Crónica de una experiencia poética
Francisco Cabanillas*. LQSomos. Marzo 2017
No camino
En mi mismo dolor yo me detengo
Julia de Burgos
I
Ante la doble devastación sufrida el 8 de noviembre de 2016 -por un lado, la victoria del partido anexionista en Puerto Rico y por el otro, la de Trump en Usamérica-, Adán (1992), primer hombre reciclado del arte puertorriqueño, se encuentra al mediodía con Isabelo Andújar, primer detective privado de la novela negra boricua, en la Plaza de la Convalecencia de Río Piedras.
Olor a poesía. Como en las calles colombianas de la Cali setentera que narra Andrés Caicedo, en su interesante y volátil novela boricuizada, Que viva la música (1977), hace calor, mucho calor.
Adán llega con la novela de Eduardo Lalo, Simone (2012), los cuentos de Francisco Font Acevedo, Belleza cruda (2004), y el “interensayo” de Che Melendes en Dobles de Elizam Escobar (2002); tan pronto lo ve sentado bajo una sombra frente a la calle Georgetti, Isabelo Andújar le devuelve a Adán el primer tomo del libro de su tocayo, Isabelo Zenón, Narciso descubre su trasero (1975).
Isabelo lo invita a la heladería, de donde sale Carlos Gallisá con un helado de coco y este libro del economista Francisco Catalá, Elogio a la imperfección (2007): “Tenemos futuro. Si será mejor o peor que el presente, si significará progreso o decadencia, es otra cuestión. Pero será como el pasado del que nace: imperfecto.”
Dos tipos sin experiencia política, le dice Adán a Isabelo, comandan respectivamente el imperio y la colonia; dos neoliberales con una agenda nacional descabellada. Sí, responde Isabelo, el nacionalismo imposible de Trump por un lado, con su promesa de una “America” que nunca fue, y el anexionismo improbable de Rosselló por el otro, cuya promesa de incorporar la colonia a la metrópolis, sobre todo bajo el neofascismo trumpista, parece un disparate.
Desde una cafetería se oye la voz de Calle 13: “Tengo hambre mucha mucha hambre / y no tengo un chavo ni pa’ una sopa Campbell” (2005).
II
El ensayo se mira en el espejo de la literatura; a su vez, esta se mira en la espacialidad del arte, donde aparecen las caligrafías de Lorenzo Homar y de Antonio Martorell. La segunda versión de El velorio (1893), Visitas a “El velorio” de Francisco Oller (1991), del pintor-poeta Rafael Trelles, se transforma en literatura en las manos del pintor-escritor, Martorell: El velorio (no vela) (2010).
En Puerto Rico, según Campeche o los diablejos de la melancolía (1986), de Edgardo Rodríguez Juliá, antes que la música fue la pintura. Tensión libresca. Imantación.
El ensayo se mete entre los libros de Letramuerto. Asesinato en La Tertulia (2010), de Wilfredo Mattos Cintrón; novela negra en la que el narrador no le quita el ojo de encima a su detective afroboricua: “Isabelo Andújar sabe que Río Piedras tiene por lo menos, dos poblaciones: una que ocupa la ciudad durante el día, y otra que la hace suya durante tarde en la noche.”
Adán se mira en el espejo de la poesía; zapatea contra una esquina meada de la plaza frente al Tren Urbano de la Ponce de León, donde han estado merodeando los perros de la pintura dominicana de José García Cordero. Sin querer queriendo, dando zigzags como el que no quiere la cosa, Adán se mete en el cuento homónimo de Font Acevedo, “La belleza bruta”: “Y no es porque yo sea feo, pues desgraciadamente padezco del mal de la belleza bruta, esa belleza hueca de stripper profesional.”
No bien pasa la página del cuento, Adán trastabilla. Como si se hubiera parado encima de una cáscara de guineo de la fotografía de ADÁL, al leer en voz alta “La belleza bruta,” lo que le produce vértigo (¡alteridad!), Adán resbala: “De día Río Piedras es una ciudad abandonada al sol, de edificaciones con pintura cuarteada y quincalleros desesperados por ganarse un peso; de noche, es territorio de putas, tiradores de drogas, vagabundos y estudiantes desorbitados por el alcohol o la yerba.”
Ya que también le parece estar metido en el Río Piedras novelístico de Mattos Cintrón, Adán recorre Letramuerto a trote rápido. Como si cruzara las calles sin mirar para los lados, pasa las páginas de la novela a las millas de chaflán: “Isabelo ha entrado a la plaza del mercado de Río Piedras con el puesto de comidas de doña Alicia como su único norte.” Busca en las páginas de Letramuerto subrayados en rojo como este, “Que pa’ que se lo coman los gusanos, que se lo coman los cristianos, digo yo,” los cuales relee como si fuera la primera vez: “Y allí, si una no es brava, se la comen viva en salsa mayonesa.”
Sudado como si fuera un tropo de la novela tropical negra de Mattos Cintrón, “Todos los ojos giran hacia el grupo del Chino, cerca del mostrador de la cafetería que está ubicada al lado de la sección de literatura puertorriqueña,” Adán se mete en La Tertulia como si fuera un personaje de Letramuerto. Pide un café puya y se sienta a leer la novela negra con la cara bañada en sudor:
-Oigan-interrumpe doña Alicia, ¿qué cháchara tienen montada ahí? Aquí es a comer; por lo tanto, como en misa. Para dar clases cruzan la calle y entran en la universidad—. Calla y mira el plato de Raúl. Ablanda el semblante y añade.: Tengo un poco de pegao, que ya sé que te gusta. Espera. -Da una vuelta y raspa en el caldero grande de arroz el tostado que está en el fondo. Regresa con el cucharón lleno y lo vacía en el plato-. Ahorita te pongo habichuelas que también quedan.
Haciéndose pasar por Isabelo Andújar, Adán sale de La Tertulia y corre hasta la plaza del mercado, a la que entra por la Calle Vallejo, en busca del puesto de comida comentado en Letramuerto. Cuando lo localiza, “Mira a doña Alicia que se aleja camino de otros comensales, moviendo con elegancia su cuerpo ancho y espeso, Señora de los Calderos y todos los Guisos…”
¡Comensalidad!
III
Todavía con ese sabor a comida criolla en la boca -sí, por supuesto, la sensación de estar hundido en las entrañas de Elogio de la fonda (2001), de Edgardo Rodríguez Juliá, no era caprichosa-, el ensayo se sale de la literatura puertorriqueña y se mete en la novela inglesa de Simon Wroe, El chef (2014); una novela que no se traga la idealización de lo culinario: “Pero en el ajetreo diario de la cocina no hay lugar para sentimientos poéticos, entre el estrépito de sartenes, los incesantes preparativos, las canciones de Dave el Racista y el agua caliente con la que Ramilov me salpicaba en la oreja.”
Como si fuera Adán en alguna de sus correrías por las calles de Río Piedras, El chef, “Encontré otras versiones de la vida en los libros,” cruza constantemente de la gastronomía, “Los cocineros nos cubrimos la cara con las manos,” a la literatura, “Para él lo difícil no era cocinar, sino leer”; “Cada día me deslizaba más por la pendiente que conducía hacia los náufragos shakesperianos”; “-¿Qué sabes del Swan? -me preguntó. Sabía que era un poema de Baudelaire. Lo había estudiado en mis clases de Modernismo”; “Porque los impíos ‘comen pan de maldad y beben vino de violencia,’ dice el rey Salomón”; “‘sus abisales fauces,’ como dijo Melville del tiburón maldito.” ¿Tiburón?
De la novela gastrocéntrica que es El chef -“Mi padre no me infundía fuerza ni coraje, de manera que dediqué todavía más tiempo a los libros y los espejos [¿quién habla, Borges?] buscando en ellos otros maestros. Mi padre me empujó a la ficción, a la cocina y sus maestros”-; de esa novela a la metanovela que es también El chef: “Dave, al repasar este capítulo, se muestra en desacuerdo con esta crónica”; “En este punto de mi narración, Dave piensa que estoy glorificándolo demasiado”; “Dave el Racista dice que esta historia habla demasiado de mí y de mis cosas.”
El chef filosofa desde una novela demasiado consciente de la literatura y de las dimensiones literarias de la locura culinaria: “la cocina, una enorme sala de acero inoxidable y mármol negro… Todo parecía nuevo. Instrumentos fríos y afilados se alineaban ordenadamente en la pared; artefactos de última tecnología relucían sobre los mostradores. Dave lanzó un silbido de aprecio. Pero a mí todas aquellas máquinas y dispositivos solo me recordaban la barbarie de la cocina, la violencia implícita en el acto de comer.”
El libro del caricaturista argentino, Quino, La aventura de comer (2008), se estremece.
El ensayo vuelve a saltar, esta vez de la novela a la historia culinaria; de El chef a la Geopolítica del gusto. Las guerras culinarias (2014): “No es la técnica en sí la que puede definir la cocina (y la que puede permitir que entendamos su historia), sino el código que se impone en su repetición. La cocina no es cocción, es la puesta en práctica de la fórmula, la realización de la receta. Como tal, no es solamente una sucesión de procedimientos, sino también la reunión de los ingredientes y el deseo de los consumidores.”
¡Vértigo!
Aunque son libros diferentes, Geopolítica del gusto, “La cocina no existe sola, como taller o laboratorio, sin el mercado y la mesa,” catapulta el ensayo hacia otro libro de historia culinaria, Puerto Rico en la olla, ¿somos aún lo que comimos? (2006), de Cruz Miguel Ortiz Cuadra: “Entre los años 1960 y 2000, Puerto Rico ha experimentado nuevas pulsaciones socioeconómicas que han desatado cambios en los tipos y variedad de alimentos, en las formas de adquirirlos y en las maneras de transformarlos en comida.”
De la antigüedad a la era postindustrial, Geopolítica del gusto traza un recorrido por las grandes cocinas de la historia universal, imantadas hasta la industrialización alrededor de dos zonas geográficas clave: “fue solamente en Oriente Medio y China donde se crearon amplias áreas de expansión a partir de las primeras sociedades agrícolas.” Historia culinaria que termina de una manera firme: “el reconocimiento de que la práctica cotidiana de ciertas cocinas tradicionales es superior a todas las dietas construidas hasta ahora a partir del saber científico.”
El ensayo se enardece. Desde la sabiduría tradicional, salta de la geopolítica hacia al abismo total: de la comida al hambre, o, como escribe, desde lo biográfico, el salvadoreño que la vivió en el botadero, La Costra, de San Salvador, Elmer Hernán Rodríguez Campos, en Bajo el agrio sol (2016): “El HAMBRE. Y lo escribo así en letras mayúsculas porque así de grande tiene que ser su denuncia.”
Desde el ensayo argentino, Martín Caparrós, en El hambre (2015), reitera que esta es producto de la riqueza.
IV
La prosa se queda sin aliento. ¿Escupe en alguna esquina meada de Río Piedras? ¿Borra o reescribe? En busca de un texto bisagra, el ensayo se mueve hacia la poesía, donde encuentra, de Hjalmar Flax, un poemario puente, Mientras tanto (2012), en tránsito entre Eros y Tánatos: “Lee en voz alta mis poemas, / como si estuvieras / enamorado de una mujer / o reviviendo a un muerto.”
Mientras llega la muerte, plantea Hjalmar, el poeta escribe: “¡Ay! La poesía, la poesía… / ¿Qué tendrá la poesía? Yo no sé. / Mucha poesía se ha escrito y se escribe. / ¡Qué afán de decir quién sabe qué! / ¿Por qué? ¿Para qué?”
Adán, con otro poemario de Hjalmar en las manos, Contraocaso (2007), cruza la Avenida Gándara por la Ponce de León en dirección a San Juan. Isabelo Andújar lo sigue hasta Santurce, donde, como quien dice, se queda en un cuento de Luis Negrón, “El vampiro de Moca”: “Pongamos en contexto esta historia. Santurce, Puerto Rico… Cuadras y cuadras llenas de oficinas de médicos, templos católicos, evangélicos, mormónicos, rosacruces, espiritistas, judíos y yoguísticos… Peste a alcantarillas las veinticuatro horas del día. Calor insoportable. Reguetéon, salsa de la vieja, boleros, bachatas… ( Mundo cruel 2010).
Irreverente, como siempre, Mientras tanto llega al paroxismo: “Pero si nadie lee poesía y menos la mía.” El sentido del humor pone las cosas en su sitio: “Quisiera ser un ratón / y tener muchos ratitos.”
Poemario que, según dice Edgardo Rodríguez Juliá en la contratapa, escribe miniaturas que nos revelan el mundo. Mientras tanto asiente: “(lo grandilocuente empacha a la gente).” La poesía se mira en el espejo del arte: “El artista no inventa / descubre lo obvio / y te lo muestra.”
Ante el banquete de la tradición, Mientras tanto se sienta a la mesa: “tengo hambre, pero siempre tengo hambre. / Quise comerme el mundo y ni pude / comerme una pequeña isla en el Caribe.”
La poesía de Palés Matos, sobre todo “Menú,” se estremece: “palmeras al ciclón de las Antillas, / cañaveral horneado a fuego lento, / soufflé de platanales sobre el viento, / piñón de flamboyanes en su tinta, / o merienda playera / de uveros y manglares en salmuera…”
Mientras tanto oscila.
Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua española, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos