El debate sobre el estado de la nación: jugar a cambiarse los cromos
Voy a apagar la radio, y apagar también las voces del coro de políticos amorales que han entonado durante el tiempo previo el aria de la mentira y el eufemismo. Lo hago porque siento la atónita nausea del burlado, humillado y maltratado. También porque soy consciente de que escuchando a quienes en realidad nada dicen, hoy reunidos, convocados para un acto más de la obra de teatro de la que somos espectadores sin recursos, soy corresponsable de su juego, coparticipe de su terrorismo sutil y sus maniqueas estrategias.
No hay demasiado que expresar desde esta parte del escenario, donde tú y yo, en una prueba de que el umbral de la ingenuidad del ser humano como especie se ha dilatado hasta casi el infinito conforme, y paradójicamente, se supone que se alcanza un mayor conocimiento. No sé cuántos de nosotros esperaban un atisbo de honestidad, o un sucedáneo, e imaginaban a quien se aúpa en papeletas ganadas con el fraude ideológico acercándose, solo acercándose, a uno (¡hay tantos!) de los epicentros que están provocando nuestra ira y nuestra indignación. Supongo que si los hay, me consta que sí, son el reducto de la famosa y prostituida “mayoría absoluta”. Ellos, los que entregaron la llave de lo poco que teníamos a un decálogo de ideas, que no ideología, basada en el “quien más tiene es el que más ha detener”, no deberían quedarse indiferentes ante el espectáculo bochornoso del supuesto debate–que no es debate sino farsa- del estado de la supuesta nación,-que no es más que el conjunto de ruinas de los planificados robos perpetrados por diestros y siniestros. Con ellos, con los que se decidieron por el color falso azul del partido al que votaron tras fiestas de bocadillo, pin y pañoleta de boy-scout de diseño al cuello, también va esta perfomance que aún en estos momentos -12,20 del mediodía de un día supuestamente transcendental para nosotros-siguen representando. Y les va, aunque se escondan tras un puesto de trabajo que no han perdido (TODAVÍA) por ser uno de los suyos, de los que mandan, porque a ellos también debería importarles ser manada dirigida por un líder que también les ha mentido, y miente, a ellos, a su clac de incondicionales.
A nosotros, los que luchamos por sobrevivir a su mentira y la ejecución de sus planes, traducidos en “no del todo explicadas” medidas, Rajoy y los suyos no nos engañan desde hace un tiempo, pero a ustedes sí, adoradores de la gaviota y el sobre. Ustedes entraron a jugar sabiendo que a su frente había un mentiroso, rodeado de mentirosos y mentirosas, que escupían mentiras rimbombantes, promesas que tanto para ellos, a quienes ustedes votaron, como para ustedes eran sabidas mentiras, dados de un juego sucio que no sería fácil de mantener, ya que las casillas de retroceso y las penalizaciones vitales, solo afectarían al otro equipo, a nosotros, a los mismos, a los de siempre. Entraron la papeleta y su llave sabiendo que todo era un teatro. Los suyos no les engañaron, atrévanse a decirlo. Lo que ustedes pretendían, es un secreto a voces, es arrimarse al poder que los suyos alcanzarían, permitir su supremacía y su ambición para asegurarse la clase de estado de bienestar que se obtiene sobre la opresión del otro, del que no es de su banda, su familia.
Los votantes del gran experto en mentiras; paseante de plasmas; guerrero cobarde que se escuda en lanzadoras de estupideces, convencidas de que el poder, al fin, les ha permitido ser las superwomen salvadoras del universo pepero; urdidor de telarañas de decires desdichos y promesas jamás cumplidas; robin hood inverso con seseo, saqueador y distribuidor de riquezas entre su equipo de ladrones; ese autoerigido mesías de la prima de riesgo…esa ayer mayoría absoluta, con poderes que parecen, por las atribuciones sin límite que otorgan casi mágicos, se sabe engañada por Rajoy y los suyos, pero CALLAN.
No pueden decirlo en voz alta, el juego del cohecho y la connivencia política y electoral no lo permite. Y si les preguntan, micrófono en mano, como ha hecho más de un medio de comunicación, si dan mayor credibilidad a Bárcenas o a Rajoy y su pandilla, harán un gesto correcto y cantarán la canción de “quienes mienten no son los nuestros”. Y lo harán, a pesar de que saben que las letras de la palabra NUESTROS son vocales y consonantes corruptas y podridas, porque en secreto rezan para que no se descubra la verdad (conocida y callada por todos ellos) y puedan mantener la tranquilidad que les da creer que si los suyos siguen, a costa de lo que sea, ellos se librarán de los problemas que tienen los otros, los no suyos, nosotros. El corrupto vota y mantiene al corrupto para asegurarse privilegios, esperando ingenuamente que cuando “pida”, se le dará como premio a su voto.
Mientras cierro esta última frase, otro de los actores del sainete sobre el estado de la nación, finge indignación y recrimina al gran mentiroso. No me lo trago. También ellos, representantes de una izquierda cómplice, sabedora de las falsas bambalinas del juego político, mienten y fingen representarnos, con la secreta esperanza de sentarse en la silla del poder, y hacer lo mismo, si los mayormente votados un día se han de levantar de ella.
Unos y otros fingen y juegan a cambiarse sus cromos.