasiado dinero ocioso y/o malintencionado en el mundo (solamente en Bolsa, revolotean casi 100 billones -à la europea- de dollares), así pues, no nos extraña que sus propietarios o sus gestores no sepan qué hacer con Él. Pero, ojo, ¿realmente no lo saben? No caigamos en la credulidad. Es inconcebible que no lo sepan; lo que hacen es poner esa billonada a disposición de sus amigos más poderosos –el cálculo macroeconómico y las consultorías inversionistas son para los trepas pobretones. Y ¿quiénes son éstos amigos?, evidentemente la hez internacional.

Sin desdoro de los ejemplos antedichos, encontramos en las COP un beneficio teórico al que, ¡ay!, algunos menospreciarán por metafísico: la ruptura con esa insensata creencia según la cual el tiempo es circular para los orientales y lineal para los occidentales. Las COP se ausentan así del consustancial y retórico optimismo de la ONU para inclinarse hacia el lado apocalíptico: se han vuelto escatológicas predicando que el Planeta está en las últimas. Ergo conciben el tiempo como lineal.

La mudanza no es baladí aunque sólo sea porque menoscaba la popularidad de la dicotomía lineal/circular -lugar común del imaginario occidental. Uno de los hechos que demuestran la imbecilidad del lugar común es que, cuando le interesa, Occidente se acoge a la circularidad temporal patente y evidente en el ciclo Paraíso-caída al Valle de Lágrimas-Resurrección (democrática, faltaría más) Y es que el concepto de tiempo circular achacado exclusivamente a Oriente era una de las muchas formas que adoptaba el peor orientalismo puesto que escondía un infame prejuicio: que los orientales nunca progresarán dado que, si bien lo consiguen esporádicamente, siempre acabarán ‘circulando’ hacia el pasado -es decir, volviendo a las satrapías y a la miseria material. Además de esconder la influencia del Occidente imperial, obvia en el mundo anterior y posterior a la globalización, eso dejaba el Progreso en manos exclusivamente occidentales.

Tampoco es baladí que caiga un eslogan tan embustero, tan confuso como cualquier leyenda oficial reciente y tan propio de esa sinrazón instrumental que no se molesta en analizar sus propios mitemas: ¿a qué Progreso se refieren, al técnico o al social?; más aún, una máquina propiciada desde el Poder, ¿está diseñada para facilitar la igualdad o para fomentar la desigualdad?, ¿las máquinas nos ahorrarán trabajo cuando es más cierto que la Humanidad trabaja y trabajará cada día más horas?, ¿la cibernética nos hará más libres –léase, más iguales- cuando es evidente que aumenta el control social ejercido por el 1% de la población? Lo único realmente crucial es que, con el tipo de Progreso que se nos quiere imponer, los desheredados perdemos el tiempo antagónico al ocio industrializado: el tiempo libre. Por cierto, la última riqueza que se nos está arrebatando.

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