El artista. ¿Qué es el arte? 5

El artista. ¿Qué es el arte? 5

La figura del artista surge en Grecia. Hacia el siglo VI a.C. comienza a utilizarse el término techné para referirse a determinadas actividades que exigen cierta habilidad. Era un concepto tan amplio y difuso que incluía la medicina, la poesía, la música, la danza, la pintura, la arquitectura, la escultura y cualquier forma de artesanía.

Se consideraba que todas estas actividades eran artes de la representación (techné mimetiké), basadas en el principio de imitación o mimesis. El médico era un artista, pues se esforzaba en restituir el equilibrio natural en el cuerpo enfermo. Dicho de otra manera, imitaba la perfecta armonía de la naturaleza. Esta concepción del arte no igualaba a todos los artistas.

Se consideraba que la poesía o la pintura eran superiores a la escultura, la arquitectura o cualquier otro género que implicara una actividad manual. De hecho, Arquímedes, que no era un artista, sino un científico, estimaba que sus inventos (máquinas de guerra, ingenios hidráulicos, poleas, palancas) eran inferiores a sus investigaciones matemáticas, donde sólo intervenían conceptos. Sabemos que Pericles apreciaba a Fidias, pero Platón expulsó a los poetas de su utopía política, pues consideraba que Homero y Hesíodo habían ultrajado a los dioses al atribuirles sentimientos como la ambición, el odio o la venganza.

La poesía puede manipular las emociones y pone en peligro en peligro la estabilidad política. Por eso, sólo deberían tolerarse la poesía y el teatro didácticos, que fomentan las obligaciones de ciudadanía. Afortunadamente, sus teorías no se convirtieron en leyes. Sólo las dictaduras han asimilado sus enseñanzas, justificando las acusaciones de Karl Popper, que sitúa a Platón en los orígenes del pensamiento totalitario (La sociedad abierta y sus enemigos, 1945).

Los prejuicios de Platón no expresan la mentalidad de los griegos, que adjudicaban a los artistas la capacidad de captar y expresar la forma genérica o ideal de las cosas. Durante la Edad Media, el arte perdió ese reconocimiento. El cristianismo no aceptó otro cometido que la exaltación del dogma, pero conservó la distinción entre artes liberales, como la poesía y la música, y oficios mecánicos y artesanales, donde incluyó la arquitectura y las artes plásticas. El Renacimiento borró estas diferencias, igualando en dignidad todas las manifestaciones artísticas. La ejecución material no restaba valor a una obra, pero su grandeza no residía en su forma, sino en la concepción que la precedía. La misión del arte no es imitar la naturaleza.

El arte es un medio de conocimiento que eleva el espíritu hacia la verdad y la belleza. Su impulso es ético y trascendente, pues va más allá de las apariencias y sólo se conforma con la excelencia moral. Leonardo da Vinci es el ejemplo más elocuente de esta concepción. Sus creaciones son el fruto de estudios minuciosos sobre la proporción, la luz o la composición y siempre apuntan hacia una finalidad superior. Su producción es escasa, pues surge de un trabajo intelectual marcado por el inconformismo y el anhelo de perfección. Su reflexión teórica se plasmó en admirables estudios y tratados. No es un artista, sino un pensador que se expresa indistintamente con imágenes, palabras o bocetos.

En el siglo XVIII, se generaliza la expresión Bellas Artes para referirse a la pintura, la escultura y la arquitectura. Se establecen normas y reglas para la ejecución de cada disciplina y las Academias, que ya habían surgido en el Renacimiento para sustituir a gremios y cofradías, adquieren el apoyo del Estado, convirtiéndose en instituciones que controlan la formación de los artistas y determinan los principios estéticos de los diferentes géneros artísticos. El Romanticismo se rebelará contra su influencia. El arte académico pasará a significar conservadurismo, resistencia a la innovación. El artista adquiere una independencia definitiva. Ya no dependerá del mecenazgo, como en el pasado, ni aceptará las reglas académicas. Su formación no se desarrollará en talleres ni Academias, sino de manera autodidacta, sin otra referencia que su sensibilidad e intuición. Ni siquiera tendrá que ajustarse a un modelo ideal de belleza. Surgen nuevas categorías, como lo sublime o lo pintoresco y, ya en el siglo XX, nociones tan opuestas a los principios clásicos, como lo absurdo, el caos o la fealdad. Marcel Duchamp convertirá un urinario en una obra de arte al estampar en él su firma. Este procedimiento se llamará ready made.

El artista ya no es un artesano ni un maestro, sino un innovador, un visionario. En ocasiones, se reconoce su genialidad, pero casi siempre le rodea la incomprensión y el riesgo del fracaso. Van Gogh, que se suicida sin conocer el éxito, se ha convertido en el ejemplo ya clásico de artista maldito. La actual cotización de sus cuadros contrasta con la pobreza en que vivió. Sin transigir en sus postulados estéticos, Picasso se enriqueció con su obra. Cínico y sin escrúpulos, Dalí mostró un extraordinario talento para ganar dinero, realizando una obra que disfruta del favor del público, pero cada vez más cuestionada por la crítica especializada. Andy Warhol, estandarte del arte pop, aprovechó el impacto de los medios para difundir una concepción del arte que exaltaba la cultura popular (el cómic, el rock and roll, la publicidad) y la sociedad de consumo.

Actualmente, algunos artistas conceptuales utilizan su propio cuerpo como el objeto de su creación. Los dos últimos siglos han encumbrado la figura del artista. Para Kant, el arte surge del genio, que es talento o don natural por medio del cual la naturaleza da reglas al arte. Lo que caracteriza al genio es su originalidad. El genio se opone completamente al espíritu de imitación. Por eso, no puede enseñarse. Es un don, pero un don que no puede prescindir de reglas y preparación técnica, si no quiere degenerar en simple extravagancia. Schopenhauer define al genio como un contemplador que se desprende de su condición de individuo para transformarse en sujeto puro de conocimiento. El mito del artista genial no ha desaparecido, pero algunos creadores prefieren atribuir su obra al trabajo, el estudio o el compromiso con valores estéticos, morales o políticos.

Imagen: Urinariode, Marcel Duchamp

*Into The Wild Union

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