El 25 de marzo y la sordera de los políticos
El 25 de marzo miles de personas, y también de perros disfrutando de un paseo ajenos a su condición de desdichados protagonistas, salieron a las calles de numerosas ciudades españolas con un propósito: exigir de la administración correspondiente un endurecimiento del Código Penal en casos de maltrato animal. Y lo de “endurecer” no arrostra reminiscencias totalitaristas sino el clamor de una justicia tan necesaria como negada por sus redactores. Lo hace cuando sabemos que un individuo como el que días atrás ató, golpeó brutalmente e intento enterrar vivo a su can llamado Goliat en Portugalete, recibirá una sanción máxima de unos 1500 euros, no pisará la cárcel y al parecer continuará teniendo perros. Lo hace cuando el “Matagatos de Talavera” no fue condenado ni a una miserable multa. Lo hace cuando en España es mucho más barato ensañarse con un animal hasta matarlo que robar ropa y bebida en una Escuela de Tauromaquia. Tal vez la existencia del emplazamiento escogido por este ladrón para la comisión de una apropiación indebida que le supondrá tres años en una celda, indique en buena medida los valores que imperan en nuestros gobernantes: si la brutalidad con seres de otras especies se encuentra amparada desde el Ministerio de Educación y Cultura, resulta bastante utópico esperar que el de Justicia haga honor a su nombre.
El 25 de marzo el hastío y el asco ante la laxitud legal frente a individuos que muestran tales conductas violentas quedaron patentes en esas manifestaciones. Pero, cumplidos los actos y más allá de la vigilancia de las autoridades durante los mismos para que no se pusiera un pie fuera del recorrido permitido, ¿algún político se ha dignado en hacer la menor declaración al respecto aunque sólo sea para que nos conste que tuvieron conocimiento de la protesta? Es fácil recordar a varios de ellos en campaña realizándose la fotografía con el cachorro de algún refugio en sus brazos, intentando con ese complemento en el guión al “besar al niño” y “visitar una obra con el casco enfundado”, recabar el voto de los ciudadanos que están hartos de la indefensión de estas víctimas. Pero después, cuando toca demostrar de forma fehaciente esa preocupación el desprecio viene a ocupar lo que no era más que una cínica pose estudiada con fines electoralistas.
El 25 de marzo fue pródigo en comparecencias de candidatos y portavoces de partidos acerca de los comicios en Andalucía y en Asturias. Gratitudes fingidas hacia todos los electores, discursos triunfalistas, panegíricos de la democracia y juramentos de servicio público. Una maldita farsa al fin cargada de cinismo y de desprecio, entre otras razones al ignorar de forma consciente una reivindicación colectiva que no obedece al afán de medrar personalmente, sino a la búsqueda de una legislación adecuada a una realidad que además de dejar en este País cada año miles de criaturas muertas o con graves secuelas físicas y psíquicas, es en no pocos casos el paso previo antes de ejercer la violencia sobre miembros de nuestra especie.
El 25 de marzo se demostró, una vez más, que la mayor parte de los políticos, hay excepciones que es justo reconocer, son una caterva de hipócritas carentes del valor y la ética que tratan de aparentar. Además de unos profundos imbéciles, porque no entienden que aunque sólo sea por una cuestión de proximidad, en una Nación donde el maltrato de animales constituye un deporte protegido, los perros sobre todo y algo menos los gatos, gozan de un poco más de empatía por parte de los humanos que otras criaturas. No comprenden que si no es por sensibilidad tendría que responder a su interés de políticos ávidos de apoyo en las urnas, pero que la prisión efectiva para aquellos que torturan y matan a un ser vivo es la única respuesta posible para acabar con la impunidad de delincuentes que se arrastran por el más cobarde de los crímenes: el que escoge como objetivos a quienes carecen de toda capacidad de defensa. No veo diferencia entre aquel maltrata a un niño o a un perro. Nuestros legisladores parece que sí la aprecian hasta el punto que el segundo merece para ellos la libertad porque la víctima en vez de hablar, ladra.