Dimas
Este país está llamado al esperpento y no lo puede evitar. La realidad hace cada día más necesaria la reivindicación de Valle-Inclán como cronista de los días y las obras. El esperpento en el ruedo ibérico es como un agitado toro de carril que siempre te coge con el babero en la mano. Un descuido y te arrollan los cuernos de la evidencia.
Resulta que tenemos unos grandes almacenes que son un icono del comercio y un fenómeno social por antonomasia, puesto que ellos son quienes deciden y marcan sin discusión la llegada de la primavera y el otoño. Como catedral del Consumo, marcan el calendario de los taparrabos de moda. Suyo es el epifenómeno comercial de las tumultuosas rebajas con cohete de salida. Que son como los encierros en sanfermines; todos los "sapiens" corriendo atropellados y bufando detrás de los estimulantes trapos de Paulov.
Resulta, pues, cosas del destino, coincidencias astrales, devaneos de la güija… que lo peor no es que ese timonel de la Empresa Matriz haya pretendido con denuedo hacer carrera en el erial político enarbolando el paño de Falange Española Independiente. Este ávido ejecutivo comercial fue persistente candidato a las elecciones generales (1996, 2000 y comicios catalanes de 1999). Esa fatiga podría tener su lógica, por alguno de los esoterismos del momento "caralsoriano" o "falgistopus" que vive el país desde 1936.
Eso no es lo peor. Desde el punto de vista simbólico y de destino en lo universal, en un país que mama símbolos inmarcesibles desde el biberón, lo peor es que este hombre de cristiano despacho se llame Dimas. El buen ladrón. Clarividente marketing, vive Dios. Como se sabe, el otro crucificado al alimón en monte Calvario fue Barrabás. Así fue. Qué cruz.
* Director del desaparecido semanario "La Realidad"