El café y la achicoria

El café y la achicoria
Aunque, por regla general, los periodistas es mejor que no estén muy visibles para que brille el periodismo por sí mismo, lo cierto es que, cuanto más deficitario es este, más imponen su presencia aquellos. Hablar o perorar sobre la existencia o no del periodismo está de moda. La práctica del periodismo grande, como intención de desvelar verdades, no está de moda. Hablar por hablar es, en todo caso, una adicción severa bastante inevitable.

Sumemosnos a la riada. Digamos, por ejemplo, que el periodismo de investigación es aquel donde el reportero inquiere fuentes, contrasta datos, va y viene, apresa detalles, extrae conclusiones, duda, desecha anécdotas inservibles, vuelve a indagar desde otro ángulo, averigua documentos y declaraciones, se hace una composición final y luego describe. Es el periodista quien lleva la batuta y, a la vista de los datos de que dispone, se forja un criterio y aplica un enfoque libremente, sin más compromiso que el de narrar los hechos. Al poder ser, desnudos de adjetivos.

El gran reportaje de investigación requiere tiempo indefinido y medios suficientes para moverse, según la complejidad y la importancia o dificultad del asunto que se aborda. El periodismo de investigación es siempre potencialmente peligroso para el sistema o el poder de turno. Asimismo, requiere unos lectores exigentes, que no se conforman con cualquier marca de pienso. Ese periodismo de la vieja escuela hace tiempo que cayo en desuso. No es bien aceptado por la publicidad. Es antieconómico en una época donde prima ante todo la rentabilidad a corto plazo y una pasmada fascinación por la tecnología. Hay conjunción de intereses en dejarle de lado. Resulta incómodo. No interesa.

En su lugar se ha dado la bienvenida a un sucedáneo: el periodismo de filtración es al genuino lo que la achicoria al café. En este seudogénero no es el periodista quien decide el qué, quién, cómo, dónde, el porqué y para qué, sino que es receptor de una actividad mecánica del poder, en su versión navajeo. Normalmente suele tratarse de alguien que quiere perjudicar o suplantar a un rival. Así, obra en consecuencia, poniendo encima de la mesa de redacción una información de trapos sucios. Eso sí, con el marchamo de exclusiva, ya empaquetada y lista para usar. Económico de elaboración. No hay más que tener una bandeja de recepción y hacer unas pocas llamadas de teléfono. Luego se suele pagar el “material exclusivo” con silencios cómplices y otros favores.

La muerte del viejo periodismo de averiguar y contar lo que se ha visto y oído ha sido la causa fundamental de la quiebra de los grandes periódicos en estos días. La anemia ética que ha dado pie al periodismo de filtración, es la que ha propiciado que los auténticos dueños de la Prensa sean aquellos a los que habría que investigar de preferencia: Banqueros, lobbys empresariales, grupos de presión, poderes fácticos del Estado…

 
 

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