El arroz en la vida y el territorio
Luego del desplazamiento de 1996, 1997, 1998, 1999, 2001, 2003 y ahora en 2011, por la violencia paramilitar los afrodescendientes de Curvaradó, Jiguamiandó y Cacarica en Colombia, han desarrollado múltiples formas de promoción de la vida campesina y la salvaguarda de sus usos y costumbres.
Amparados bajo el principio de distinción de la población civil en medio del conflicto armado se han fortalecido las Zonas Humanitarias, pero basados también en el derecho a la alimentación, a la reconstrucción de ecosistemas y la protección ambiental constituyeron las Zonas de Biodiversidad , mecanismos para hacerle frente a la presión constante de los invasores de los territorios. Estos, llamados en el derecho, ocupantes de mala fe, bajo el desarrollo de estrategia paramilitares apoyadas por empresarios con medios fraudulentos han fomentando la ganadería extensiva, la promoción de cultivos de uso ilícito, la explotación de recursos naturales, la tala indiscriminada de árboles y el control económico asociado a los cultivos agroempresariales de plátano, yuca o palma aceitera Así, las formas de afirmación de sus derechos, su habitación en el teerritorio al que regresaron atraviesan por la salvaguarda de las relaciones culturales rurales en las cotidianidad del preparar la tierra, de sembrarla, de cosecharla y de compartir la mesa.
El arroz es sustancia, es complemento, es parte de la vitalidad, anima el presente y arraiga.
Con los cánticos de los gallos que celebran el nuevo día, y luego del café amorosamente preparado, salen en la mañana los hombres al “monte”, a sus áreas de cultivo dentro de las Zonas de Biodiversidad. Son cuatro meses en una rutina creativa, en este tiempo que tarda el arroz para estar en el punto perfecto para ser cosechado, pasa la vida, la guerra, el amor, la exigencia. Al final de estos meses se toma la semilla de acuerdo a la variedad “forastera” o “nativa”, se selecciona para protegerla.
Los cultivos se trabajan bajo la costumbre de las comunidades negras que permite que la tierra se regenere en un proceso natural y no se degraden los suelos con cultivos sobre cultivos en las mismas áreas. De esta manera se van rotando las zonas de trabajo después de cada cosecha. Dentro del manejo del cultivo, algunos días hay que “pajarear”, evitando que los Yolopos, aves pequeñas de tonos oscuros que vuelan en manadas consuman todo el cultivo, y otros días, de gran satisfacción se sale a recoger el alimento base de encuentro familiar y comunitario.
Para la cosecha, que se cultiva bajo el sol intenso en estas tierras húmedas, se van juntando el arroz espiga por espiga hasta completar los “puños” que luego de ser trillado van a pesar tener entre 7 y 10 libras.
El arroz se recopila, hasta por periodos de dos años, colgando los puños bajo los techos de las casas de madera hasta el momento de ser necesario para su consumo. Para disfrutar de este sabor campesino, las espigas se sueltan del puño y se ponen al sol durante 2 o 3 días esquivando las lluvias repentinas; el arroz se va cristalizando y en esta relación de conocimiento de la naturaleza se va volviendo alimento.
En la trilla del arroz las mujeres y los más jóvenes de las familias se relacionan con el “pilón” de madera que se obtiene se de árboles como el Caracolí, en un proceso que combina la fuerza y la precisión en el golpe para sacar la cascarilla que lo envuelve.
Otras veces el trabajo del pilón se sustituye en las comunidades por la trilladora mecánica que se ha obtenido fruto de su organización. Esta herramienta ha permitido acelerar el proceso para ir proyectando alternativas productivas con miras en el comercio justo.
Siguiendo en esta relación comunitaria, las mujeres hacen del arroz manjares al paladar. Algunas veces se consume con el sabor tropical del coco, y se obtiene un arroz dulce o al sazón de la sal y las especias se combina con huevos, carne, a veces de monte, lentejas, queso salado, pastas o frijol, acompañando los alimentos con el deleitable sabor del plátano, otro cultivo de pancoger de la región. Con el cultivo de arroz se fortalecen las posibilidades de afirmación de vida digna en soberanía alimentaria , y el arraigo territorial en un escenario del conflicto armado y donde las perspectivas de agronegocios, exploraciones y explotaciones mineras están a la orden del día. El arroz es identidad, su proceso desde la semilla hasta la puesta en una mesa es la resignificación de la vida, de las relaciones culturales basadas en usos tradicionales que combina fases de modernización.
Bogotá, D.C. 19 de septiembre de 2011
Equipo Agroecológico. Comisión Intereclesial de Justicia y Paz
*Fuente: Defensaterritorios.org