Diario de un vacunador

Diario de un vacunador

Nònimo Lustre*. LQS. Abril 2021

Ayer me llamaron desde Sanidad Pública para vacunarme contra el covid. Soy grupo de alto riesgo por mi edad y por padecer “patologías previas”. Dada la polémica actual sobre los tipos de vacuna, como es natural les pregunté qué marca de vacuna me querían inyectar. No me lo supieron o quisieron decir así que contesté “Pues en estas circunstancias, no me puedo vacunar”. Evidentemente, con esa respuesta es probable que me clasificaran dentro del grupo negacionista. ¿Negacionista como esos cuatro –o cuatro millones- de extravagantes que incluye a fascistas que gritan ‘libertad’? Ni por asomo. No soy anti-vacunas y lo demuestro porque estoy vacunado de todo. Es más, contra viento y marea –subrayo, contra la desidia racista de algún profesional sanitario-, he vacunado a unos pueblos indígenas del Amazonas. A continuación lo narro en dos partes y pido perdón por los solapamientos entre ambas que se pueden detectar con una lectura rápida. Y, asimismo, por la abundancia de términos desconocidos para el etnógrafo no especialista en aquella comarca amazónica.

Del diario de campo de marzo 1980

El dr. Espinosa sigue negándose a visitar a los enfermos en sus casas. Y el sarampión continúa sus estragos. En SCRN y alrededores, en seis meses han debido morir más de veinte personas. Murió el viejito Bautista Fermín, quizá porque le daba vergüenza hacer sus necesidades en el hospital, salió al monte, se mojó y se enfrió… Creen que la gallina o el pescado son venenosos cuando tienen sarampión, sólo les dan comida “de los blancos” –potes de salchichas, espagueti, crema de arroz-; mueren deshidratados y hambrientos.

He enviado a PYH el Exorcismo contra una epidemia de sarampión que azota al Alto Río Negro [ver Actas de las I Jornadas de Antropología Médica, vol. I, pp. 152-183; Arxiu d’Etnografía de Catalunya, Tarragona; 1983] El gobernador Glez. Herrera, que es médico, lo ha leído e, inmediatamente, ha tomado algunas medidas. Una de las primeras ha sido ordenar a Espinosa que vacune a los Yanomami del Siapa. Para cumplir esa orden, se organiza una comisión en la que participamos el médico, la Guardia Nacional, gente de Oncocercosis, un viejo conocido enfermero y ahora líder yanomami (en PYH) y yo como único baquiano que sabe dónde están los siapa-teri. Aprovechándome de esto último, exijo que los Guardias vayan sin uniforme y no con Fal sino con escopeta. Espinosa, que se acaba de casar, se despide del pueblo con cara compungida, cree que lo mandan a la guerra contra los caníbales y que él va a acabar en la olla.

Pepe Jaime y yo sabemos que la vacuna no es efectiva si ya se ha producido el contagio (*) Lo comprobaremos en el seudo-shapono de los siapa-teri pues, efectivamente, hay muchas bajas –entre ellas, la de mi ahijado B., un niñito de unos dos años. Me acerco al padre y le susurro al oído “Ya ushuo todihitawe”, que en mi yanomami machucao viene a decir que lo siento mucho. Se lo susurro porque, si lo digo en voz alta, hubiera causado un grave problema pues hubiera roto el tabú sobre la pronunciación del nombre de los muertos. Mientras la comisión duerme afuera, yo cuelgo mi chinchorro en donde me indica Irawe, al lado de su familia -es decir, en el segmento de shapono que es su casa. Sin embargo, Irawe no está nada contento con la cuasi ausencia de matohi (regalos); tensa el arco y me pone una flecha en el pecho. Yo le recrimino en voz baja que me amartille esa pantomima y todo queda en nada –gracias, en buena parte, a la urgencia del servicio marital…

El informe sobre la comisión vacunadora (fragmentos)

Informado en público por el que suscribe que la epidemia de sarampión podía estar causando estragos en los shaponos, a pesar de ello, el dr. Espinosa se negó a considerar incluso la posibilidad de visitarlos alegando que la provisión enviada por la Comisionaduría era muy escasa. Soy testigo de que dicho bastimento era suficiente para alimentar a seis personas durante casi una semana, incluso descontando la pesca o la cacería que se consiguieran en ese lapso y los intercambios que se podían realizar con los Yanomami. Quedaba, por tanto, descartada de antemano cualquier indagación de campo sobre el alcance de la posible epidemia -a mi juicio, uno de los objetivos principales de la Comisión-.

Con el propósito definido y expreso de que, fuera cual fuera la situación sanitaria -y bien a mi pesar-, visitaríamos solamente el shapono más cercano, zarpó de SCRN la Comisión. Aunque el citado médico rural era partidario de hacerse acompañar por dos Guardias Nacionales de uniforme y no contemplaba el llevar útiles de trabajo como obsequio para los indígenas, gracias a mis presiones, al final accedió a llevar a un solo Guardia Nacional -vestido de civil-, y a transportar unas cuantas chícoras (herramienta de labranza) como regalo. Como medio de transporte utilizamos una voladora a la que seguía un bongo con un suministro extra de combustible. En total: ocho personas con cuatro escopetas y un fusil de asalto automático.

A las 01.30 p.m. encontramos en el río a los seis siapa-teri que habían salido siete días antes de Solano. A pesar de las dudas de algunos y de la oposición del enfermero indígena, los remolcamos hasta su poblado Siapa-teri al que llegamos a las 04.30 p.m. del mismo día domingo.

Nada más desembarcar, el Dr. Espinoza me comunicó que pensaba zarpar de regreso tras un breve reconocimiento ocular de los Yanomami. Me opuse argumentando que debíamos vacunarles contra el sarampión; que, en el transcurso de esa operación, se nos haría de noche y que, obviamente, no debíamos arriesgarnos a navegar en la oscuridad.

Por su parte, el enfermero yanomami se negó rotundamente a preguntar o hablar en su lengua indígena. Puesto que el enfermero graduado de Mavaca desconoce el idioma yanomami (a pesar de llevar más de seis meses destinado en la zona de esos indígenas), quedaban así excluidas todas las posibilidades de que el personal sanitario verificase la veracidad de mis informaciones -tarea que, supuestamente, era uno de los principales objetivos de la Comisión-.

Procedimos a la vacunación de todos los habitantes del shapono. El Dr. Espinoza, literalmente, tocó el estómago de un niño y le observó los párpados. Fueron los únicos contactos físicos que tuvo con los indígenas. En cuanto a la asistencia sanitaria en general, se redujo a una cura de una herida abierta en una mano (producida accidentalmente por flecha) y dos aplicaciones de pomada para erupciones cutáneas. Además, se repartieron diversas medicinas entre los Yanomami quienes, según hube de explicarles personal y directamente, quedaron ellos mismos encargados de su posología.

Como estaba en duda la extensión de la epidemia que había arrancado desde SCRN, añado: además de las evidencias encontradas durante la Comisión, sabemos de otras pruebas indirectas de la existencia de una epidemia y de que ésta tuvo que producirse entre noviembre de 1979 y abril de 1980:

a) Una de las tres viviendas comunales de las que antes constaba el poblado ha sido quemada (según me expresaron los siapa-teri) “por haber muerto la mayoría de sus ocupantes”.

b) Algunos conucos están abandonados, según me aseguraron, por idéntica razón. La maleza que pude observar en ellos indica, efectivamente, menos de seis meses de descuido.

c) La abundancia de adornos corporales que están fabricando, anuncia un reahu o ritual funerario.

d) Es posible, incluso, que la virulencia de la epidemia les haya impedido cremar los cadáveres inmediatamente y que, según su costumbre, los hayan suspendido en trojas en la selva. Tal podría ser la razón de la reluctancia (inédita), mostrada por algunos siapa-teri a acompañarme a pasear por los alrededores de su shapono; de ser esto cierto, estarían tratando de evitar que yo viera dichos restos.

Ninguna de estas pruebas indirectas fue atendida por el resto de los comisionados.

No sólo eran informaciones estratégicas y decisivas sino, lo que hubiera sido más importante, la posibilidad de vacunar a un mayor número de indígenas, se perdieron cuando el Dr. Espinosa se negó a visitar a los cercanísimos Remoni-teri (habitantes de las cabeceras del río Emoni, afluente del Siapa) que se encontraban celebrando un reahu acompañados por una decena de siapa-teri con los cuales han vuelto a mantener cordiales relaciones. No solamente han sido visitados por nosotros sino que, in situ, varios siapa-teri se habían ofrecido gustosamente para guiarnos al citado shapono por lo que no cabe excusarse en el desconocimiento del terreno.

Sin nuevas consultas ni observaciones y, a pesar de haberles prometido a los siapa-teri que esperaríamos entre ellos al bongo que traía las chícoras de regalo, el médico rural decidió zarpar a las 08.30 a.m. del día siguiente. Tras un reparto apresurado del material (anzuelos y mostacilla que, por mi parte, les llevaba como agasajo particular) hube de acompañar a la pseudo-Comisión en el viaje de regreso. Diez minutos después de “huir” del caserío yanomami, encontramos al bongo que se acercaba al poblado Siapa-teri, circunstancia que aproveché para, mientras que el resto de los comisionados preparaban en una laja del río los ocho caimanes, cajaros, paují y garzas matados durante la noche anterior, acercarme otra vez a los indígenas siapa-teri y entregarles las chícoras prometidas.

A las 05.15 p.m. del lunes 28.abril.1980 arribamos a San Carlos de Río Negro. En lugar de los 260 litros de gasolina estrictamente necesarios, se habían consumido mil (1.000). Los cinco días programados de comisión habían quedado reducidos a menos de 34 horas. El miedo y el asco a los Yanomami por un lado y las prisas por el otro habían hecho su trabajo.

San Carlos de Río Negro (TFA), 29.abril.1980

(*) Cfr. Neel, Centerwall, Chagnon & Casey, “Notes on the effect of measles and measles vaccine in a virgin-soil population of South American Indians”,en American Journal of Epidemiology, 91, nº4, pp. 418-429, Johns Hopkins University, 1970.

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