Con un poco de suerte… el chantaje mafioso de Trump podría acabar con la OTAN

Por Jeet Heer*
Pocas instituciones mundiales son tan dadas a la autoflagelación indulgente como la Organización del Tratado del Atlántico Norte. El pasado mes de junio, con motivo del 75 aniversario de la creación de la OTAN, Joe Biden expresó la típica opinión del establishment sobre lo que denominó «la mayor y más eficaz alianza defensiva de la historia del mundo».
Donald Trump, para bien o para mal, no comparte tal reverencia por la gloria de la OTAN. Una de las pocas formas importantes en las que Trump ha roto con el consenso bipartidista en política exterior ha sido su creencia de que la OTAN y las otras grandes alianzas de Estados Unidos deberían organizarse explícitamente como chanchullos de protección y no como asociaciones. Para Trump, la función de la OTAN es devolver dinero a Estados Unidos en términos de gastos de defensa, deferencia en el comercio e incluso control absoluto sobre los recursos naturales de los Estados miembros. Además, Trump quiere que los países de la OTAN le besen el anillo ideológicamente dando poder a los partidos de extrema derecha que comparten su visión del mundo.

En la última semana, el deseo de Trump de dirigir la OTAN como un jefe de la mafia se ha vuelto innegable, especialmente a medida que ha utilizado la influencia de la guerra entre Ucrania y Rusia para obtener concesiones. El miércoles pasado, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, trató de extraer un acuerdo por el cual Estados Unidos -en compensación por la asistencia militar anterior a Ucrania- obtendría la propiedad del 50 por ciento de los minerales de tierras raras de ese país. El primer ministro ucraniano, Volodymyr Zelenskyy, rechazó la petición porque no iba acompañada de garantías de seguridad. En otras palabras, se pedía a Ucrania que renunciara a su riqueza a cambio de nada, recordando una famosa escena de El Padrino II. Zelensky sigue luchando por aplacar a Trump o animar a los europeos a seguir apoyando el esfuerzo bélico.
En concomitancia con este chantaje, tanto Donald Trump como el secretario de Defensa Pete Hegseth han indicado que Estados Unidos negociará con Rusia sobre la guerra de Ucrania unilateralmente, con poca o ninguna aportación de los líderes europeos. El vicepresidente JD Vance aprovechó un viaje a Europa para reunirse con Alice Weidel, líder del partido de extrema derecha Alternativa para Alemania. Vance también pronunció un discurso muy discutido en el que criticó los esfuerzos por marginar a los partidos racistas y contrarios a la inmigración, que se sintieron alentados por esta defensa estadounidense de su causa.
Informa el New York Times:
Los líderes de Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Polonia, España, los Países Bajos y Dinamarca, y los altos funcionarios de la Unión Europea y la OTAN, convocarán una reunión de emergencia en París el lunes para discutir la guerra en Ucrania y la seguridad europea, declararon funcionarios franceses el domingo. El objetivo es coordinar una respuesta a la apertura por parte de la administración Trump de conversaciones con Rusia sin participación europea.
Un análisis separado del New York Times concluía que:
Los europeos temen ahora encontrarse como peones en una negociación llevada a cabo sin su participación activa, aunque sus propias fronteras estén en entredicho y se espere de ellos que asuman la mayor carga de defenderlas. Esto recuerda a una Europa y a un mundo de una época anterior, de imperios regionales y del dominio de los fuertes con escasa preocupación por el resto.
En declaraciones a Politico, el exministro lituano de Asuntos Exteriores, Gabrielius Landsbergis, afirmaba sombríamente: «Puede que esto marque la llegada del crepúsculo de la OTAN. Sobre todo, si se combina con lo que creo que Washington anunciará pronto: la retirada de 20.000 soldados estadounidenses de Europa».
Pero hablar del fin de la OTAN debe matizarse con dos hechos: Históricamente, las élites europeas han sido reacias a abandonar la Alianza, que ha servido bien al continente (aunque quizá no al resto del mundo). En 2022, el alto diplomático de la UE Joseph Borrell expresó la política implícita de la Fortaleza Europa: «Sí, Europa es un jardín…. La mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín».
Las élites europeas han soportado muchos comportamientos erráticos de los presidentes estadounidenses -el shock del dólar de Richard Nixon, la política de riesgo calculado nuclear de Ronald Reagan, las desestabilizadoras guerras de cambio de régimen de George W. Bush, los abiertos chantajes mafiosos de Trump- porque temen que salirse del escudo de la protección de la OTAN es ponerse a merced de «la jungla».
El propio Trump, a pesar de que a menudo se le tacha erróneamente de aislacionista, en realidad no quiere acabar con la OTAN. Más bien, su objetivo es que los países de la OTAN actúen como un restaurante en manos de la mafia, manteniéndose lo suficientemente sanos como para servir de fuente regular de dinero para protección.
En The New Statesman, Bruno Maçães disecciona cuidadosamente los discursos de Hegseth y Trump para dejar clara la intención subyacente:

Estados Unidos puede estar planeando retirar sus tropas de Europa, pero no está planeando retirarse de Europa. El hecho de su presencia -y de la dependencia de Europa- sólo puede hacerse más explícito con Trump. Si consigue llegar a un gran acuerdo con Putin, el resultado será un nuevo acuerdo de seguridad en el que las tropas europeas garanticen la seguridad de Ucrania -será una Ucrania disminuida y un país bajo la amenaza permanente de Rusia- mientras que los intereses económicos estadounidenses se benefician de un aumento de las ventas de armas y de un acceso privilegiado a los recursos naturales ucranianos, a los que un frágil Estado ucraniano puede oponer poca resistencia. La reconstrucción de una Ucrania destruida la pagará Europa y sólo Europa. No habrá negociación al respecto.
La administración Trump espera presentar un acuerdo sobre Ucrania como una victoria para los estadounidenses porque la onerosa tarea de asegurar las fronteras históricamente tensas entre Occidente y Oriente, Europa y Asia, recaerá ahora, exclusivamente, en el contribuyente europeo. Y si el acuerdo no resuelve ninguno de los problemas de seguridad fundamentales responsables de la guerra de Ucrania, tanto mejor. Eso significa que los europeos seguirán dependiendo en gran medida del liderazgo estadounidense.
Las élites europeas se enfrentan ahora a una cuestión existencial: ¿Vale la pena pagar el precio del chanchullo de la protección de Trump? Puede que teman «la jungla» del resto del mundo, pero mientras sigan sometidos a Estados Unidos bajo el supuesto escudo de la OTAN, tendrán que aplacar a Trump o a algún futuro presidente gánster como Vance. La mafia regular simplemente exige dinero y muestras ocasionales de deferencia. Pero los gánsteres estadounidenses querrán más: Una política regulatoria económica europea dispuesta para complacer a plutócratas como Elon Musk, tabúes políticos europeos contra la extrema derecha socavados y el comercio europeo bajo el pulgar de unos Estados Unidos nacionalistas. Los países europeos dejarían de ser aliados para convertirse en meras satrapías, siempre temerosas de enfadar a su caprichoso y cruel soberano. No se trata de protegerse de «la jungla», sino de otro trozo de jungla.
Construir una Europa independiente exigiría medidas radicales. Significaría el fin de la OTAN y la creación de una alianza de defensa independiente, con un gasto mucho mayor en armamento. También podría significar abrirse a las propuestas de China para estrechar lazos económicos, incluida la integración de la Iniciativa de la Franja y la Ruta con las redes de transporte europeas. Es difícil imaginar a la cómoda clase dirigente europea dando pasos tan radicales, pero Trump está cambiando rápidamente la estructura de incentivos del mundo.
La realidad actual es que Estados Unidos no tiene una política exterior coherente con respecto a Europa, oscilando salvajemente entre las administraciones demócratas que creen en el compromiso multilateral (como hicieron Obama y Biden) y las administraciones republicanas que, o bien desdeñan abiertamente las preocupaciones europeas (evidente en el desprecio de la administración de George W. Bush por la «Vieja Europa»), o bien intentan convertir a Europa en un cliente servil (la política de Trump).

El problema estriba tanto en los vaivenes de la política como en las propias políticas. Las oscilaciones en la política incentivan a los europeos a asumir riesgos cuando los demócratas están en el poder, en particular la apuesta de ampliar la OTAN y enemistarse con Rusia, con la ilusión de que están seguros al contar con el respaldo estadounidense.
Pero una vez que Trump o alguien como él es elegido, los europeos descubren que en realidad no tienen los medios para respaldar las políticas que han adoptado bajo el supuesto de un apoyo estadounidense permanente. Sin su dependencia de Estados Unidos, Europa tendría que hacer un serio análisis coste-beneficio sobre el tamaño de la OTAN y los riesgos de enemistarse con Rusia, junto con otros compromisos de política exterior. El único camino para que los Estados europeos logren una relación realista y estable con Rusia es renunciar a la fantasía de que Estados Unidos es un socio fiable.
La política exterior gansteril de Trump es despreciable y desestabilizadora, pero sólo puede ser contrarrestada por gobiernos que velen honestamente por sus propios intereses en lugar de aferrarse nostálgicamente a instituciones que no funcionan. Mientras Estados Unidos esté dispuesto a elegir a un presidente gánster como Trump, la OTAN no tiene sentido. Trump ha ganado dos de las tres últimas elecciones y el Partido Republicano está más entregado que nunca a su versión del nacionalismo unilateral. La era del consenso en política exterior estadounidense, que se extendió desde Pearl Harbor hasta el final del mandato de Obama, está claramente finiquitada. En la nueva era del no-consenso, los antiguos aliados de Estados Unidos harían bien en tomar las riendas de su propio destino.
* Nota original: Trump’s Mafia Shakedown Might Destroy NATO—if We’re Lucky.
Jeet Heer es corresponsal de asuntos nacionales de The Nation y presentador de su podcast semanal: The Time of Monsters. También escribe la columna mensual Morbid symptoms. Es autor de In Love with Art: Francoise Mouly’s Adventures in Comics with Art Spiegelmen (2013) y Sweet Lechery: Reviews, Essays and Profiles (2014). Heer ha escrito para numerosas publicaciones, entre ellas The New Yorker, The Paris Review, Virginia Quarterly Review, The American Prospect, The Guardian, The New Republic y The Boston Globe.
– Traducido por Sinfo Fernández en Voces del Mundo.
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