Democracia y desobediencia
Juan Gabalaui*. LQSomos. Noviembre 2017
¿Hay que ser nacionalista o independentista para apoyar la desobediencia del Govern de Catalunya al Estado español? ¿Se puede apoyar si el resultado es la creación de otro Estado más? He de decir que estas preguntas y sus respuestas no tienen un gran interés para mí porque el marco en el que sitúo lo que está sucediendo en Catalunya es el de la desobediencia civil, en este caso de una institución autonómica contra las instituciones estatales, y, fundamentalmente, el de la democracia. No hablo de la democracia sufragista y de mayorías defendida por los medios de comunicación, gobierno y partidos del sistema sino de aquella que tiene que ver con el poder popular, es decir, con la capacidad de los pueblos para tomar decisiones en el ámbito público. Por eso ser independentista o nacionalista, estatista o antiestatista, no es relevante cuando la acción se basa en la voluntad de un pueblo que desobedece el mandato de un Estado que les permite pensar y definirse pero les niega la posibilidad de ser.
La democracia es probablemente el término más vapuleado en los últimos tiempos. No es que le hayan quitado el significado sino que le han dado aquel que más le conviene a sus intereses. Los Estados occidentales que se consideran democráticos son esencialmente oligárquicos. Si se analizaran las clases sociales representadas en los órganos de gobierno de estos países, concluiríamos seguramente que la gran mayoría pertenece a una clase media-alta que defienden cosmovisiones políticas, sociales y económicas que favorecen los intereses de las élites. Son estas personas las que tienen más posibilidades de acceder a puestos de responsabilidad y de decisión, privilegiadas por un ventajoso entorno familiar, social y educativo. Son estas personas las que, con mayor probabilidad, tendrán la oportunidad de representar a los ciudadanos en una democracia representativa. La democracia sufragista y de mayorías ha sido utilizada para perpetuar el control del poder de las clases medias y altas, confiriendo legitimidad a las mismas lógicas de dominio que han existido históricamente.
La representatividad hurta la posibilidad de tomar decisiones. Se la apropia una persona que podrá tomar decisiones en virtud de intereses ajenos al pueblo que dice representar pero que, a su vez, ha sido elegida y legitimada por el sagrado acto de introducir un voto dentro de una urna. En estas condiciones votar en unas elecciones no es un ejercicio democrático. Sirve para legitimar a aquellos que defienden y protegen los intereses de los poderes políticos y económicos. Si democracia es la capacidad de decidir en el ámbito público, delegar tu capacidad de decisión es un acto esencialmente antidemocrático. Los medios de comunicación han difundido esta manera de entender la democracia ya que les permite controlar cualquier acto de disidencia que cuestione el estado de las cosas. Lo intentaron con el 15-M. Un movimiento que, con todos sus defectos, se convirtió en la primera acción democrática popular de la pos dictadura que se irradió por centenares de pueblos y ciudades del Estado.
Considerar a un Estado como democrático es un engaño. Los Estados pueden proporcionar libertades y derechos pero están limitados por sus propias leyes, es decir, no son plenos sino condicionados. En el Estado español se puede ser republicano pero no se puede tomar una decisión entre monarquía y república a no ser que la democracia se haga acción. Esto quiere decir que el ejercicio democrático implica saltarse las leyes que impiden que el pueblo pueda tomar una decisión sobre el sistema político que prefieren. La independencia de Catalunya es una de las líneas rojas que marca la Constitución Española del 78 ya que en su segundo artículo se declara la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. Ni los catalanes ni nadie pueden tomar la decisión sobre si quieren seguir formando parte de un proyecto en común o ir por su cuenta y riesgo. Esa democracia, que alaban los medios y los partidos políticos, niega que el pueblo pueda tomar sus propias decisiones. Claro que utilizan subterfugios basados en el sufragio: “La constitución fue votada por la mayoría de los españoles”.
Los medios nos dicen qué es ser demócrata y qué no es. No ahora. Llevan décadas enmarcando este concepto. No les importa ser coherentes sino conseguir que la población asimile como democracia lo que solo es un pálido reflejo. Y vaya que lo han conseguido. La mayoría de los españoles dirían que la democracia es poder ejercer tu voto, elegir a tus representantes y esperar unos años a poder elegir a los mismos o a otros. Ignoran que gran parte de los avances en derechos y libertades se han conseguido a través de la desobediencia y el activismo político y social que solo se pueden describir como acciones democráticas. No esa democracia zombie de la que tanto se vanaglorian sino aquella que se eleva sobre los obstáculos y los vetos. Por esto lo que está sucediendo en Catalunya va más allá de Puigdemont, la independencia y los Estados. Han traspasado una de las líneas rojas que los poderes de la Transición habían vetado. Han hecho realidad la potencial capacidad de decisión que tenemos y que nos sustraen con tanto representante inepto y tendencioso. La democracia tiene que ver con la desobediencia y traspasar líneas rojas y no con la sacralidad de los votos. La democracia no es santa sino revolucionaria.