Diario de vida, diario de militancia y viceversa

Diario de vida, diario de militancia y viceversa

Por Albar Arraitz San Martín

La semana pasada, mientras parece bajar el pico de violencia del genocidio sionista hacia la población palestina, enfocándose durante medio millar de días en la población gazatí, el nuevo presidente estadounidense lanzó la feliz idea de crear una “rivera mediterránea” en el enclave devastado por el estado nº51 de los territorios de su renovado título gubernamental.

La comunidad internacional ha mostrado una condena que disponiendo de una durabilidad mediática que pasará a desaparecer cuando cualquier otro viraje de megalomanía cobre peso de trascendencia para ocupar parrillas de telediarios y demás herramientas desinformativas.

Por ello, por mi amor al pueblo palestino, deseo pronunciarme desde una perspectiva muy personal. Expresando que mi parte de vida, en Gaza, ha supuesto y supone un antes y un después en la formación de mi identidad. Y porqué, lejos de ser árabe o de compartir ejes culturales más allá que la mezcolanza de siglos supuso en las relaciones mediterráneas, la actividad militante sí sobrepasó límites hacia terreno personal. Subyaciendo en mis emociones y en cómo y con qué grado de empatía sufro lo acontecido y acontezca ante las amenazas vertidas. Desde una parte de mí, muy profunda, que radica en lo bello de no saber explicar -o exprimir- dichas y desdichas que lejos de olvidar, crecen en importancia por su importante carácter.

Fue en abril de 2012 cuando me desplacé a Gaza por primera vez. Deseaba tener un conocimiento del terreno para más adelante, unirme a cualquier proyecto de cariz político desarrollándose en la zona. El verano anterior, el “Gernika” (barco que había de desplazar a más de una treintena de militantes procedentes de diferentes pueblos del estado español) no pudo zarpar desde puerto griego debido a las presiones que los gobiernos de la Alianza Norte ejercieron ante un tamaño ejercicio de solidaridad fruto de la semilla que sembró, entre mayo y junio de 2010, el “Mavi Marmara”, cuando la marina israelí asesinó a diez miembros de la embarcación en mitad de aguas internacionales) y la Campaña “Rumbo a Gaza” unieron a decenas de ciudadanas que, con mayor, menor o nulo bagaje político, siguen desarrollando hasta el día de hoy un dilatado número de acciones, posicionando el sufrimiento del pueblo palestino como vector hacia el ejercicio de condena que la entidad criminal sionista representa. El surgimiento del 15M y su céntrica localización, abrigó diarias acciones donde familiares y amistades de quien formamos parte de la tripulación, contactaban con nosotras mientras se tejían redes de apoyo afectivo entre las mismas, independientemente de las coincidencias políticas al calor del histórico momento. Por ello, no solamente la Campaña “Rumbo a Gaza” sigue viva casi quince años después; mas fue el germen que en muchas derivó en búsqueda de alternativas para llegar al territorio gazatí.

Situadas en abril de 2012, fueron casi tres semanas cuando pude tener un primer aproximamiento al enclave costero. Allí, gracias al apoyo de la compañera con quien me trasladé y las diferentes contrapartes, pudimos tomar contacto con los sectores que más reclamaban una actitud de denuncia ante las flagrantes y diarias agresiones israelíes. De las múltiples y diversas visitas, fue el factor psicosocial de la infancia alrededor de varias organizaciones que trabajaban específicamente este campo, focalizando en niños y niñas familiares de víctimas el que sin duda me hizo prometerme volver pronto; sin concretar un plazo, pero pronto.

En noviembre del mismo 2012, las fuerzas sionistas aumentaron el número de crímenes (Guerra de Gaza de 2012) del cruel genocidio perpetrado hasta la actualidad. Pasaba por un momento personal falto de un enfoque claro y, no podré comenzar a relatar mi segunda llegada -y estancia- en territorio gazatí sin expresar y agradecer mayúsculamente el apoyo económico que me brindaron mi abuelo y abuela paterna, sin el cual, no podría versar a día de hoy lo que en adelante explico.

Quien repasa mis escritos, sean de cual sea su índole, siempre me critica “no ir al grano” y, tras introducir los cómos y cuándos, más si titulo “Diario”, no desearía andar por las ramas. Ha llovido desde mis últimas publicaciones en “LoQueSomos” y por la familiaridad que me une a parte del equipo, creo estar en la necesidad de entrar en subterfugios personales que otorguen, hasta ápices de dulzura, a quien se ponga en mi piel durante su lectura.

La post-adolescencia adolecida por muertes familiares y cambios sustanciales en el ambiente familiar; una tambaleante carrera deportiva que difícilmente convivía con excesos de índole negativa; ausencia de concentración universitaria y una relación sentimental que daba sus últimas bocanadas, cuyos intentos de revivirla fueron un electroshock más dañino mental y sentimentalmente detonaron en la decisión de recapacitar positivamente sobre la utilidad como militante lejos de casa.

Los primeros meses fueron duros, muy duros. He de sincerar que el “International Solidarity Movement” (la organización donde trabajó Rachiel Corrie, internacionalista asesinada por las fuerzas de ocupación, intentando proteger las tierras del campesinado durante su labranza) no pasaba por sus mejores momentos, y más tarde, la iniciativa andaluza “Unadikum”, encabezada por el ex-europarlamentario Manu Pineda y las múltiples Brigadas que sus continuos llamamientos hicieron llegar a Gaza, tomaron el testigo respecto a la protección del sector primario, formando envidiables escudos humanos para la protección de labradores/as en zonas limítrofes con las tierras ocupadas; así como la paralela presencia en pequeñas y grandes embarcaciones cuando las violaciones se hacían flagrantes en ataques diarios a pescadores/as, a quienes se les prohibía salir a faenar en un baile de cifras de millas marítimas nunca específico, más siempre menor a las ocho.


Tras la compra de billetes, visado y estancia en Egipto, entré a Gaza “con un brazo delante y otro detrás”. Mi acceso al territorio fue un 8 de diciembre (horas después del “Alto el fuego”). La idea primigenia oscilaba en un regreso a principios de enero. Causas y casualidades fomentaron que la estancia se dilatara hasta dos años más tarde.

La mayoría de internacionalistas ocupaba pisos de edificios con un específico uso de dirigido a periodistas. El desconocimiento de la lengua árabe y las escasas nociones de inglés, además del desconocimiento de la zona, hacían sentirme en un estado de desconcierto unido a las carencias económicas en post de encontrar un sitio fijo y conciliarlo con las actividades principales del momento y su respectivo transporte. Como mencioné: tras la escalada de la agresión durante noviembre y el cese el fuego a principios de diciembre, habíase de tornar a proteger al campesinado en las zonas colindantes con la “buffer zone” y de manera vespertina, realizar múltiples entrevistas a la ciudadanía resultada herida, familiares de las mismas víctimas o desplazadas por los daños ocasionados de las centenares de explosiones.

En navidades, cuando la ansiedad comenzó a hacérseme latente debido a la situación personal tambaleante en tantísimos ejes, la persona que actuaba como organizadora de las rutas a las zonas de trabajo, así como de localizar, concretar y traducir las entrevistas, debido a la semejanza de edad, ideales, y tanto en común conjugándose en base de convivencia diaria y creciendo lazos de amistad hasta términos de hermandad que a día de hoy, son motivo de orgullo que continúen, vertebró artimañas para que una familia me acogiera en su hogar al mismo ritmo que me ayudó en elaborar tediosas tareas burocráticas para una estancia legal. El grado de empatía era tal que sin necesidad de expresar verbalmente cualquier sensación ni sentimiento, las miradas le aclararon que ayudarme en quedarme sería sanador para mí y útil para el conjunto y continuidad de proyectos.

Es por ello el desear romper una lanza hacia quienes tras diferentes shocks vitales, encuentran en la militancia un camino que, conjunto al aprendizaje y, reitero, la búsqueda de objetivos, canalicen modos de vida en torno ejercicios por la paz, justicia e igualdad social.

Han sido decenas de momentos en que conversaciones de ámbito privado trascienden en señalar que esta o aquella persona ha volcado su vida en una causa debido a “X” o “Y” motivo, apelando una vida previa que por una o varias causas, perdió sentido. A lo que a día de hoy, me siento en la comodidad de argumentar que quizá, la desaparición de una causa fue la magia que hizo aparecer un compromiso impregnado de una voluntad impregnada de tan sanos valores humanos. Por supuesto y ante todo, el más absoluto antónimo de ejemplos como traumáticas vivencias escolares o en el mismo hogar que trascienden en derivas de odio en el intento de vengar con inocentes una violencia traumática sufrida.

En general, los trabajos sobre el terreno de protección al campesinado, se realizaban gracias a la coordinación con sindicatos locales. Más específicamente, en Khuza’a, situado al oeste de Khan Younes, cuando a las pocas semanas de comenzado 2013, reconociendo que cualquier excusa era válida para evadir dificultades y comodidades de un piso anglófono (como mencioné, situado en la capital), peligrando que mi parte de alquiler no podía ser sufragada; reconociendo abiertamente que “era infinitamente más divertida” la convivencia con la población local que no observando a cinco o seis personas fijando sus ojos en escribir y enviar artículos por doquier y en esa amplificada química en un triángulo creado por tres aristas: las familias, el “fixer” y yo. 
”No saber decir no, no siempre es malo”. Trabajar tras el despunte de sol, llegar mediodía y realizar algunas tareas periodísticas en la zona, ligado a la cultura hospitalaria de la zona, derivaba en largos encuentros hasta pasadas las 20 ó 21h. Y sí, en adelante, era inevitable que la familia que concedía la entrevista obsequiara con un té, dos… para más adelante, sacar mantas y ofrecer dormir en sus casas. 
Febrero dio paso a un marzo lluvioso. La actividad periodística post-bélica disminuía, pero no con ella aminoraban los encuentros sociales de los que era imposible escapar. 
Muchos compañeros y compañeras hubieron de regresar.

El porcentaje de los alquileres subía a razón de quienes abandonaban el habitáculo y, con miedo, vacilante y vergonzoso, comuniqué que tampoco podía continuar más. Motivo por el cual, habiéndome costado días de sueño el imaginar el escenario en que había de verbalizar la realidad económica: La familia con la que en mayoría trabajábamos, me ¡ordenó! coger mis trastos y trasladarme sin necesidad explicar. La vida en el hogar de una familia campesina no supuso ningún cambio. Paulatinamente iba encontrando, día tras día, el calor que llegó a hacerme sentir hasta estos momentos, miembro de una pseudosanguineidad directamente proporcional a aprender cual tierno infante un nuevo idioma, adentrarse en otra cultura habiendo conocido superficialmente la de los orígenes paternos y maternos y, sin embargo, contando con las notables diferencias de una tierra de procedencia y otra de hospedaje, la segunda es hasta día de hoy la más cercana a la definición de hogar. No, no hubo brusquedad en el cambio. 
Paulatinamente, fueron pasando dos, tres meses, y era parte de la cotidianidad descansar en la misma casa que finalmente me acogió.

Haciendo un pequeño inciso en la narración, desearía enfatizar que siendo castellanohablante, puedo empatizar con las lenguas que el mismo imperialismo español ha denostado dentro y fuera de territorio ibérico. Este análisis consta de llegar a sufrir y ser ignorado por falta de conocimiento de la lengua inglesa. Quede claro, por encima de todo, que compartí excepcionales momentos con personas de las que más que aprender, son para mí fuentes de experiencia y llego a decir con orgullo, mentorías políticas. No obstante, he de reconocer que tras cruzarme con otras internacionalistas que desconocían la lengua inglesa, el contraste de sensaciones es paralelo al vivir la poca empatía cuando se hace un trabajo en común y prevalece la comodidad de una lengua extendida que no la solidaridad de hacer entender.
Y sí, en este tipo de comportamientos hay una sintomatología de modales y conductas inherentes en quienes, occidentales, hemos de quitarnos el yugo mental de “salvadores” o “liberadores” del modus vivendi que apreciamos como nocivo, cuando estas prácticas corresponden al fascista interior que debemos eliminar.

Volviendo a la vida rural, alejada de una Ciudad de Gaza empeñada en postmodernizarse o europizarse; fue vivir en primera persona cercanías, uniones e incluso discusiones familiares. Lejos de las cotidianas agresiones israelíes, acudir a funerales de patriarcas y matriarcas del lugar así como entrar a presenciar partos, pasando por ser convidado a múltiples enlaces matrimoniales.

El paso de los meses en incontables tardes y noches aderezadas de té, café y cigarros de contrabando procedentes de Turquía daba paso a llegar al hogar de acogida y que los y las pequeñas de la casa fuesen mis mentores en lengua árabe mientras observaba cómo realizaban sus tareas escolares. Verles despertar y aprovechar los días sin faenar para acompañarles a la escuela y, de hecho: acompañar a quien hoy considero “un hermano”, a una charla con la dirección de la escuela primaria para tratar sobre el comportamiento del segundo de sus hijos sobrepasa lo “anecdótico” a lo puramente “jocoso”.

Entrado 2015 y hasta el día que releo estas líneas previas a enviarlas para publicación, me revuelvo mental y visceralmente preguntándome: ¿Por qué regresé? En efecto, hay parte de esta respuesta que falla en disponer de unos elementos occidentales que deseaba retomar y tomar tranquilidad. Pero no, no hice bien. ¿Me arrepiento a día de hoy? No sé qué (me) ocurrirá mañana, que calado tomará el futuro. No respondo a ello, pero sin tener amistad con las energías ni espiritualidades, me imagino ante un “tablero ouija” formulando esta pregunta y sí, sin llegar a ser rápido ni rotundo, el dedo índice posado sobre el vaso de cristal acuda sin dudas al SÍ.

Si comencé este texto agradeciendo a mi abuela y abuelo, he de mencionar sobre ellos para establecer una similitud en las costumbres humanas y el arraigo. 
Tras su matrimonio y nacimiento de mi padre, marcharon como emigrantes a Madrid. No sin dificultades, su calidad de vida fue a mejor y tras la prejubilación de mi abuelo, los años se sucedían en mayor número de meses de estancia en sus respectivos pueblos de origen. Él y ella, superando los 90 años de vida, deseaban haber pasado al “otro lado de la vida” en sus lugares de nacimiento. No obstante, fueron una enfermedad intestinal y el paso de la COVID los motivos de que éstas sucedieran dentro de un hospital.

Me gusta estar solo. Disfruto horas y días sin mayor contacto humano que saludar a familiares. Traducido desde un reconocimiento que hago desde perspectiva de águila, tras aquellas mencionadas horas de tantísimos meses en que la mente va, vuelve y aparentemente, concilia momentos de concentración y recapacitación: mi arraigo a mi barrio, a mi escuela e instituto; a mí infancia y adolescencia; a mis primeros enamoramientos y decepciones es de una calidad emocional menor al grado de miedos de los momentos de peligro hasta la normalidad y felicidad que se exprimía de los momentos que había una aparente calma.
¿Excepciones? ¡Por supuesto! ¡Muchas y notables!, pero aquí llega el quid de la magia inexplicable a niveles emocionales.

Y ¡No! No quiero decir que todo fuera fácil. Lo fueron, de hecho, pocas cosas, muy pocas.
 No deseo romantizar la militancia y declamar odas a cada persona con la que tuve un contacto desde lo íntimo a lo superficial. 
Tan cierto es que nombrar “amistad”: a menos personas que dedos tiene una mano. Enemigos, nadie… Mas sería cobarde romantizando u obviando lo negativo sin recordar a tres/cuatro personas proclives a no felicitarme un bienestar en materia de estabilidad. 
Por lo tanto y en perspectiva, si soy capaz de acompañar o irme “del infierno a la gloria” con el 0,01% de las personas que conocí, al igual que intentar olvidar a otro 0,01, resta un 99,98% para quien he pasado sin pena ni gloria en sus vidas ni han pasado a la mía con igual resultado.

Romantizar las luchas dignas es un gran paso hacia sus derrotas. Caeríamos en una hipocresía dignataria de mencionar el “meme”, en forma de frase anti-cooperación-ONGísta: <<A quienes vais a África a “ayudar” durante medio mes de vuestras vacaciones y os hacéis una foto con un niño negro del poblado… Cuando alquiláis una casa rural para pasar un fin de semana en mitad de Soria, ¿también os hacéis una foto con algún niño del pueblo?>>.

Nunca será suficiente el agradecimiento que tengo hacia Palestina. Por desgracia, sola y únicamente por la desgracia de la existencia de la entidad ocupante, a la Franja de Gaza. 
Si mi condición y beneficios por posesión de un pasaporte europeo me hace sentir la tremenda impotencia de vivir asediado, ¿qué no trascenderá en los sentimientos de más de dos millones de personas que no pueden reencontrarse con sus localidades de origen?, pese a que les separe una ridícula distancia que, a pie y por mero divertimento o ejercicio, pueda ser efectuada casi diariamente por población de una ciudad mediana.

 ¿Morir allí? Que la lucha internacionalista supone conllevar causas desastrosas, ya lo sabemos. No hablo del modo ni el por qué, sino del mismo planteamiento que como antes menciono, llevó al deseo de que mi abuelo y mi abuela pudieran descansar eternamente en el pueblo que les vio nacer. Naciendo respectivamente 1924 y en 1926: ¿alguien duda que no pasaron hambre o frío?, ¿alguien duda que no vieron muertes y destrucción? ¿alguien duda que no vivieron represión en primera, segunda o tercera persona? Siendo la respuesta, no; sí sé, de corazón, que con las desgracias descritas, fue en esas pequeñas poblaciones donde dejando un lado la formación de su identidad, llegaron a conciliar en sus corazones la palabra “felicidad”. No me cabe ninguna duda. Hambre, frío, destrucción y represión también vieron y sufrieron en el inicio de la década de 1950, cuando llegaron a Madrid. 
Y porque, en esencia: yo/a mí, me corresponde, sin demagogia ni hipocresía, el decir que mi tierra no es ni será Palestina, pero tengo motivos para decir que Palestina sí tiene lo mejor de mí y despreciar, con odio, a quien intenta hacer de ella un vil asunto de tratas. 
Porque, en definitiva: ni Cisjordania, ni los territorios de 1948, ni Gaza están en venta.

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