Como hace tres mil años
Carlos Olalla*. LQS. Agosto 2019
“He dormido en el estiércol de las cuadras, en los bancos municipales, he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos y me ha dado limosna -Dios se lo pague- una prostituta callejera”
Cuentan que, hace tres mil años, miles de personas se acercaban a Homero para escucharle recitar sus poemas. Esta idea llevó al poeta argentino Antonio Estaban Agüero a escribir su “Preludio cantable”: “De nuevo, nuevamente, como hace tres mil años, cuando Homero soltaba mariposas, pájaros, dioses, arqueros y barcos/en medio de las plazas, al borde de los patios, sobre azoteas claras, en ciudades de muros herrumbrados y la gente -marineros, campesinos, soldados- disputaba lugares para oírle, regresemos al canto” Y estos versos, junto a la fantasía de que la pasión por la poesía vuelva a resurgir, han llevado a Héctor Alterio a subir a cuantos escenarios quieran escucharle junto al guitarrista argentino José Luis Merlín para interpretar, que no recitar, la poesía de uno de nuestros más grandes poetas del exilio: León Felipe. “Como hace tres mil años” es el título de este abrazo poético que nos regala Alterio cada vez que, como la primera, sube a un escenario para dar vida a unos versos que habitan en el fondo de nuestro corazón.
La vida de León Felipe fue una vida de película: hijo de una familia acomodada, estudió farmacia pero no por ello dejó de recorrer los caminos de la España de principios del siglo XX con los cómicos de la legua, de función en función y de aldea en aldea. Su espíritu bohemio le llevó a acabar con sus huesos en la cárcel por temas de deudas: “He dormido en el estiércol de las cuadras, en los bancos municipales, he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos y me ha dado limosna -Dios se lo pague- una prostituta callejera” Pasó tres años en Guinea administrando hospitales y se fue a vivir a aquel México que acababa de vivir la revolución de Emiliano Zapata y Pancho Villa. Poco antes de la guerra de España regresó y apoyó firmemente a la República. Perdida la guerra partió al exilio del que ya no volvió. Dedicó su vida a la docencia y a dar conferencias y recitales de poesía por toda América Latina hasta que, en 1968, le sorprendió la muerte en la capital de aquel México al que tanto había amado: “Llegué a México- por primera vez montado en la cola de la revolución. Corría el año 1923. Después aquí he vivido por muchos años: Aquí he gritado, he sufrido, he protestado, he blasfemado, me he llenado de asombro…”
La relación entre Héctor Alterio y León Felipe nace, precisamente, en uno de los recitales de poesía que el poeta dio en Buenos Aires: “Surge desde mi infancia y mi adolescencia, cuando conocí a León Felipe en Buenos Aires, que estaba radicado o exiliado en México, venía con cierta frecuencia a Buenos Aires y yo quedé prendado de él, de sus poemas, sus versos… y todo eso se fue difuminando porque empecé a hacer teatro. No se me olvidó y quedó firme en mi mente y mi recuerdo. Con el paso del tiempo surgió la posibilidad de hacer recitales, pero ya estando yo aquí en España y así lo venimos haciendo un poco improvisadamente, tentando, eligiendo poemas. Parece como si fuera un poeta maldito. Tuvo que exiliarse durante la guerra civil y se radica en México y es allí donde es venerado y admirado. Hay un busto, una estatua de él, cosa que aquí no hay. Allí se lo venera y se lo respeta, pero de pronto a mí me tocó la suerte de ser el responsable de reeditarlo”
Si la vida de León Felipe estuvo marcada por la soledad del exilio y el destierro, la de Héctor Alterio no le fue a la zaga: en 1975, estando en San Sebastián presentando una película en el festival, recibe la llamada de su esposa desde Argentina advirtiéndole de que el grupo fascista tripe A le ha amenazado de muerte. Decide no regresar a Argentina y no se equivoca ya que pocos meses después se instauró allí la dictadura militar. Consigue traer a España a su mujer y a sus dos hijos. Desde entonces no ha abandonado nuestro país. Dos vidas marcadas por el dolor y el exilio, por el destierro, por la soledad y la ausencia, por la persecución y la sinrazón del fascismo y, sobre todo, por su profundo amor por la poesía: “La poesía de León Felipe es muy crítica, pero tiene mucha verdad, lo que me posibilita poderla interpretar no como poesía, si no como un texto teatral, en el que cada vez que lo digo veo cosas nuevas. Yo no hago lo que se dice la métrica ni la manera de recitar los poemas, yo interpreto, soy actor. Lo que estoy leyendo me llena de tal manera que yo lo trasmito tal como lo siento. Mientras yo sienta que eso es verdad, el poema está interpretado por un actor que trata de emitir un concepto hecho por otro, que es León Felipe y así surge lo que yo considero la verdad, que se me crea lo que estoy diciendo. Yo interpreto los poemas. Trato de sacar la mayor verdad posible. Una metáfora es algo que parece fuera de la lógica, pero si le imprimo la verdad, va a entrar con mucha más claridad y facilidad en la mentalidad del espectador. Pero esa es mi forma, no digo que sea la mejor. Interpreto la poesía porque no sé hacer otra cosa. Soy actor tengo un texto y salgo de los cánones establecidos respecto a cómo hay que transmitir una línea de un verso. Transmitir una metáfora no es fácil, pero encajada dentro de una narrativa tiene una valorización más impactante. Verbalizarlo es difícil. Hay que escucharlo. Es como una música…Soy consciente de que estoy dando palabra y vida a una persona que lo ha escrito. Lo que más se siente es el silencio que provoca lo que León Felipe dice. Se produce una expectación notable”
Pocos pueden decir la poesía como lo hace Alterio, desde lo más profundo de su alma, y menos aún quienes pueden decir la de León Felipe como lo hace él. Escucharle, verle a sus casi noventa años en el escenario derrochando esa pasión por la vida que ha marcado su existencia es algo que nadie, absolutamente nadie, debería dejar de vivir. Lo que hace parece sencillo, pero tiene, precisamente, la enorme dificultad que exige hacer tuyos los versos, dejar que penetren en ti, que saquen de ti lo más profundo y auténtico que tienes para que esa absoluta verdad te convierta, como actor, en una ventana a través de la que el espectador vea y viva los poemas, las metáforas, los silencios y la vida que hay en esos versos. Lo que hace Alterio en el escenario es darnos una lección magistral de interpretación, de poesía, de vida y de humildad, sobre todo de humildad, esa que solo tienen los más grandes, como Don Quijote porque Héctor Alterio, sin duda, es uno de los últimos quijotes que, armado de versos, metáforas y silencio, ha salido de nuevo a batallar en este mundo que agoniza por haber proscrito la poesía.
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