Deconstruyendo la modernidad

Deconstruyendo la modernidad

Aunque nunca me creí del todo la sombría descripción que la historia oficial de la triunfal burguesía nos administraba en la escuela acerca de aquel periodo occidental precedente a su victoria total, Revolución Industrial, Capitalismo mediante, sobre el sistema Feudal al que despectivamente se bautizó como Edad Media, (no tanto por hallarse entre la dorada antigüedad Greco-Romana y un Renacimiento de las Artes y las Luces en lo que se ha dado en llamar Modernidad, cuanto por resaltar su supuesta intrínseca mediocridad, dado que en su seno los detalles de su intrahistoria, en contraste con nuestra cotidianidad, no parecían tan distintos a los nuestros, -despojada la actualidad de la electricidad y los motores de explosión-, pues a fin de cuentas, seguimos trabajando en relación de servidumbre los más para los menos, los artistas necesitan de mecenas, los impuestos directos e indirectos superan el tercio que se entregaba al Señor y altas torres dominan los burgos donde la pobreza y la miseria abruma a quien se atreve a pasear fuera de sus murallas mediáticas y a mirar más allá de sus luminosos escaparates…) debo reconocer que su familiaridad y el pertenecer al bando de los privilegiados, hace que sienta cierto desasosiego sólo en pensar que nuestro régimen socio-político, recupere selectivamente los peores aspectos del Medioevo, a la vez que se desprende de las formales libertades adquiridas de movimiento, pensamiento, religión, expresión…  más que nada, porque a la mitad de la vida, me costaría mucho amoldarme.

La reciente profecía del subdirector de la DGT, Federico Fernández, de que más pronto que tarde, nuestra red vial se verá necesariamente salpicada de puestos de control y de peaje, o sea, las antiguas aduanas y aranceles, nuevas fronteras…  no es otra cosa que una vuelta de tuerca en el vertiginoso proceso involucionista de deconstrucción de la Modernidad en el que se halla Europa, que apunta incuestionablemente hacia esa decadencia de un futuro pretérito anunciado hasta la saciedad por películas como Mad Max.

Este brusco viraje colectivo decidido por las élites y padecido por las masas, que algunos circunscriben en paralelo a la Caída del Imperio Romano, postura intelectual a la que no le faltan apoyaduras y regusto pues si cuando entonces desaparecieron las piedras de las vías romanas para construir los palacios y las parroquias de los pueblos colindantes, desapareciendo con ellas las propias vías de comunicación, haciendo intransitables los caminos, dificultando por añadidura el comercio, los mercados, abocando a la práctica desaparición la industria, la manufactura etc., ahora con medidas como ésta, nada bueno se augura al mismo respecto, máxime cuando los pobres de solemnidad se han fijado en esas otras vías de comunicación que se tienden con preciado cobre y se disponen a hacer con su material lo que las tribus bárbaras que no sabían labrar la piedra hicieron cuando aquello, acontece irónicamente sigiloso en mitad del bullicio consumista y del ruido filosófico en torno al debate de la crisis axiológica de Occidente y de si estamos asistiendo a una segunda Modernidad –Escuela de Frankfurt, Habermas y compañía– a una Postmodernidad –New Age, Vátimo y demás– o incluso, como es mi caso, a una Hipermodernidad, por aquello de la Globalización, la sociedad de la información, la red de redes, la nanotecnología y todo ese batiburrillo de ideas surgidas a cobijo del cambio de milenio y del climático.

Observada la historia al modo Oriental como describiendo un tiempo circular, deberíamos resignarnos a repetir el pasado en lo que Nietzsche ya previera como un Eterno Retorno sin fin en el que tanto los pueblos que olvidaron su pasado, como aquellos que se pasan sus días recordándolo, transitan de nuevo por sus mismos recovecos sin descanso. Poco mayor consuelo les ofrece el tiempo lineal judeocristiano, donde habiendo un mismo principio y final para todos, nada importa estar en un momento u otro de esta trayectoria insignificante que es la Qoheletiana Existenciahumana, comparada con la eternidad que nos aguarda como bien señalara Pascal en su Apuesta.

Algo más de esperanza parecía aportar en su misma idiosincrasia el desenvolvimiento en dicha recta temporal, el arrogante espíritu Hegeliano que como se ha podido comprobar gracias al Materialismo Histórico Marxista, avanzaba de victoria en victoria hasta la derrota final en un recorrido horadado de tesis, antítesis y síntesis, pero confiando dirigirse hacia Happy End Hollywoodiense prometido por el futuro Estado Socialista que terminó en un Game Over, en el que los Neoliberales y Neoconservadores se apresuraron en ver como Fukuyama “El final de la Historia”, cuando para final de la historia mejor haríamos en leer el “Apocalipsis” de Juan.

Mientras no desaparezca, literalmente, las estructuras materiales que permiten al poder tenernos subyugados, como son las vías de comunicación que les facilita el traslado de tropas y proyectar sobre toda la geografía su voluntad física por medio de ejércitos y policía; el tendido eléctrico que favorece su omnipresencia en nuestras casas y mentes a través de los medios de comunicación y saber todo de nuestra intimidad vigilando nuestras comunicaciones privadas; el sistema financiero con el que nos tiene controlada toda nuestra existencia por medio del dinero, las empresas donde se nos condena a trabajos forzados sometidos a superiores, jefes y capataces… no se puede hablar de caída o derrumbe de un Imperio o modelo social. Sólo cabe hablar de una deconstrucción que generalmente se opera desde dentro por parte de las élites para garantizar su supervivencia.

A las élites les ha ido muy bien con la Modernidad, pues han gozado del trabajo de esclavos que desconocían su condición. Por eso, no interesa destruir los valores de la Modernidad, en los que la población esclava confía, cuanto en descafeinarlos por completo. El proceso lleva años fraguándose: el dinero ya no aparece en metálico en los bolsillos de los esclavos, cuanto en sus libretas de ahorro de donde toman como pajarillos enjaulados lo que necesitan para continuar trinando como colibríes; cada vez hay más tarjetas de transporte, de supermercado, de cine… que se parecen a los bonos de comida y a las cartillas de racionamiento; poco a poco, mientras la población abraza el tonto pacifismo, proliferan  las empresas de seguridad con derecho a portar armas y tener su particular parque móvil blindado; etc., etc., etc.

Ante esta situación sólo nos cabe volver a llenar las iglesias y confiar temerosos, en la Leyde la Atracción, para desear con todas nuestras fuerzas que el Dios Todopoderoso, bueno y misericordioso, castigue a los impíos gobernantes y salve a los justos ciudadanos en este nuevo trance, como en su día hiciera con el diluvio, en Sodoma o en Egipto y no nos permita mirar atrás, pues nuestras mentes hace tiempo que están podridas de la más mediocre Modernidad de confiar a un tercero que haga por nosotros lo que nos interesa.

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