El café y la achicoria
Sumemosnos a la riada. Digamos, por ejemplo, que el periodismo de investigación es aquel donde el reportero inquiere fuentes, contrasta datos, va y viene, apresa detalles, extrae conclusiones, duda, desecha anécdotas inservibles, vuelve a indagar desde otro ángulo, averigua documentos y declaraciones, se hace una composición final y luego describe. Es el periodista quien lleva la batuta y, a la vista de los datos de que dispone, se forja un criterio y aplica un enfoque libremente, sin más compromiso que el de narrar los hechos. Al poder ser, desnudos de adjetivos.
En su lugar se ha dado la bienvenida a un sucedáneo: el periodismo de filtración es al genuino lo que la achicoria al café. En este seudogénero no es el periodista quien decide el qué, quién, cómo, dónde, el porqué y para qué, sino que es receptor de una actividad mecánica del poder, en su versión navajeo. Normalmente suele tratarse de alguien que quiere perjudicar o suplantar a un rival. Así, obra en consecuencia, poniendo encima de la mesa de redacción una información de trapos sucios. Eso sí, con el marchamo de exclusiva, ya empaquetada y lista para usar. Económico de elaboración. No hay más que tener una bandeja de recepción y hacer unas pocas llamadas de teléfono. Luego se suele pagar el “material exclusivo” con silencios cómplices y otros favores.
La muerte del viejo periodismo de averiguar y contar lo que se ha visto y oído ha sido la causa fundamental de la quiebra de los grandes periódicos en estos días. La anemia ética que ha dado pie al periodismo de filtración, es la que ha propiciado que los auténticos dueños de la Prensa sean aquellos a los que habría que investigar de preferencia: Banqueros, lobbys empresariales, grupos de presión, poderes fácticos del Estado…