Don Quixote en Catalunya

Don Quixote en Catalunya

Óscar Pantoja. LQSomos. Octubre 2017

Mojiganga en Cuatro Escenas

Una adaptación de los Capítulos 60-66 de la Segunda Parte de Don Quijote a la contemporaneidad catalana

DRAMATIS PERSONAE

QUIJOTE……………………………………. CUP
GUINART……………………………………. Puigdemont
ANTONIO MORENO……………………. Junqueras
CABALLERO DE LA BLANCA LUNA Policía
BANDOLEROS…………………………… Mossos
VIRREY……………………………………… Rajoy
ANA FÉLIX………………………………… Ada Colau
SANCHO………………………………….. Narrador
LA CABEZA………………………………. Perogrullo

I ESCENA

[La acción discurre en las cercanías de Barcelona, “entre unas espesas encinas o alcornoques”]

SANCHO. Yendo hacia Barcelona para participar en el torneo de la Revolución, nos tomó la noche entre unas espesas encinas o alcornoques. Amo y mozo nos apeamos de nuestras bestias y, acomodándonos en los troncos de los árboles, servidor entró de rondón por las puertas del sueño. Pero don Quijote, a quien desvelaban sus imaginaciones mucho más que la hambre, no podía pegar sus ojos.

QUIJOTE. Si nudo gordiano cortó el Magno Alejandro, diciendo: ‘‘Tanto monta cortar como desatar’’, y no por eso dejó de ser emperador, lo mismo podría suceder ahora si Catalunya cortara con Madrid… Si la condición de esta Revolución está en que Sancho reciba los tres mil azotes, ¿qué más me da que se los dé él o que se los dé otro, pues la sustancia está en que él los reciba?

SANCHO. Y sucedió que, para escapar a los azotes que me quería propinar mi amo, descansé inadvertidamente bajo los árboles de los ahorcados. Yendo a arrimarme a un otro árbol, sentí que me tocaban en la cabeza y, alzando las manos, topé con dos pies de persona, con zapatos y calzas. Temblé de miedo. Llamé a don Quijote y le dije que aquellos árboles estaban llenos de pies y de piernas humanas. Los tentó don Quijote, cayó en la cuenta y me dijo:

QUIJOTE. No tienes de qué tener miedo porque estos pies y piernas que tientas y no ves, son de algunos revolucionarios, forajidos y bandoleros, que en estos árboles están ahorcados. Que por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta. Por lo que entiendo que debemos estar cerca de Barcelona.

SANCHO. Ya amanecía y, si los muertos nos habían espantado, no menos nos atribularon más de cuarenta bandoleros vivos que de improviso nos rodearon, diciéndonos en lengua catalana que nos detuviésemos hasta que llegase su capitán.

QUIJOTE. Estoy a merced de unos salteadores de caminos. Me han pillado a pie, con la Revolución frenada, mis pasquines arrimados a un árbol, sin defensa alguna. Por ello, entiendo que debo inclinar la cabeza, guardándome para mejor sazón y coyuntura.

SANCHO. En estas llegó su capitán, mozo de treinta y cuatro años, robusto, más que de mediana proporción, de mirar grave y color morena. Venía sobre un poderoso caballo, vestida la acerada cota y con cuatro pistoletes.

GUINART. No estéis tan triste, buen hombre, porque no habéis caído en las manos de algún cruel gobernante madrileño, sino en las del catalán Roque Guinart, que tienen más de compasivas que de rigurosas.

QUIJOTE. No es mi tristeza haber caído en tu poder, ¡oh valeroso Roque, cuya fama no tiene límites en la tierra!, sino por haber sido tal mi descuido que me hayan cogido tus soldados sin mis pasquines, estando yo obligado, a vivir en continua alerta, siendo a todas horas centinela de mí mismo. Porque te hago saber, ¡oh gran Roque!, que si me hallaran sobre mi asamblea, con mi palabra y con mi ideología, no les fuera muy fácil rendirme, porque yo soy de la Candidatura de Unidad Popular, aquella que de sus hazañas tiene lleno el orbe.

GUINART. Valeroso caballero, no tengáis por siniestra fortuna ésta en que os halláis, que podía ser que en estos tropiezos vuestra torcida suerte se enderezase. Que el cielo, por extraños rodeos, suele levantar los caídos y enriquecer los pobres.

SANCHO. Presenciamos un reparto de botín: Guinart mandó traer todos los vestidos, joyas, y dineros y todo aquello que últimamente habían robado; y, haciendo brevemente el tanteo -bastante más del 3%-, lo repartió por toda su compañía, con tanta legalidad y prudencia que no pasó un punto ni defraudó nada de la justicia distributiva. Hecho esto, con lo cual todos quedaron contentos, satisfechos y pagados, dijo Roque a don Quijote:

GUINART. Si no se guardase esta puntualidad con éstos, no se podría vivir con ellos.

SANCHO. Según lo que aquí he visto, es tan buena la Justicia que es necesaria aun entre los mismos ladrones.

BANDOLERO. ¡Con el mocho de este arcabuz te voy a abrir la cabeza, picapleitos! [es frenado por Guinart]

GUINART. [intimando con Quijote] Nueva manera de vida le debe de parecer la nuestra al señor don Quijote, siempre metidos en peligrosas aventuras. Le confieso que no hay modo de vivir más sobresaltado que el nuestro. A mí me han puesto en él no sé qué deseos de venganza; yo, de mi natural, soy compasivo y bien intencionado; pero, el querer vengarme de un agravio que se me hizo, da con mis buenas inclinaciones en tierra. Persevero en este estado y, como un abismo llama a otro, se han eslabonado las venganzas de manera que no sólo las mías sino también las ajenas tomo a mi cargo. Pero Catalunya sabe que, aunque me veo en la mitad del laberinto de mis confusiones, no pierdo la esperanza de salir de él a puerto seguro.

QUIJOTE. Señor Roque, el principio de la salud está en conocer la enfermedad. Vuesa merced está enferma y conoce sus dolencias entre la nación y la revolución. El Gran Poder, que velis nolis es nuestro médico, le aplicará medicinas que suelen sanar poco a poco y no por milagro. Además, los pecadores sabios están más cerca de curarse que los simples y, puesto que vuestra merced se ha mostrado razonable y prudente, estoy seguro de que mejorará de la enfermedad de su conciencia.

SANCHO. En esto, los vigías ven que se aproxima una comitiva. Inmediatamente es asaltada por la tropa de Guinart. Además de unos caballeros y unos peregrinos y varios mozos de mulas, también viaja en coche doña Guiomar, una señorona muy principal, acompañada por un pelotón de mossos que protegen un tesoro de unos 600.000 euros. Tras vaciar las faltriqueras de todos, calculan que el botín era muy cuantioso. Lo exponen en la tierra y todos, vencedores y vencidos, guardan silencio esperando a que hable el gran Roque Guinart.

GUINART. De modo que ya tenemos aquí 900.000 euros y 60 maravedises; mis bandoleros mossos deben de ser hasta sesenta; mírese cuánto le toca a cada uno, porque yo soy mal contador.

BANDOLEROS. ¡Viva Roque Guinart muchos años, a pesar de los lladres que su perdición procuran!

GUINART. Vuesas mercedes, señores oficiales de los Mossos, por cortesía sean servidos de prestarme 60.000 euros para contentar a esta escuadra que me acompaña, porque el abad, de lo que canta yanta, y luego se pueden ir libremente con un salvoconducto que yo les daré. Porque no quiero agraviar a mossos ni a mujer alguna, especialmente a las que son principales.

BANDOLERO [en un susurro] Este nuestro capitán más es para fraile que para bandolero; si de aquí adelante quisiere mostrarse liberal, séalo con su hacienda y no con la nuestra.

GUINART. [alcanza a oírle y, echando mano a la espada, le abre la cabeza casi en dos partes, diciéndole] Desta manera castigo yo a los deslenguados y atrevidos.

SANCHO. Apartóse Roque y escribió una carta a un su amigo de Barcelona, dándole aviso que estaba con el famoso don Quijote de la Candidatura de Unidad Popular, la CUP.

GUINART. Estimat Antonio: estoy con Quijote que es el más gracioso y el más entendido hombre del mundo. Dentro de cuatro días, le llevaré hasta la playa de tu ciudad, armado con todos sus pasquines, cabalgando sobre la Revolución Rocinante. Le acompaña su cronista Sancho sobre un asno. Da noticias de esto a nuestros amigos los Niarros, para que con él se solacen. Y no digas nada a nuestros enemigos, los madrileños del gobierno Cadell.

SANCHO. Tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque Guinart y, si estuviera trescientos años, no le faltara qué admirar en el modo de su vida: aquí amanecían, acullá comían; unas veces huían sin saber de quién y otras esperaban, sin saber a quién. Dormían en pie, interrumpiendo el sueño, mudándose de un lugar a otro. Todo era poner espías, escuchar centinelas, soplar las cuerdas de los arcabuces.

VIRREY [desde las sombras] Tengo difícil atrapar a Roque. Sé que pasa las noches apartado de los suyos, en partes y lugares donde nadie puede saber dónde está. Porque los muchos bandos que le he echado le traen inquieto y temeroso. No osa fiar de ninguno, temiendo que los mismos suyos, o le han de matar, o entregar a mi Justicia. Por cierto que lleva una vida miserable y enfadosa.

II ESCENA

[La acción discurre en Barcelona, en la playa, en la calle y en la casa de Antonio Moreno]

SANCHO. ¡Llegamos a Barcelona! En los barcos de Nuestro Señor Piolín sonaban clarines, trompetas y chirimías que llenaban el aire de belicosos acentos. Por las sosegadas aguas, comenzaron a cuadrarse en modo de escaramuza. Al mismo tiempo, eran respondidos por infinitos caballeros que salían de la ciudad sobre hermosos caballos y con vistosas libreas. Los soldados del Príncipe Piolín disparaban infinita artillería. Los caballeros que resistían en los bastiones de Barcelona disparaban sus livianos arcabuces. Les respondían los cañones de crujía de los barcos que con espantoso estruendo rompían los vientos. El mar alegre, la tierra jocunda, el aire turbio del humo de la artillería, parece que iba infundiendo y engendrando gusto súbito en todas las gentes.

En esto, llegaron corriendo, con grita y algazara, los caballeros barceloneses adonde estaba don Quijote, suspenso y atónito. Y uno dellos, que era el amigo de Roque Guinart, dijo en voz alta:

ANTONIO MORENO. Bienvenido sea a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de la Revolución catalana. Bienvenido sea, digo, el valeroso don Quijote, no el apócrifo que en falsas historias nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Francisco Ferrer, flor de los historiadores. Vuesa merced se venga con nosotros, que todos somos sus servidores y grandes amigos de Roque Guinart.

QUIJOTE. Si cortesías engendran cortesías, la vuestra, señor caballero, es hija o parienta muy cercana de las del gran Roque. Llevadme do quisieres, que yo no tendré otra voluntad que la vuestra, y más si la queréis ocupar en vuestro servicio.

SANCHO. Antonio Moreno, era un caballero rico y discreto y amigo de holgarse a lo honesto y afable. Lo primero que hizo cuando nos llevó a su casa fue desarmar a don Quijote y sacarle a vistas con aquel su estrecho y amarillento vestido a un balcón que salía a una calle de las más principales de la ciudad, a vista de las gentes y de los muchachos, que como a mona le miraban. Y yo estaba contentísimo, por parecerme que se había hallado, sin saber cómo ni cómo no, otras bodas de Camacho.

Comimos aquel día con don Antonio y algunos de sus amigos, honrando todos y tratando a don
Quijote como revolucionario, de lo cual, hueco y pomposo, no cabía en sí de contento. Mis donaires fueron tantos, que de mi boca andaban colgados todos los criados de casa. Estando a la mesa, me dijo don Antonio:

ANTONIO MORENO. Acá tenemos noticia, buen Sancho, que sois tan amigo de manjar blanco y de albondiguillas, que, si os sobran, las guardáis en el seno para el otro día.

SANCHO. No, señor, no es así, porque tengo más de limpio que de goloso; con un puñado de bellotas o de nueces, mi señor y yo solemos pasar ocho días. Verdad es que si me dan la vaquilla, corro con la soguilla. Quiero decir que como lo que me dan.

QUIJOTE. Por cierto que la parsimonia con que Sancho come se puede escribir y grabar en láminas de bronce. Verdad es que, cuando tiene hambre, parece algo tragón porque come apriesa y masca a dos carrillos. Pero la limpieza siempre la tiene en su punto y, en el tiempo que fue gobernador, aprendió a comer a lo melindroso; tanto, que comía con tenedor las uvas y aun los granos de la granada.

ANTONIO MORENO. ¡Cómo! ¿Gobernador ha sido Sancho?

SANCHO. Sí, y de una ínsula llamada la Barataria. Diez días la goberné a pedir de boca; en ellos perdí el sosiego, y aprendí a despreciar todos los gobiernos del mundo.

Y aquella tarde sacaron a pasear a don Quijote, no armado, sino de rúa, vestido una bandera estelada. Ordenaron a sus criados que me entretuviesen para no dejarme salir de casa. Iba don Quijote, no cabalgando sobre la Revolución sino sobre un gran tractor muy bien aderezado. Pusiéronle la estelada y en las espaldas, sin que lo viese, le cosieron un pergamino, donde le escribieron con letras grandes: Ésta es La Revolución. En comenzando el paseo, el rótulo se llevaba los ojos de cuantos leían: Éste es la revolución de don Quijote. Admirábase don Quijote de ver que cuantos le miraban le nombraban y conocían; y, volviéndose a don Antonio le dijo:

QUIJOTE. Grande es la prerrogativa que encierra en sí la Revolución andante pues hace famoso al que la profesa; mire vuesa merced que hasta los muchachos de esta ciudad, sin nunca haberme visto, me conocen.

BANDOLERO [es castellano, lee el rótulo de las espaldas y grita] ¡Válgate el diablo, don Quijote! ¿Cómo has llegado hasta aquí, sin haberte muerto los infinitos palos que tienes a cuestas? Tú eres loco y si lo fueras a solas, fuera menos mal; pero tienes propiedad de volver locos a cuantos te tratan; si no, mírenlo por estos señores que te acompañan. Vuélvete, mentecato, a tu casa y mira por tu hacienda y déjate de estas vaciedades que te carcomen el seso y te desnatan el entendimiento.

ANTONIO MORENO. Hermano, no deis consejos a quien no os los pide. Don Quijote es muy cuerdo, y nosotros que le acompañamos, no somos necios; la virtud se ha de honrar dondequiera que se hallare. Andad en hora mala y no os metáis donde no os llaman.

BANDOLERO. Pardiez, vuesa merced tiene razón, que aconsejar a este buen hombre es dar coces contra el aguijón; pero me da muy gran lástima que el buen ingenio que dicen que tiene en todas las cosas este mentecato se le desagüe por la canal de su independencia.

SANCHO. Llegó la noche, volviéronse a casa; hubo sarao de damas, porque la mujer de don Antonio, que era una señora principal hermosa y discreta, convidó a otras sus amigas a que viniesen a honrar a su huésped y a gustar de sus nunca vistas locuras independentistas. Entre las damas había dos de gusto pícaro y burlonas, y, con ser muy honestas, eran algo descompuestas. Éstas se dieron tanta priesa en sacar a danzar a don Quijote que le molieron, no sólo el cuerpo sino también el ánima.

Yo le dije a mi amo: ¡Enhorabuena, señor, lo habéis bailado! ¿Pensáis que todos los valientes son danzadores y todos los indepes bailarines? Si lo pensáis, estáis engañado. Hombre hay que se atreverá a matar a un gigante antes que hacer una cabriola. Si tuvieras que zapatear, yo supliera vuestra falta, que zapateo como un gerifalte; pero en lo del danzar, no doy puntada.

Días después, desde el castillo de Monjuí, divisaron a un bajel pirata. Zarpó enseguida la marina catalana y apresó a la galera mahomética. Avisaron al Virrey para que presenciara el ahorcamiento de su tripulación pero, antes de aprestar la entena, le presentaron al capitán, que ya tenía el cordel en la garganta:

BANDOLERO. Este mancebo, señor Virrey, que aquí ves es el arráez pirata, verdaderamente uno de los más bellos y gallardos mozos que pudiera pintar la humana imaginación.

VIRREY. Enseguida lo he visto tan hermoso y tan gallardo, y tan humilde, que, en este mismo instante su hermosura me conmina a excusarle su muerte. Por eso te pregunto: dime, arráez, ¿eres turco de nación, o moro, o renegado?

ANA FÉLIX. [en castellano] Ni soy turco de nación, ni moro, ni renegado sino mujer cristiana. Nací de moriscos padres engendrada. Fui llevada a Berbería, sin que me aprovechase decir que era cristiana. Me crié con buenas costumbres republicanas y nunca di señales de ser centralista ni, menos, españolista. Al paso de estas virtudes, creció mi rebeldía y, aunque mi recato y mi encerramiento fue mucho, me vi con una manceba de nombre Barça a quien ahora debo toda mi solicitud. Cómo me vio ella, cómo nos hablamos, cómo se vio perdida por mí y cómo yo muy ganada por ella, sería largo de contar.

VIRREY. [mirando con concupiscencia al efebo transformado en doncella lesbiana] ¿Mujer y cristiana, y en tal traje y en tales pasos? Más es para admirarte que para creerte. Ahora mismo te quito con mis propias manos el cordel que liga las tuyas, hermosa mora. Ahora tengo que volver a palacio pero a don Antonio le encargo que lleve a su casa a la morisca y que, en mi nombre, la regale y acaricie que de mi casa ofrezco cuanto hubiera de regalo para ella. Tanta ha sido la benevolencia y la caridad que la hermosura de Ana Félix ha infundido en mi pecho que ya estoy pensando en visitarla.

III ESCENA

[La acción discurre en la casa de Antonio Moreno, en un mesón y en la playa de Barcelona]

SANCHO. Con el Virrey absorto en el agasajo a la morisca, morisco o cristiana, don Antonio nos llevó a una cámara donde guardaba una cabeza de madera y jaspe que, según él, tiene la virtud de responder a cuantas cosas le preguntaren. El primero que preguntó fue el mismo don Antonio, y díjole en voz sumisa, pero entendida por todos:

ANTONIO MORENO. Dime, cabeza, por la virtud que en ti se encierra: ¿qué pensamientos tengo yo ahora?

LA CABEZA. [le responde sin mover los labios, con voz clara y entendida por todos:] Yo no juzgo de pensamientos.

SANCHO. Luego llegaron unas señoras que querían saber cómo conservar sus bellezas y las aconsejó que mejor guardaran su honestidad y luego llegó un amigo de don Antonio, y preguntóle: ¿Quién soy yo? Y fuele respondido:

LA CABEZA. Tú lo sabes. Tú eres el que eres como yo soy el que soy.

SANCHO. Yo fui el último en acercarme. Esta fue mi pregunta: ¿Por ventura, cabeza, tendré otro gobierno? ¿Saldré de la estrechez de escudero? ¿Volveré a ver a mi mujer y a mis hijos?… Aunque aborrezca ser Gobernador, todavía deseo volver a mandar y ser obedecido; que esta mala ventura trae consigo el mando, aunque sea de burlas. No me contestó de lo que colijo que los magos son cofradía de Perogrullo.

ANA FÉLIX. Sancho, no te lamentes por ninguna Gobernación no fuera a sucederte lo que al Virrey que, enamorado de mi belleza tanto como de mi discreción, porque en lo uno y en lo otro soy extremada cual morisca, sin esperanza quiere cortejarme como quiere toda la gente de la ciudad que viene a verme como a campana tañida.

SANCHO. Razón tienes, encarecida morisca. Y así seguíamos en Barcelona, haciendo la revolución, hasta que una aciaga mañana, saliendo don Quijote a pasearse por la playa armado de todas sus armas, vio venir hacía él un caballero, armado asimismo de punta en blanco, que en el escudo traía pintada una luna resplandeciente; el cual, allegándose, en altas voces se dirigió a don Quijote:

CABALLERO DE LA BLANCA LUNA [es el bachiller Sansón Carrasco, antes el Caballero de los Espejos] Insigne caballero y siempre alabado don Quijote: yo soy el Caballero de la Blanca Luna, cuyas inauditas hazañas quizá recuerdes. Vengo a contender contigo y a probar la fuerza de tus brazos. Si yo te venciere, solo quiero una satisfacción: que, dejando los pasquines y las asambleas y absteniéndote de buscar aventurosas independencias, vayas al destierro por un año. Será lo mejor para el aumento de tu hacienda y la salvación de tu alma.

QUIJOTE. Acepto el reto. Tomad la parte del campo que quisieres, que yo haré lo mismo, y a quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga.

SANCHO. El Virrey, que desde la captura de la morisca cristiana no se separaba de don Antonio Moreno, salió a la playa con don Antonio y con otros muchos caballeros que le acompañaban, a tiempo cuando don Quijote volvía las riendas a la Revolución Rocinante para tomar del campo lo necesario.

VIRREY. [dirigiéndose en un susurro a Antonio Moreno] ¿Por qué no trajiste a Ana Félix? ¿Vuesa merced sabe quién es el tal Caballero de la Blanca Luna?, ¿es alguna burla que quieren hacer a don Quijote?

ANTONIO MORENO. [susurrando] Las ansias tienen su tiempo, querido Virrey. [en voz normal] No sé quién es ni tampoco si el desafío es de burlas o de veras.

VIRREY. [permitiendo el duelo singular] Señores caballeros, si aquí no hay otro remedio sino confesar o morir, y el señor don Quijote está en sus trece y vuesa merced el de la Blanca Luna en sus catorce, a la mano de Dios, y dense.

SANCHO. El Caballero de la Blanca Luna, levantó su lanza pero aun así venció dando a don Quijote por el suelo en una peligrosa caída. Fue luego sobre él, y, poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:

CABALLERO DE LA BLANCA LUNA. Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.

QUIJOTE. [molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma] La Revolución es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado revolucionario de la tierra, y no está bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida pues ya me has quitado la honra.

CABALLERO DE LA BLANCA LUNA. Eso no haré yo. Viva en su entereza la hermosura de la Revolución, que sólo me contento con que el gran don Quijote se retire al destierro un año, o hasta el tiempo que por mí le fuere mandado, como concertamos antes de entrar en este referéndum y en esta batalla.

QUIJOTE. Como no se me pide cosa que fuese en perjuicio de la Revolución, cumpliré como militante revolucionario, puntual y verdadero.

SANCHO. Hecha esta confesión, volvió las riendas el de la Blanca Luna, y, haciendo mesura con la cabeza al Virrey, a medio galope se entró en la ciudad. Yo veía a mi señor rendido y obligado al destierro y a no tomar conspiraciones en un año; yo imaginaba la luz de la gloria de sus hazañas escurecida y las esperanzas de sus nuevas promesas deshechas, como se deshace el humo con el viento.

VIRREY. Don Antonio, andad detrás de él y averiguad quién es y, sobre todo, si tiene relación con Ana Félix porque los enredos son muchos y no conviene a mi autoridad dilatarlos.

CABALLERO DE LA BLANCA LUNA. [Antonio Moreno le ha seguido hasta su mesón] Bien sé, señor don Antonio a lo que venís, que es a saber quién soy. Sabed, señor, que a mí me llaman el comisario Sansón Carrasco; soy del mesmo lugar de don Quijote, por cuya locura revolucionaria le tenemos miedo todos cuantos le conocemos. Hace tiempo, disfrazado yo como Caballero del Pentotal y de las Esposas, le apresé pero se me escapó sin decir palabra verdadera. Yo me volví mustio y corrido pero, como buen comisario, no se me quitó el deseo de volver a apresarle. Os suplico que no me descubráis ni le digáis a don Quijote quién soy para que tengan efecto mis artimañas policiales.

ANTONIO MORENO. ¡Oh señor, Dios os perdone el agravio que habéis hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso revolucionario que hay en él! ¿No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la prudencia de don Quijote a igualarse con el gusto que nos prestan sus desvaríos independentistas? Si no fuese contra caridad, diría que nunca sane don Quijote, porque con su revolución, no solamente perdemos sus manifestaciones y alborotos, sino las ocurrencias de Sancho Panza que cualquiera dellas puede volver a alegrar a la misma melancolía. Con todo esto, callaré y no diré nada.

SANCHO. Volvamos al escenario de la derrota de don Quijote: Mi señor, volvámonos al destierro, a nuestra reclusión y dejémonos de andar buscando revoluciones. Yo soy aquí el más perdidoso, aunque vuesa merced es el peor parado. Yo, que dejé al mismo tiempo el gobierno y los deseos de volver a ser gobernador, no dejé la gana de ser conde, añoranza que jamás tendrá efecto si vuesa merced deja de ser rey. Mis esperanzas vuelven a volverse humo.

QUIJOTE. Calla, Sancho, pues ves que mi destierro sólo durará un año. Luego volveré a mis honrados ejercicios y no me faltará soberanía que gane y algún ministerio que darte.

SANCHO. Dios le oiga y el pecado sea sordo, que siempre he oído decir que más vale buena esperanza que ruin posesión.

Contó don Antonio al Virrey todo lo que Carrasco le había contado. El Virrey tuvo un gran disgusto porque en el destierro de don Quijote se perdía el placer que podían tener todos aquellos que de sus locuras tuviesen noticia.

VIRREY. Más que por el destierro de don Quijote, estoy muy disgustado porque mi soñada Ana Félix, la morisca morisco, se ha encontrado con su enamorada Barça y la ha recibido públicamente con honestidad. No se abrazaron porque donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura. El silencio fue allí el que habló por los dos amantes, y los ojos fueron las lenguas que descubrieron sus alegres y honestos pensamientos. Y yo perdí toda esperanza.

IV ESCENA

[La acción discurre en la playa y en los alrededores de Barcelona]

SANCHO. Partimos los dos, don Quijote desarmado y de camino, y servidor a pie, por ir mi rucio cargado con los libros y los pasquines. Hecho el amor y no la guerra, les fue a despedir Ana Félix, más acometedora de peligros que Felixmarte de Hircania.

ANA FÉLIX. Si nuestra poca culpa y sus lágrimas y las mías, por la integridad de vuestra justicia, señor Virrey, pueden abrir puertas a la misericordia, usadla con estos, que jamás tuvieron pensamiento de ofenderos y que injustamente han sido desterrados.

VIRREY. [no contesta; despechado, hace mutis por el foro]

SANCHO. Al salir de Barcelona hacia el destierro, volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído, y dijo:

QUIJOTE. ¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se escurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse!

SANCHO. Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades; y esto lo juzgo por mí mismo, que si cuando era Gobernador estaba alegre, ahora que soy narrador de a pie, no estoy triste. Porque este que llaman Fortuna es un dios borracho y antojadizo y, sobre todo, ciego: No ve lo que hace, ni sabe a quién derriba, ni a quién ensalza.

QUIJOTE. Muy filósofo estás, Sancho, no sé quién te enseña. No hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden vienen por casualidad sino por providencia del Gran Poder. De ahí que cada uno es artífice de su ventura. Yo lo he sido de la mía pero no con la prudencia necesaria.

SANCHO. No me gusta caminar a pie, no es gustoso para hacer grandes jornadas.

QUIJOTE. Camina, amigo Sancho, que vamos a tener en el destierro un año de cárcel y noviciado. Pero, en ese encerramiento cobraremos virtud nueva para volver al nunca de mí olvidado ejercicio de las asambleas y de las independencias.

SANCHO. Señor, repito, no es cosa gustosa caminar a pie hacia el destierro y la cárcel. Dejemos estos pasquines colgados de algún árbol, en el lugar de algún antepasado revolucionario que fue ahorcado, y, ocupando yo las espaldas del rucio, levantados los pies del suelo, haremos las jornadas como vuestra merced las midiere.

QUIJOTE. [con segundas intenciones] Bien has dicho, Sancho. Pero, ¿Qué se cuelguen mis pasquines por trofeo?

SANCHO. Eso me parece de perlas y, si no fuera por la falta que para el camino nos había de hacer la Revolución, también fuera bien dejarla colgada.

QUIJOTE. ¡Pues ni la Revolución ni los pasquines quiero que se ahorquen!, ¡que no se diga que a buen servicio, mal galardón!

SANCHO. [retrocediendo] Muy bien dice vuestra merced porque la culpa del asno no se ha de echar a la albarda. Y pues de este suceso vuestra merced tiene la culpa, castíguese a sí mismo, y no revienten sus iras por las ya rotas y sangrientas asambleas, ni por las mansedumbres de la Revolución, ni por la blandura de mis pies, queriendo que caminen más de lo justo.

En estas razones y pláticas se les pasó todo aquel día, y aun otros muchos, sin sucederles cosa que estorbase su camino excepto las abismales cogitaciones de don Quijote.

QUIJOTE. Si muchos pensamientos me fatigaban antes de ser detenido, muchos más me fatigaron después de caído. A la sombra de un árbol descansaba y allí, como moscas a la miel, me picaban sospechas: ¿habré sido traicionado por Roque Guinart y por don Antonio Moreno?, ¿llevarán Ana Félix y Barça vida clandestina?, ¿qué vida he de llevar yo en mi destierro?, ¿también vida clandestina?

SANCHO. ¡Cuerpo de mí!, señor, ¿está vuesa merced ahora en términos de inquirir pensamientos ajenos, especialmente amorosos?

QUIJOTE. Mucha diferencia hay de las obras que se hacen por amor a las que se hacen por agradecimiento. Bien puede ser que un revolucionario sea desamorado, pero no puede ser desagradecido. Quísome bien la Revolución; lloró en mi partida, quejóse públicamente, señales todas de que me adoraba. Pero las iras de los amantes suelen parar en maldiciones. Yo no tuve esperanzas que darle porque las mías las tengo entregadas a la Gran Revolución y los tesoros de los revolucionarios son, como los de los duendes, de gran largura y engañosos a primera vista.

SANCHO. Yo no creo que los dolores de mi expulsión de Barcelona tengan que ver con los desencantos de la Revolución. Es como si dijésemos: “Si os duele la cabeza, untaos las rodillas”. Como poco, yo juraré que en cuantas historias de revolucionarios que vuesa merced me ha leído, no he visto ningún desencantado por azotes.

QUIJOTE. Cierto. Ahora querría, ¡oh Sancho!, que nos convirtiésemos en pastores, siquiera el tiempo que tengo de estar desterrado. Yo compraré algunas ovejas y llamándome yo el pastor Quijotiz, y tú el pastor Pancino, nos andaremos por los montes, cantando aquí, endechando allí, bebiendo de los líquidos cristales de las fuentes o de los caudalosos ríos.

SANCHO. Pardiez, que me ha cuadrado tal género de vida. Y otros muchos la han de querer seguir y hacerse pastores con nosotros; y aun quizá quisiera el cura de entrar también en el aprisco –Dios no lo permita-, según es amigo de holgarse.

QUIJOTE. ¡Válgame Dios y qué vida nos hemos de dar, Sancho amigo! ¡Qué de churumbelas han de llegar a nuestros oídos, qué de gaitas zamoranas, qué tamborines, y qué de sonajas, y qué de rabeles!

SANCHO. [mientras se encaminan lentamente hacia las bambalinas] Finalmente y sin tanta música celestial, querría que vuestra merced me dijese por qué los españoles, cuando quieren dar alguna batalla, invocan aquel San Diego Matamoros: “¡Santiago, y cierra, España!” ¿Está por ventura España abierta, y de modo que es menester cerrarla o qué ceremonia es ésta?

QUIJOTE. [no responde, hace mutis por el foro]

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