De la guerra contra el terror a la guerra civil: Afganistán

De la guerra contra el terror a la guerra civil: Afganistán

Por Guadi Calvo*. LQSomos.

Mientras el país se desmorona, los puestos militares apenas consiguen resistir algo antes de caer bajo el control de los insurgentes, fuerzas de seguridad afganas desmoralizadas y mal pagadas, para salvar la vida, entregan armamentos, claves de comunicación, vehículos y todo lo que pudieran tener a mano

Las evidencias dejan muy en claro, que la huida de los Estados Unidos y sus socios de la OTAN de Afganistán, deja al país centro asiático, en las puertas de una nueva guerra civil, que si bien, no se avizora prolongada, si se espera extremadamente sangrienta, entre el Talibán y el gobierno de Kabul, ya que son muchas las cuentas que los muyahidines tienen por cobrar a miles de colaboracionistas, a los que ellos, catalogan como títeres, y ponen en la cabeza del actual presidente Ashraf Ghani, como su principal objetivo.

La estructura política y de gobierno afgano, ya no solo de Ghani, sino también de su antecesor Hamid Karzai (2001 a 2014), están consideradas como de las más corruptas del mundo; habiendo sido calificado por el Banco Mundial: “como uno de los países peor gobernados y más corruptos de la Tierra”, mientras que Transparencia Internacional lo ubica como el séptimo país más corrupto del planeta y la Naciones Unidas como uno con más bajos en desarrollo humano. Lo que hace que el país sea ingobernable, de no contar con el total apoyo de los Estados Unidos, ahora en plena retirada.

La demoledora ofensiva lanzada por los hombres del mullah Haibatullah Akhundzada, desde el primero de mayo, fecha en la que, según los acuerdos de Doha (Qatar), cerrados el 29 de febrero del 2020, entre los integristas y la administración Trump; los Estados Unidos habrían completado la retirada total de sus fuerzas, fecha que el presidente Joe Biden, extendió unilateralmente hasta el once de septiembre, lo que está corroyendo el ficticio poder del Ejército Nacional Afgano, (ENA) una fuerza que Washington, entrenó y armó invirtiendo ciento de millones de dólares y que ahora apenas consigue sostenerse en alguna de sus posiciones.

Según algunas fuentes hasta el primero de mayo la insurgencia controlaba 73 distritos, habiendo incrementado ese número hasta hace unos días eran 137, mientras que de manera continua se reportan avances de la insurgencia y abandono de sus puestos tanto de los militares como los de los gobiernos regionales, dejando a la población civil, librada a su suerte o el capricho de los muyahidines. De enero a mayo del 2021, los combates han obligado más de 191 mil personas a abandonar sus viviendas.

A pesar de que con su estrategia de “capacitar y asistir” con la que los norteamericanos han llegado a conformar un conglomerado de cerca de 600 mil efectivos nativos, compuestos por, según cifras oficiales, las Fuerzas de Seguridad Nacional de Afganistán (ANSF) unos 350 mil hombres y el ENA con más de 220 mil. Las cifras son absolutamente aleatorias ya que los mandos afganos no reportan con justeza ni las bajas, ni las deserciones, para seguir recibiendo la paga de los “ausentes”. Ya en abril de 2017 el SIGAR (Special Inspector General for Afghanistan Reconstructor) había informado que “ni Estados Unidos ni sus aliados afganos saben cuántos soldados y policías afganos existen realmente, cuántos están de hecho disponibles para el servicio o en capacidad operativa”. Ese mismo año el general de división Richard Kaiser, debió quitar de la plantilla a más de 30 mil de esos soldados fantasmas; que apenas dos años después eran 42 mil, de una fuerza por entonces de 177 mil efectivos. Por lo que, en la actualidad ni Washington, ni Kabul conocen el verdadero número de cuantos efectivos disponen servicio con capacidades operativas.

Mientras Estados Unidos, intenta maquillar su derrota, como una retirada acordada, Kabul, comienza vivir la debacle, ya que todos los días recibe reportes acerca de la caída de puestos militares, aldeas e incluso cercando capitales provinciales, se estima que entre seis y ocho de esas ciudades estarían próximas a caer en manos de la insurgencia.

Por lo que el ministro de defensa Bismillah Mohammadi, nombrado el pasado 19, ha exhortado a los civiles para que se armen y acudan en apoyo de las fuerzas de seguridad desbordada por la embestida del Talibán. En la última semana, los takfiristas afganos se apoderaron de una veintena de distritos, mientras asedian otros ochenta. En la provincia de Khunduz, una puerta fundamental a la frontera norte, civiles armados, que respondieron al llamado del ministro Mohammadi, han tenido que respaldar a las tropas regulares para evitar la caída de la ciudad de Khunduz, la sexta ciudad del país con 350 mil habitantes y capital de esa provincia.

La irrupción de estas milicias civiles, que parecen revivir las temibles brigadas conocidas como Arbakis (protectores), responsables de infinidad de muertes y torturas, que operaron en el país hasta 1996, sin duda agrega un nuevo elemento a la crítica situación del país al borde de una guerra civil, ya que antiguos rivales políticos, señores de la guerra y exlíderes de milicias étnicas que tienen cuentas pendientes tanto con Kabul, como con los integristas, reclamaran lo suyo a la hora de discutir el poder. Si sobreviven a el avance de los muyahidines, que acarrean con estos líderes étnicos viejas cuentas, como la masacre de Dasht-i-Laili, cuando no menos de 500 talibanes murieron asfixiados y de calor, en el interior de los contenedores sellados, en diciembre de 2001, cuando más de 4 mil eran trasladados desde la ciudad de Khunduz a la prisión de Shibarghan, en el noroeste del país. La responsabilidad del traslado era del entonces comandante de la Alianza del Norte el general Jurabek.

Biden o de cómo lavarse las manos

Mientras el país se desmorona, los puestos militares apenas consiguen resistir algo antes de caer bajo el control de los insurgentes, fuerzas de seguridad afganas desmoralizadas y mal pagadas, para salvar la vida, entregan armamentos, claves de comunicación, vehículos y todo lo que pudieran tener a mano. Como sucedió la semana pasada en el puesto fronterizo de la localidad de Shir Khan Bandar, junto a Tayikistán y a cincuenta kilómetros de la ciudad de Khunduz. Tanto los empleados de aduanas, los policías y soldados tras rendirse y entregar sus pertrechos, pasaron al lado tayiko. Según los agentes de Tayikistán, habría sido unos 140 funcionarios afganos que cruzaron la frontera tras el ataque de los insurgentes.

Con ese mal sabor en el alma, si la tiene, el presidente Ashraf Ghani, que a esta altura carece de cualquier liderazgo político, en lo que es un manotazo de ahogado, viajó a Washington, junto al aliado y archienemigo Abdullah-Abdullah, algo así como un vicepresidente, cuyo nombre oficial es Director Ejecutivo del Gobierno, en un intento desesperado de mostrar cierta unidad, frente al presidente Biden, con quien se reunieron el pasado viernes 25, además de hacerlo también con miembros del Congreso y de la CIA, en procura de que se continúe el apoyo a las fuerzas de seguridad afganas tras la retirada de las tropas norteamericanas y en prevención de la inminente caída de Kabul, algunos analistas estiman que sin apoyo norteamericano la capital afgana caerá antes de cumplirse una año.

El presidente Biden, escuchó el lamento de los afganos, como si no conociera la situación y sentenció: “los afganos van a tener que decidir su futuro”. Para luego prometer un apoyo continuo para el país, a pesar de que sus tropas ya están listas para finalizar su retirada, incluso antes del once de septiembre. Asegurando que la sociedad entre Estados Unidos y Afganistán continuará. Y cómo si estuvieran hablando del clima Biden, reafirmo, en un magistral lavado de manos: “Los afganos deben decidir lo que quieren” y como si le hablaran en sanscrito agregó: “La violencia sin sentido, tiene que parar. Va a ser muy difícil”. De algún modo dándole la razón a los talibanes, que habían calificado la visita de “inútil”.

Ya sin mencionar las estancadas conversaciones intraafganas de Qatar, que no han sido posible volver a poner en marcha y que para Washington representaba su carta ganadora, para dejar el país en orden. El talibán, prácticamente ha abandonado la mesa de negociaciones de paz y ni siquiera ya presenta sus reclamos, apostando todo a el triunfo militar. Ya que todos saben que una vez retirado los Estados Unidos, la ruta a Kabul, quedara absolutamente despejada para los mullahs, que saben muy bien que para Biden, políticamente y materialmente le es imposible dar marcha atrás, por lo que los para talibanes, negociar con Kabul, no representa ninguna ganancia, cuando saben que tienen todas las de ganar en la guerra civil que esta comenzado.

* Escritor y periodista argentino. Publicado en Línea Internacional
Afganistán – LoQueSomos

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