Colombia ¿Qué nos deja la guerra?
Fabiola Calvo*. LQSomos. Agosto 2017
Si no limpiamos la casa, de poco servirán acuerdos y negociaciones, la paz será sólo un deseo sin alas y seguirá el enriquecimiento ilícito (qué bueno que se pudiera revisar el origen de todos los capitales), el dinero de nuestro trabajo en sus bolsillos, la falta de previsión en la economía para que finalmente recaiga sobre usted y sobre mí las reformas fiscales.
Las FARC-EP entregaron la mayoría de sus armas y aunque falten caletas por entregar podemos decir que se desactivó el actor más importante. Sin embargo quedan el ELN con unas conversaciones lentas y con dificultades, otros grupos pequeños, una serie de bandas paramilitares y grupos delincuenciales, un nuevo concepto de policía y ejército, es decir, no ha terminado el conflicto armado.
Bajaron las cifras de muertes entre militares y guerrilleros a causa de los enfrentamientos y actividades de la guerra, pero no cesa el asesinato de quienes defienden los derechos Humanos, la tierra y el medio ambiente. Tantos años de confrontación con armas, instaló una cultura de violencia, una manera de resolver las contradicciones políticas, pero también abrió la puerta para que algunas multinacionales hicieran parte del mismo juego, para que los paramilitares hicieran el trabajo sucio y la institucionalidad conservara “su buena imagen”. Ojalá pronto sepamos la verdad.
La guerra no dejó ver todo lo que de putrefacto ocultó el Estado en sus diferentes ramas que dicen sostener la democracia, tampoco a esas formas organizadas que ordeñan esas estructuras. ¿Cómo creer en los partidos que que han permitido la corrupción en sus filas? ¿Cómo creer en quienes desde el ejercicio de gobernar o hacer política han culpabilizado a la guerrilla de todos los males del país y se han enriquecido ilegalmente o financiado sus campañas de manera irregular?
En mis ratos de contemplación de la luna me pregunto: ¿Registran en sus pensamientos los dirigentes e integrantes de las diferentes formaciones política, el concepto y el sentido de la ética? Disculpen pero pocos y pocas se salvan porque ni el rastro, ni la sombra de nobles intenciones para servir al país, pese a que lo vociferan, ya los oiremos ahora en campaña cual culebreros.
Es tal el descaro y la falta de respeto con sus votantes que en Colombia nadie acepta las acusaciones así le pongan todas las evidencias enfrente, salvo para que le rebajen la pena. Nadie renuncia. ¡Qué vergüenza! Si no limpiamos la casa, de poco servirán acuerdos y negociaciones, la paz será sólo un deseo sin alas y seguirá el enriquecimiento ilícito (qué bueno que se pudiera revisar el origen de todos los capitales), el dinero de nuestro trabajo en su bolsillos, la falta de previsión en la economía para que finalmente recaiga sobre usted y sobre mí las reformas fiscales. ¿A dónde fueron a parar las bonanzas?
Todo esto pasa porque lo hemos permitido por credulidad, comodidad o falta de conciencia. Esta falta de padre presencial o su figura, ha hecho que cualquier mentiroso autoritario cumpla el papel que la sociedad ha dado a ese ser masculino. Mucho trabajo tenemos pendiente para cambiar esa mirada.
Recordemos que antes que termine un conflicto en Colombia, ya han aparecido otros actores armados con intereses similares o diferentes dando continuidad a la violencia armada.
Y detrás de toda esta violencia se esconde tanto en las instituciones como en cada persona las actitudes excluyentes, discriminatorias, antiéticas, machistas, instaladas en el día a día. Hace falta una revolución en la educación y en la cultura y para eso se necesita compromiso personal y voluntad política del Estado para que invierta con un generoso presupuesto en los planes de desarrollo, en las políticas públicas. La paz no llega, se construye.
* Doctora en Ciencias Políticas y Sociología, periodista, poeta, escritora, cazadora de sueños… Publicado en el diario “El Espectador”
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